Para ser los inventores del fútbol, los británicos no pueden presumir de un historial muy brillante al menos como selección nacional. Jamás han ganado una Eurocopa (título que han conquistado hasta Grecia o Dinamarca estando de vacaciones) y su única Copa del Mundo la alzaron en 1966, jugando en casa y gozando de ayudas arbitrales escandalosas. La selección, que presumía de no haber faltado a una sola cita mundialista desde su debut en 1950, comenzó tras aquello una espiral descendente que les llevaría a permanecer ausentes de la competición nada menos que doce años, en lo que los diarios locales bautizaron como «The End of the World» con titulares a cuatro columnas, regresando en España ´82 sólo para firmar un papel discreto.
Si es que empatar a cero contra uno de los peores equipos mundialistas de la historia puede calificarse como «papel discreto».
Cuatro años más tarde pocos apostaban una libra por el equipo de cara al Mundial de México, sobre todo tras las sanciones impuestas al fútbol inglés a consecuencia del desastre de Heisel; pero el nuevo seleccionador, un tal Bobby Robson, supo aprovechar una de las mejores generaciones de futbolistas británicos de las últimas décadas para reunir un grupo muy competitivo que, aunque carecía de nivel como para optar al título, sí podía aspirar a algo notable tras una época aciaga que estaba durando demasiado tiempo. Y lo habría logrado de no cruzarse en su camino La mano de Dios y el Barrilete Cósmico en el mismo partido. Baste decir que en 1990, con un equipo muy parecido y algo más de suerte en los cruces, Inglaterra alcanzó la cuarta plaza mundialista, puesto que no lograría igualar hasta 2018.
Aunque derrotada por aquella cuadrilla de bean eaters («zampadores de alubias», que era como los tabloides ingleses llamaron despectivamente a los argentinos durante la guerra de las Malvinas), la Selección pudo regresar a las islas con la cabeza alta. En una época en que la industria británica de los videojuegos vivía su era de máximo esplendor, durante los años siguientes algunos jugadores pudieron disfrutar viendo su nombre impreso en espectaculares portadas para cintas de casete o incluso discos. Fueron los casos de Peter Shilton o su tocayo Peter Beardsley. Pero ninguno destacaría tanto como Gary Lineker, ascendido al cielo futbolístico como máximo goleador del Mundial (primer inglés que lo conseguía) y una verdadera celebridad tanto en su país como en el FC Barcelona, que le fichó poco después y a donde llegó con la vitola de máxima estrella.
Gremlin Graphics pudo hacerse con los derechos de imagen del futbolista y publicar dos juegos que en realidad pueden contar como tres, ya que el segundo de ellos tiene dos cargas notablemente diferenciadas entre sí: la primera alude a nuestra preparación física y la segunda recrea la disputa de un torneo liguero entre selecciones. Si a continuación les pongo una imagen, lo mismo hasta les suena y todo:
En efecto: se trata de la segunda parte del exitoso Emilio Butragueño Fútbol con otro nombre. El juego fue escrito en Inglaterra por Gremlin y Erbe / Topo, que tenía tratos con la firma de Sheffield, lo publicó en España cambiando el nombre de Lineker por el del jugador madridista, curiosamente segundo máximo goleador tras Lineker en México ´86. El mundo es un pañuelo.
Mike Myers juega con la versión original (esto es, la que lleva el nombre de Lineker) en la parte que más mola: el torneo. Y lo hace jugando con Argentina, en lo que no deja de ser un guiño de mala milk sobre todo porque en el primer partido del primer vídeo derrota a Inglaterra por dos a cero. Viendo las imágenes podemos constatar que el juego muy brillante no es, pero permite divertirse un poco.
Incluimos dos partidas: en la primera Myers juega «estilo Bilardo», amarrando el resultado y sin encajar un solo gol durante todo el torneo. En la segunda (que el llama «mejorada») abre un poco más la mano del juego ofensivo y llega a endosarle una «manita» a Alemania, aunque a cambio encaja algún gol que otro en lo que sin duda habría sido desesperante para «el Narigón». Porque no en vano hablamos de un tipo que llegó a rechazar su medalla como campeón del mundo al no creer merecerla, porque Argentina había encajado dos tantos en la final de México en jugadas a balón parado. Algo que según él no tendría que haber ocurrido jamás.