En este año, marcado por las «bodas de plata» de muchos iconos del software para Spectrum, no podía faltar una referencia a Manic Miner. Ahora que efectivamente se cumplen 25 años desde que el juego vio la luz, empiezan a proliferar por toda la Red referencias al mismo en sites, foros y grupos de news relacionados con el Speccy. Y es que de ningún modo se puede negar la enorme influencia que Manic Miner tuvo en el posterior devenir del software lúdico europeo, no sólo para Spectrum si no, inclusive, mucho más allá.
La mítica «Central Cavern», primera pantalla del Manic Miner.
Manic Miner supuso toda una revolución en el campo de los videojuegos: aunque el concepto de «arcade de plataformas» no era nuevo en 1983, el planteamiento del mismo y su diseño sí que eran algo verdaderamente novedoso. A Matthew Smith se le hizo la luz durante un aburrido viaje de vacaciones por Italia y luego, por fin de regreso a casa, sólo necesitó de poco más de un mes para plasmar sus gustos, miedos y manías en un juego concebido únicamente para divertir, pero que acabó convertido en clásico y aglutinando cientos de fans, para quienes todavía hoy Manic Miner y su aún más exitosa continuación, Jet Set Willy, son referencias ineludibles a la hora de citar sus juegos favoritos de todos los tiempos. Manic Miner fue uno de los primeros «megahits» del software europeo, y la primera demostración palpable del potencial de una máquina como el Spectrum, que muchos consideraban demasiado limitada hasta para la creación de juegos tecnológicamente refinados, con algo más que capacidad para divertir.
Yo debo ser de los pocos fanáticos del Spectrum que no consideran Manic Miner como uno de sus juegos de cabecera. A pesar de no haber negado jamás sus innumerables virtudes, siempre me pareció un juego demasiado difícil, demasiado alejado de mis gustos, que tiraban preferentemente hacia la estrategia y a la videoaventura. Más interesante que el propio Manic Miner me parece la «cara oculta» detrás de la obra maestra: Matthew Smith.
Matthew en la actualidad. La foto está actualizada, fechada a mediados de 2009 . Podéis verla en su contexto original aquí.
Al igual que Syd Barret en la música o Murnau en el cine, Matthew Smith era un personaje atormentado que sólo necesitó un par de chispazos de genialidad para pasar a la historia. Hoy en día sería el prototipo perfecto de lo que llamaríamos «un friki»: con tan solo 16 años, media melena y un evidente sobrepeso, su querencia por todo lo que oliera a underground, así como su excéntrico comportamiento (entre otras cosas le gustaba programar durante toda la noche escuchando a Pink Floyd) acabarían por apartarle de una sociedad poco dada a aceptar a quienes se niegan, aunque sea por un instante, a actuar como el resto de borregos. Con el final de la era de los 8 bits él decidió huir de su pasado y hasta de sí mismo, llegando a emigrar a Holanda para integrarse en una comuna hippy. A finales del siglo XX, renacido el interés por los viejos sistemas informáticos gracias a la nostalgia por los 80 y al «boom» de la emulación, Matthew Smith resurgió de la bruma tras la que, voluntariamente, se había cubierto. Volvió a ser un personaje público, al menos por un tiempo, lo que sirvió para confirmar y desmentir algunas de las rocambolescas historias que habían circulado sobre él en ciertos mentideros. La verdad es que poco importaba, porque Manic Miner y su creador se habían convertido en mito mucho tiempo antes.
Os dejo con un pequeño reportaje sobre Matthew y el Manic Miner. Por supuesto en inglés, aunque se entiende bastante bien. Y aunque no lo entendáis, os servirá para comprobar que al bueno de Matthew le sigue faltando un tornillo pese a los años. Genio y figura.