Hace ahora dos años escribía sobre cómo la aparición del COVID había influido incluso en la retroinformática. Ahora tenemos una guerra en Ucrania y lo mismo que escribí entonces podría servir ahora casi palabra por palabra. Este no es sitio para entrar en detalles sobre una catástrofe que se venía gestando desde principios de siglo y en la que nos han metido los dirigentes europeos, empujados por la momia que preside Estados Unidos y su hijo politoxicómano culminando una política temeraria. Tampoco es lugar para juzgar la supina incompetencia del bufón televisivo metido a presidente de uno de los países más corruptos de Europa, él mismo implicado en escándalos financieros y ataques contra la democracia de carácter muy grave.
Pero, como entonces, resulta imposible sustraerse a unos hechos cuyas consecuencias son ya evidentes y lo son no para un plazo corto, medio o incluso largo en el tiempo. Lo serán para siempre, definitivas, sin vuelta atrás. Y afectando a algo a priori tan alejado de una guerra, tan aparentemente frívolo para el común de los mortales, como es el mundo de los ordenadores clásicos. Spectrum incluido.
Un ejemplo lo tenemos en la destrucción del Club 8-Bit de Mariúpol, cuya colección de quinientas piezas de hardware (muchas de ellas rarezas de la antigua era soviética) se ha perdido a consecuencia de los bombardeos que han reducido la ciudad a escombros. Una pérdida irreparable e irremediable producto de una situación trágica a cualquier nivel humano o material, que por añadidura es fuente para toda suerte de incertidumbres. También en Rusia, donde el conflicto y las «sanciones» impuestas al país (nótese el entrecomillado, evidencia de que en las guerras todos pierden excepto las élites y los comisionistas) impiden a Zosya Entertainment la venta de material físico relacionado con sus productos. La continuidad del mejor grupo de programación dedicado actualmente a trabajar con el Spectrum pende ahora mismo de un hilo.
Su situación es tal que durante las últimas semanas, la gente de Zosya se ha dedicado a publicar imágenes y vídeos de alguno de los proyectos en los que estaba trabajando (principalmente en Facebook) dando a entender que podrían no ver la luz jamás. Nada indicaba que lanzarían un juego nuevo. Pero eso es precisamente lo que han hecho para sorpresa de todos, dado que Rubinho Cucaracha llega sin aviso previo. Lo hace exclusivamente on line, por descontado sin edición física, y además gratis.
Detrás de tan extravagante título y una portada ciertamente cachonda, se esconde un juego que podríamos definir brevemente como una secuela apócrifa del celebrado Travel Trough Time Volume 1 pero «aligerada», de modo que el programa puede ejecutarse entero en un Spectrum de 48 Kb. Eso implica que el juego no es tan variado ni extenso, pero sin embargo mantiene lo esencial: el motor gráfico es prácticamente el mismo, de manera que visualmente sigue destacando y tanto el movimiento como el sonido dan la talla y su nivel resulta elevado en todo momento.
Igual que la dificultad, muy alta en cualquier circunstancia, llegando a ser desesperante en más de una ocasión. No será nada fácil completar todas las carreras en las que habremos de competir, dentro de un escenario ambientado a mediados del siglo pasado y cuyo argumento aproxima este juego a clásicos como Chase HQ o Road Rash, aunque muy de refilón. Y es que en dichas carreras tendremos que hacer frente a rivales armados (con botellas, espadas, bates de beisbol e incluso cartuchos de dinamita) pero sin poder responderles en consecuencia, lo que nos obligará a «mantener las distancias» mientras al mismo tiempo procuramos no perder ripio de lo que sucede a nuestro alrededor, en forma de trazados sinuosos y otros coches. No se trata de ganar, pero sí de alcanzar la meta dentro de los puestos asignados, y nos costará lo suyo.
Total, que estamos ante un producto típicamente Zosya en el apartado técnico, que es sensacional como marcan los cánones de casa, pero que falla en cuanto a jugabilidad. Un poco como le ocurría a su «antecesor», pero con agravantes por lo descrito en el párrafo anterior. Al principio ése apartado técnico tan bueno anima a probarlo y a echar unas cuantas partidas, pero si carecemos de la habilidad necesaria para progresar nos cansaremos enseguida. Con todo, lo más importante independientemente de cualquier juicio, análisis u opinión que podamos verter sobre Rubinho Cucaracha es que Zosya Entertainment da señales de vida, lo que merece interpretarse como un signo de esperanza en el contexto de la difícil e incierta situación que afecta actualmente a toda Europa. Eso es lo que cuenta. El resto, insistimos, sobra ahora mismo.