El lanzamiento de The Way of Exploding Fist en 1985 supuso un hito en la historia de los videojuegos. Beam Software, grupo de programación australiano que se encuentra entre los mejores que trabajaron para el Spectrum, demostró que éste podía plantar cara a máquinas muy superiores si se sabía cómo aprovecharlo. Convertido en un clásico instantáneo, el enorme éxito del juego abrió la puerta a todo un rosario de imitadores dispuestos a sacar partido del filón recién descubierto. Durante los años siguientes hasta Beam sacaría dos continuaciones de su Exploding que tendrían igualmente mucho éxito, pero antes intentaron hacer algo diferente dentro de un género, el de los juegos de lucha, en trance de saturarse al cabo de muy poco tiempo.
A mediados de la década de 1980 el wrestilng era un deporte virtualmente desconocido en Europa. Y más en España, donde sólo alcanzaría popularidad con el advenimiento de las televisiones privadas a principios de la década siguiente. Por eso era fácil que un videojuego basado en la lucha libre americana llamase la atención: no sólo se trataba de una propuesta muy original para un juego de lucha, sino que las dosis de comedia y el “todo vale” asociados a este deporte-show prometían risas y brutalidad a partes iguales, algo que siempre mola un millón.
Un deporte que ha proporcionado al mundo figuras de este calibre merece todo nuestro respeto.
Vaya por delante que nunca leí comentario alguno sobre Rock ´n Wrestle hasta muchos años después de abandonar el Spectrum, así que mi valoración del juego jamás estuvo condicionada. Al final me enteré de que las revistas lo habían puesto como hoja de perejil, pero en su momento lo disfruté un montón. Porque este no es un caso como el de Knight Rider, que sabía que era un ñordo y pese a ello lo jugaba de cuando en cuando sin saber muy bien por qué. Rock ´n Wrestle me gustaba de verdad y me parecía tremendamente divertido, aunque había jugado con la versión del Commodore 64 y era plenamente consciente de su superioridad. El pobre Spectrum no daba para más, pensaba, y en esas circunstancias no quedaba otra que conformarse con lo que había, que ciertamente tampoco estaba tan mal.
Pese a que la primera impresión no era la mejor y el juego requería paciencia para aprender a manejarlo, una vez se aceptaban sus limitaciones y se le daba una oportunidad la diversión y las risas estaban casi garantizadas, sobre todo jugando dos personas. Como siempre en un juego de lucha que se precie, y más viniendo de los autores de Exploding Fist, el punto fuerte residía en la cantidad de movimientos distintos que podíamos realizar. Si a eso le añadimos la posibilidad de desplegar todo un repertorio de violencia salvaje contra nuestro contrincante, los combates podían adquirir tintes épicos. Mi hermano pequeño y yo llegamos a dominar el juego como nadie a base de practicar, descubriendo poco a poco golpes auténticamente borricos.
Se podía hacer casi todo lo que años después veríamos en la tele, desde “inocentes” patadas, puñetazos y sentadillas hasta lanzar a nuestro rival contra las cuerdas; o voltearlo en el aire para luego arrojarlo contra el suelo como un saco de patatas. Pero para mi hermano y para mí el movimiento estrella era lo que nosotros llamábamos “el cocorotazo”: agarrar al otro luchador por la cintura y ponerlo boca abajo para estamparle el cráneo en el ring. Era un movimiento que cuando se conseguía hacer significaba prácticamente el fin del combate, ya que difícilmente el rival volvía a ponerse en pie. Era el momento de acabar la lucha a lo grande, subiéndose a las cuerdas para lanzarse sobre aquel guiñapo con un espectacular salto.
Imitanto a Iñaki Perurena, pero levantando escoria en lugar de pedruscos.
Rock ´n Wrestle (que se comercializó en España con el título “traducido” de Rock ´n Lucha, toma ya) fue un juego pionero en su género, algo que hay que reconocerle. Y aunque desde luego no era una maravilla, tampoco creo que fuese tan malo como se dijo en su día. Defectos tenía, pero eran más achacables a las limitaciones del Spectrum que a la impericia de los programadores. Mucho tiempo después, en 1991, en Ocean Software demostraron con su WWF Wrestlemania que las cosas se podían hacer mejor en la parte técnica, aunque el juego era ya para el Spectrum de 128 Kb y no tenía ese aire simpático y hasta entrañable que destilaba su antecesor. Sí, el juego podía ser la leche, pero a veces la chunguez resulta más apetecible y divertida que la fría asepsia de lo supuestamente perfecto.
Jugué a la versión de CPC (aunque años después de que saliera ya que la época de los micrordenadores no la viví directamente) y me pareció bastante chulo, bonitos gráficos, evidentemente más coloridos que los de Spectrum y un control más o menos fluido. En cuanto a juegos de wrestling en 8 bits me sigo quedando con el Pro Wrestling de Master System (hice un análisis del mismo en mi blog) que salió un poco después que este Rock’n’Lucha.
Recuerdo leer una reseña de este juego en una «Micro Amstrad» del año 86 ó 87 que cayó en mis manos de alguna manera y no le daban tan mala nota. A ver si encuentro algún enlace porque creo que están todos los números escaneados en la red.
Pues aquí otro fanático de este juego. A mi gusto el mejor juego de Wrestling de los 8 bits, divertido a más no poder. Me encantaba botar en las cuerdas o subirme en la equina para tirarme en plancha, una gozada.
La única pega la tenía con la carga turbo, que me costaba horrores ajustar el cabezal.
Reconozcamos que TODOS jugábamos con él, pese a la despiadada crítica de MicroHobby. No estaba ni mucho menos tan mal, y ese sonido a lo Exploding Fist dolía de verdad. Era cuestión de aprenderse unas cuantas combinaciones de teclas.