De entre los numerosos grandes juegos que vieron la luz para Spectrum durante el último trimestre de 1986, quizás sea The Trapdoor el que conserva una mayor cuota de popularidad a día de hoy junto con The Sacred Armour of Antiriad y The Great Escape. Curiosamente, de los tres fue el que tuvo la carrera comercial más modesta, vendiéndose bien pero sin llegar a romper las listas de ventas como quizás esperaban sus distribuidores. Ello no le impediría alcanzar en poco tiempo el estatus de clásico, sin duda merecidamente.

«Bienvenidos a mi pesadilla».

The Trapdoor encumbró a Don Priestley en la que muchos consideran su obra maestra. Para que cualquier lector joven pueda imaginar cómo era el mundo antes de Internet, baste decir que poca gente fuera del Reino Unido supo que el juego se basaba en una serie infantil de TV emitida allí a partir de 1984. De hecho, las revistas españolas valoraron muy positivamente la originalidad del programa… cuando en realidad no lo era tanto: Priestley recicló elementos característicos de anteriores programas suyos protagonizados por simpáticos iconos de la tele, como Benny Hill o Popeye, mejorando su aspecto y las técnicas que había utilizado en ellos para dar vida a un juego que, si bien no era tan original como las revistas españolas decían, a todas luces resultaba extraordinario y muy divertido, destacando sobre todo por esos gigantescos y vistosos gráficos, inauditos en el Spectrum, y por la jocosidad y hasta la irreverencia de muchas situaciones; detalles con los que Priestley, en cierta forma, se retrataba a sí mismo ante los jugadores.

httpv://www.youtube.com/watch?v=f-dapSswWTQ

Primer episodio de The Trapdoor. Don Priestley supo plasmar esta serie en su juego, haciéndolo igual de simpático y añadiéndole una pizca extra de mala milk.

Y es que Don Priestley se encontraba en las antípodas de los clichés que la gente asociaba a la figura del programador de videojuegos, que en Europa solía ser un estudiante que invertía sus ratos libres para “picar” código solo o en compañía de algún amigo. Aquel irlandés tenía cuarenta años y la vida perfectamente encauzada cuando decidió, ante el estupor de su mujer, que sería buena idea dejar el trabajo y tirar de sus escasos ahorros para comprar un ZX-81, hacer juegos y venderlos. La empresa DK´Tronics pronto se hizo eco de sus habilidades y le fichó, convirtiéndose en una de las primeras personas del Viejo Continente que vivieron como auténticos profesionales de la creación de videojuegos, dedicándose en exclusiva a ello. La gente creía que había hecho una fortuna; y aunque muchas de sus creaciones se vendieron bastante bien, a la pregunta de si era rico él solía contestar, con su habitual chispa, que se había comprado un avión privado y un yate con todo el dinero que había ganado como programador… y jugaba con ellos en la bañera de su casa.

El autor de The Trapdoor no se prodigaba mucho en los medios. Esta foto se la hicieron para un artículo de la revista Crash publicado a finales de 1986.

Con The Trapdoor Priestley se convirtió en una celebridad, un poco a su pesar porque le gustaba mantenerse en segundo plano por detrás de sus obras. De todos modos no creo que tardase en cambiar de opinión, ya que sus siguientes juegos se beneficiaron del impulso publicitario extra que les proporcionó la fama de su creador, reavivando de paso el interés por su trayectoria anterior. Su nombre era un marchamo de calidad lo suficientemente fiable como para comprarlos sin esperar a ninguna crítica: viniendo de quien venían tenían que ser cojonudos sí o sí, y a fe que lo eran.

4 thoughts on “Atrapados por la trampilla”
  1. Un titán de la programación. Los Trapdoor eran complicadillos, pero genuinamente divertidos. Y lo que molaban los graficotes que hacía.

  2. Gracias por descubrirme esa serie de animación. Como fan de Mr. Bumpy, su rollo me atrae poderosamente.

  3. Viru: Pozí, pero tampoco sin exagerar, teniendo en cuenta la media de lo habitual en la época. En el nivel Learner este primer juego es perfectamente finalizable con algo de práctica. El segundo ya es otra cosa… pero con eso y todo, efectivamente ambos merecen la pena sólo por la simpatía y la diversión que proporcionan.

    Aka: Pues si te soy sincero, hasta hace relativamente poco tiempo yo tampoco la conocía. Y sí, la serie mola un puñao empezando por el nivelón mostrado por sus autores en el trabajo con la plastilina.

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