A poco más de un mes vista para que el “padre” del Speccy cumpla treinta años, la scene relacionada con el ZX-81 comienza a acelerarse. Hace unos pocos días Bob Smith, uno de los programadores más activos del panorama retroinformático actual, sorprendía a propios y extraños con la publicación de Boulder Logic, juego que exprime de modo considerable las limitaciones de una máquina que ya en su época parecía muy poco útil, sobre todo si la comparamos con competidores directos como el VIC-20 de Commodore.
Porque hablamos de un ordenador que hoy día muchos ni se atreverían a calificar como tal, con un (1) Kb de RAM, sin la posibilidad de generar gráficos en alta resolución ni en color, sin sonido y con una simplicidad de diseño digna de un botijo, aunque como aquel, igualmente ingenioso y válido para el cometido que le tocó cumplir. El ZX-81 fue una máquina que dio de sí para más de lo que seguramente imaginaron sus propios creadores, con Sir Clive a la cabeza, que ante todo buscaban la forma de mejorar el ya desfasado ZX-80 gastándose lo menos posible. Para la historia quedan ejercicios de encaje de bolillos como 1K ZX Chess, considerado por algunos, y no sin razones, como el mejor programa jamás escrito: en solo 672 bytes su autor, David Home, encajó un sorprendente juego de ajedrez que funciona a las mil maravillas y al que no le falta de nada.
Obra maestra, sin cachondeo.
Hace cinco años, con ocasión de su primer cuarto de siglo de vida, hablaba del ZX-81 como de la calculadora gorda sin teclado que, junto a su antecesor, dio a conocer al europeo medio el mundo de las nuevas tecnologías, en el cual se introduciría de lleno durante el transcurso de los años ochenta gracias al Spectrum. Era aquel un mundo desconocido que provocaba una extraña sensación mezcla de curiosidad y miedo, pero todos estaban de acuerdo en que era el futuro. Es una verdadera pena que este año no se vaya a celebrar RetroMadrid, porque habría sido un marco perfecto (coincidiría en fechas con el cumple del “81”) para rendir tributo a un chisme entrañable, que cumplió con creces las expectativas depositadas en él.