Ocurrió a finales de enero de 1980. En esos días, y con el apoyo de la pertinente campaña publicitaria, se ponía a la venta un novedoso ordenador doméstico, el Sinclair ZX-80, que fue presentado en el marco de una exposición organizada en Wembley. Contra todo pronóstico, el éxito de la máquina fue descomunal desde el principio: a los cinco minutos de abrirse las puertas de la exposición ya se habían recibido diez pedidos. A lo largo del día, los pedidos llegaron a acumularse en tal cantidad que el caos resultante hizo muy difícil el trabajo en las oficinas centrales de Sinclair, tal era la marea de gente deseosa de comprar aquel curioso cacharro. Menos de un año después se habían vendido 50.000, una cifra asombrosa teniendo en cuenta que, hasta ese momento y salvo excepciones, los ordenadores eran cosa más propia de laboratorios, grandes empresas y organismos estatales.
El ZX-80 fue resultado de la perspicacia y determinación de Sir Clive Sinclair; un tipo que ya antes había obtenido algunos éxitos sonados en el negocio de la electrónica, pero que aun así todavía era visto por muchos más como un inventor excéntrico que como un empresario. En mayo de 1979, Clive había leído en el Financial Times que serían necesarios al menos cinco años para que los ordenadores personales bajasen de precio y se convirtiesen en un artículo accesible para el hombre de la calle. A Clive le pareció que cinco años eran demasiados, y se propuso hacer realidad esa predicción en el plazo de unos pocos meses. Lo consiguió.
El ZX-80 no era una máquina perfecta ni mucho menos. Sus prestaciones eran muy modestas hasta para su época, y la paupérrima calidad de fabricación se convirtió en una continua fuente de problemas para los usuarios. Pese a todo fue un producto revolucionario. El ordenador personal más pequeño y más barato del mundo abrió brecha en un mercado inexistente por entonces, convirtiéndose en el germen de una familia de productos que culminaría, dos años después, con nuestro querido Spectrum. Hasta ese momento, nadie había tenido la valentía necesaria para poner en práctica una idea aparentemente tan descabellada como era ésa. Lanzar al mercado semejante artefacto y conseguir que la gente lo comprase en masa era una cuestión de coraje más que de tener mucho dinero para invertir. Y a Sinclair, al que por entonces le sobraba lo primero más que lo segundo, la jugada le salió redonda.
Hoy día, el minúsculo ZX-80 se ha convertido en una pieza muy codiciada por los coleccionistas de informática, que llegan a pagar grandes cantidades de dinero por aparatos en buen estado. La limitada difusión de este micro en comparación con sus hermanos, y sobre todo el triunfo indiscutible del Spectrum, ha convertido al miembro más viejo de la familia en alguien casi desconocido hasta para muchos aficionados a los ordenadores Sinclair. Aún con eso y con todas sus taras, no se le pueden negar sus méritos. Efectivamente, con él empezó todo.
Enace curioso:Construye tu propio ZX-80.