Durante el mes de enero de 2009 se habrán cumplido 25 años desde el lanzamiento del Quantum Leap, el ordenador “profesional” de Sinclair, más conocido por las siglas tras las que se escondía su nombre: QL. A sabiendas de que el Spectrum y su mercado estaban abocados a declinar más temprano que tarde, la empresa de Sir Clive se lanzó a un ambicioso plan para diversificar su producción, convirtiendo las palabras que dieron nombre al nuevo ordenador (“salto cuántico” en castellano) en toda una declaración de intenciones: no se trataba únicamente de lanzar productos nuevos, si no de romper de forma radical con el pasado de una compañía que era tenida como “juguetera” por muchos usuarios de ordenadores, a la vista de los productos que había lanzado hasta entonces (el Spectrum y sus ancestros). El siguiente paso lógico, al menos a priori, era demostrar que la compañía “juguetera” era capaz de comprometerse con una clientela más seria.

Todavía hoy se discute acaloradamente en foros y grupos de news sobre las causas que provocaron el fracaso del QL, y lo cierto es que no hay que darle demasiadas vueltas: imagínense por un momento a Nintendo tratando de abrirse paso en el mercado de los compatibles para empresas, en directa competencia con gigantes de la talla de Dell o Lenovo. ¿Alguien se tomaría en serio semejante propuesta, por muy bueno que fuese el producto ofertado? Se puede decir, casi sin temor a equivocarse, que el QL estaba predestinado a fracasar desde el mismo momento en que Sir Clive lo presentó a los medios. El producto estrella de su empresa, el Spectrum, la había encasillado de tal modo que se había convertido en una mordaza de la que iba a ser muy difícil librarse. Si a esto le unimos todos los hechos negativos que rodearon el nacimiento del nuevo ordenador, con retrasos injustificables en la entrega de las primeras unidades y defectos de fábrica imperdonables corregidos a destiempo y de forma chapucera, entonces sobran más comentarios.

Así caricaturizaron en la revista QL Magazine los lamentables retrasos y problemas en el lanzamiento del nuevo ordenador.

La legendaria obsesión de Sir Clive con el abaratamiento de costes dio al traste con las intenciones iniciales del diseñador del QL, Tony Tebby, que tenía en mente una máquina mucho más ambiciosa que la que finalmente salió a la calle, razón por la cual decidió hacerle un corte de mangas a su jefe y abandonar el proyecto para no vivir su fracaso desde la primera fila. Aun así, y una vez resueltos todos los problemas iniciales, el QL resultó ser un aparato muy aceptable para la época en que vio la luz, adelantándose en meses o incluso años a otros sistemas que se jactarían de ser pioneros en conceptos como el multiprocesamiento de tareas.

No obstante Sir Clive equivocó el camino a tomar para hacer las cosas: trató de importar a un mercado de superior categoría los conceptos que hicieron triunfar al Spectrum entre el usuario doméstico, sin darse cuenta de que los autónomos y los pequeños empresarios, a los que inicialmente iba dirigido el QL, no estaban dispuestos a renunciar a ciertas cosas aunque fuese a cambio de ahorrar dinero. Tal vez hubiese sido mejor para él y para su pequeño imperio incidir en el progreso dentro del mercado doméstico de ordenadores, aún a costa de sacrificar la “sagrada” compatibilidad con el Spectrum, volcándose para ello, por ejemplo, en el desarrollo del Loki (destinado a competir con los Amiga y Atari ST y que nunca pasó de ser un rumor en las revistas) o en la creación de una máquina al estilo de lo que luego sería el SAM Coupé. Siempre he estado convencido de que un ordenador como el SAM lanzado un par de años antes que aquel y con el logo de Sinclair en la carcasa se habría comido el mercado.

El QL al desnudo. Cuando Sinclair logró corregir todos los fallos, demostró que su apuesta profesional podía batirse el cobre contra cualquier competidor, incluido el IBM PC. Por desgracia, era demasiado tarde para enderezar un destino torcido.

El paso de los años ha convertido al QL en un ordenador de culto. A pesar de que no se vendió tan mal como se suele creer (en el primer año de comercialización se colocó en torno a un 60% de las cien mil máquinas previstas), el vilipendiado Salto Cuántico del Tío Clive es hoy una rareza muy difícil de ver en algo que no sea una fotografía. Ese detalle, sus peculiares características, una estética muy bonita que influyó en los futuros lanzamientos de Sinclair, y el hecho de que el afamado Linus Torvalds fuese uno de sus propietarios, han convertido este entrañable artefacto algo muy especial e incluso codiciado. Aunque oficialmente su vida comercial concluyó en 1986 tras la compra de Sinclair Research por parte de Amstrad, resulta sorprendente comprobar que a lo largo de los años no han faltado empresas dispuestas a lanzar todo tipo de máquinas compatibles con el QL, algunas de ellas de factura bastante reciente, y por supuesto plenamente capaces de operar como un PC e interactuar con él. Ahora que el QL cumple su primer cuarto de siglo se hace evidente que no sólo nunca murió, si no que además continúa más vivo que nunca.

Esta es una demostración de lo que se puede conseguir con ayuda de un QL y algo de habilidad. ¡Para un ordenador de hace 25 años no está nada mal!

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