Atentos a este video en el que alguien conecta una batería de ocho Microdrives al Spectrum (el máximo que puede controlar) y realiza una demostración de su funcionamiento a través de un aplícativo especial que se carga desde un interface. La sinfonía de lucecitas resultante, junto a las imágenes que surgen del monitor, es muy curiosa y el esfuerzo empeñado en la puesta a punto por parte del «montador», que en la descripción del video en Youtube revela hasta qué punto se lo tuvo que currar, tiene su premio:

Anunciado a bombo y platillo desde mediados de 1983 y puesto a la venta al final de ese mismo año, el Microdrive (dejamos de poner el nombre en cursiva pero mantenemos la mayúscula porque la ocasión lo merece) fue una decepción entre quienes esperaban una disquetera asequible para el Spectrum y se encontraron algo como una copia «de los chinos», a medio camino entre la tradicional cinta de casete y un disco.

Porque el Microdrive era, descrito muy llanamente, como una casete en miniatura sumamente rápida pero sin llegar a ser un disco: un mecanismo basado en una cinta sin fin (lo que coloquialmente se llama a veces «cinta de Moebius») magnética, de alta densidad, enrollada en un carrete y leída secuencialmente por un cabezal parecido al de un magnetófono. La diferencia estaba en unos tiempos de acceso y carga que eran de segundos en vez de minutos. Como el propio Spectrum, se diseñó para imitar de algún modo el funcionamiento de aparatos con mayor prestancia a un coste reducido, y para lograrlo, el equipo liderado por el notable ingeniero electrónico Benjamin Cheese puso en práctica soluciones muy imaginativas e ideó un aparato mecánicamente sencillo, compacto y que de acuerdo, no sería una disquetera de verdad, pero en principio cubría de sobra las necesidades del usuario doméstico que no quería verse «atado» por los lentas y engorrosas casetes y sin embargo no tenía dinero para gastar en una disquetera convencional, que por aquel entonces costaba un riñón y buena parte del otro.

La simplicidad al poder.

En realidad, los únicos inconvenientes serios del Microdrive residían en el elevado precio de los cartuchos con relación a su capacidad (como mucho 90 Kb formateados) y la escasa fiabilidad de los aproximadamente dos metros de finísima cinta que contenían, que en las primeras versiones fallaba con solo mirarla. El manejo de la unidad desde BASIC resultaba carpetovetónico, y para hacer funcionar desde ella la mayoría de programas comerciales originalmente grabados en casete había que efectuar retorcidas adaptaciones previas a nivel de código, pero en comparación eran defectos «menores» para un sistema que no se había diseñado pensando agilizar la carga de videojuegos, sino más bien para su utilización en aplicaciones «serias» que implicasen el manejo continuo de grandes cantidades de información, como una base de datos.

A nivel del Spectrum (porque lo del QL es otra historia aunque no muy distinta), los Microdrives resultaron una curiosidad tecnológica más famosa por sus defectos y la simpatía de su aspecto «jugueteril» que por su éxito de ventas, y enseguida se vieron superados por aparatos como el Opus Discovery, que era una unidad de disco en toda regla, o el Wafadrive, otro aparato tipo «cinta de Moebius» pero mucho más avanzado y fiable. Los “microcartuchos” de Sinclair desaparecerían de escena rápidamente tras la compra de la empresa por parte de Amstrad en 1986; un paso más que lógico teniendo en cuenta que estos artefactos jamás se ganaron la plena confianza de nadie (excepción hecha del cabezón de Sir Clive) y que para entonces los disquetes ya resultaban mucho más asequibles.

Si queréis saber más, aquí tenéis un reportaje sobre la historia del ZX Microdrive (en inglés).

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