Siempre he creído que el Spectrum es una videoconsola, en su caso con teclado. No soy el único que lo cree:

Esta imagen, tomada de un concurso de la TV británica, lo deja meridianamente claro. A los puristas les escocerá que tal definición (en última instancia obviamente errónea) se use tan alegremente, y más en un entorno tan influyente sobre las masas como el de la televisión. Los más avispados a la par que jocosos, ya estarán barruntando la posibilidad de que algún miembro de la «generación mejor formada en la historia de España» (la misma que suele opinar que la historia de los videojuegos empezó con la Super Nintendo y la Game Boy) esté haciendo gala de su acendrada sapiencia allende los Pirineos.

Cuando el Spectrum salió al mercado hace ahora treinta y cinco años, afirmar que era una máquina útil solo para jugar era un atrevimiento casi tabú. Sólo algunos críticos muy críticos con él osaron plantear lo que resultaba evidente pero pocos se atrevían a decir: que frente a sus competidores, el Spectrum era un ordenador aceptable para juegos y nada más. Tal planteamiento resultaba inadmisible en el entorno de casi todas las familias propietarias del ordenador; cuyos padres habían desembolsado un buen dinero en la adquisición de un chisme a priori demasiado valioso para que sus hijos se envileciesen matando marcianos con él, en vez de aprendiendo a programar para sacar de la pobreza a la familia. El propio Sir Clive, que odiaba los videojuegos, comulgaba con esa idea: el Spectrum había nacido para ser un instrumento didáctico, no de ocio. Una herramienta para introducir al hombre de la calle (y a su prole) en el mundo del futuro, que ya entonces era presente.

Pese a los hechos que evidenciaban lo absurdo de esa postura más allá de unos cuantos detalles, hubieron de pasar años para que el Spectrum dejase de ser considerado como algo más que un ordenador para jugar, una videoconsola con teclado. Sólo tras la adquisición de Sinclair por parte de Amstrad en 1986 empezaron a cambiar de verdad las tornas. Alan Sugar, mucho más listo y pragmático que el anterior dueño de la marca, anunció el nuevo Spectrum +2 como un ordenador ideal para el ocio y así lo publicitó a los cuatro vientos en prensa, radio y TV merced a la gran cantidad de juegos disponibles para él. Algo que no deja de tener gracia, siendo el +2 un ordenador mucho más serio que el vetusto «Gomas».

httpv://www.youtube.com/watch?v=Ac6XUND-eIg

Lo más ridículo es que hasta entonces nadie (empezando por Tito Clive) supo / quiso reconocer las posibilidades didácticas del Spectrum aplicado a la faceta donde mejor se desenvolvía. Siendo un ordenador asequible y accesible que solía acabar en manos de chavales, resultó que fueron estos los primeros en darse cuenta de lo bien que se adaptaba a las demandas de otros chicos como ellos, quienes en su mayoría sólo buscaban pasar un rato agradable relajándose después de un día en el colegio y/o estudiando.  La inquietud por saber cómo funcionaban sus programas favoritos y desarrollar otros nuevos adaptados a su gusto particular, con la idea de divertirse o hacer que otros se divirtiesen gracias a ellos, condujo a muchos hacia un aprendizaje al que de otro modo tal vez jamás se habrían animado, llegando incluso a descubrir una profesión con la que ganarse la vida dignamente.

Una meta que Sinclair nunca habría alcanzado de no mediar el impulso que convirtió al Spectrum en una videoconsola con teclado. A primeros de los noventa, la visión del Speccy como tal videoconsola había quedado tan arraigada que yo mismo tenía algún amigo todavía propietario de un Spectrum al que se refería llamándolo así: «la videoconsola». Para mí llevaba siéndolo desde mucho antes, pues como ya he contado en alguna ocasión, nunca tuve interés en programar con él pese a haber aprendido a programarlo. Yo sólo quería divertirme jugando con el Spectrum igual que hoy me divierto jugando con la Play, porque era consciente de que, como la Play, el Spectrum no servía para más por mucho que mis padres, influenciados por la corriente de pensamiento habitual entonces y por revistas que vendían la moto de que aquello podía funcionar hasta como alarma para el hogar, creyesen lo contrario.

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