En el Spectrum, los juegos de coches son tan abundantes como la arena en una playa. Su contribución a la programateca de este ordenador, uno de los más difundidos de la historia, resulta incuestionable de tantos que se hicieron, ya fuese a nivel profesional o aficionado.

El goteo de estos juegos prácticamente no cesó a lo largo de toda la vida comercial del Speccy, pero entre los años 1988 y 89 contempló una auténtica avalancha de títulos gracias al impulso de las máquinas recreativas, donde el género estaba experimentando un punto de apogeo. Siendo los videojuegos «cosa de chavales» y dando por sentado que a los chavales les molan los coches como norma general, esta clase de estofados solían tener público garantizado, y por tanto ventas.

Crazy Cars forma parte de esa nutrida hornada que citábamos antes, y aunque no se trate de una conversión de recreativa, el influjo de estas sobre él es tan evidente que casi podría pasar por tal. Realizado en Francia, tuvo críticas más bien flojas pero, pese a ello, fue lo bastante bien recibido como para justificar una secuela (y luego otra más), pese a que el juego no era nada del otro jueves. Podéis comprobarlo en esta partida grabada en la que Mike Myers demuestra que las quejas en relación a su monotonía estaban más que justificadas.

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