El Mundial de Fútbol de Putinlandia Rusia ya es historia y deja para la posteridad, amén del mejor campeonato que se recuerda desde México ´86, un ganador merecido. Francia se presentó a la cita sin contar entre los favoritos por estar ahí Messi o Neymar y acabó llevándose el título, gracias a un magnifico plantel de futbolistas cuyo pragmático estilo de juego tampoco les negaba la posibilidad de brindar espectáculo ocasionalmente. Ahora podrá alardear de tener cosidas al uniforme más estrellas que su vecino africano de la frontera sur; y todo apunta a que será así durante mucho tiempo, en vista de que Marruecos del Norte ha vuelto definitivamente a su mediocridad habitual una vez retirados (o fallecidos, como en el caso de Luis Aragonés) los artífices de la mejor época de su historia a nivel de selecciones.
Ganar un Mundial y dos Eurocopas seguidas estuvo muy bien, pero hace difícil gestionar la miseria posterior porque, como ya se han alcanzado metas que durante décadas parecían utópicas, uno acude a los grandes torneos pensando en la idea de, si no ganar, al menos hacer un buen papel llegando a las rondas finales. Los ingleses demostraron que, al menos en esta ocasión, no hacía falta un grupo de superdotados para lograrlo: les bastó con tener un buen portero, un buen delantero y cierto orden táctico para firmar su mejor actuación mundialista desde 1990. Pero España, en lo deportivo, no fue Inglaterra, y en lo demás volvió a demostrar al mundo por qué Madrid siempre estará más cerca de Rabat que de París: en otros rincones es impensable que el presidente de un equipo pretenda fichar a un seleccionador en vísperas de un Mundial, e igual de disparatado es que él acepte. Pero en España, hasta los aficionados miran antes por el interés de su club que por el de la Selección.
Muchas gracias, hijos de puta.
Como cada vez que se celebra un Mundial de fútbol, he dedicado parte de mi tiempo a jugar con algún programa de Spectrum basado en el «deporte rey». Una de esas costumbres atávicas, arraigadas, que por ser buenas no hay que perder y de la que he dado cuenta por aquí en más de una ocasión llegado el momento. En mi caso lo normal sería pasar el rato con Match Day 2, desde siempre mi favorito, jugando puntualmente con otros programas. Pero esta vez ha sido diferente porque me ha dado por jugar con su antecesor. Y no con el antecesor en que seguramente todos estarán pensando, sino con su versión destinada al Spectrum de 128 Kb: International Match Day.
Ni recuerdo cuándo fue la última vez que me lo puse, aunque jugarlo en ocasiones como la disputa de un Mundial esté justificado por su orientación, indisimulada a la vista de la coletilla añadida al título original. Lo cierto es que nunca lo jugué en tiempos del Spectrum, ni siquiera cuando pude disfrutar en casa de un modelo +128. Por entonces ya me había empapado con la versión «normal» de Match Day (la de 48 Kb) al extremo de que el juego dejó de cargar por el desgaste de la cinta donde lo tenía grabado, teniendo que pedírselo a una amigo para sacar otra copia. Entonces no conocía a nadie que tuviese un Spectrum de 128 Kb, y por añadidura ya sabía que adquirir Intenational Match Day de forma legítima (comprarlo, en palabras lisas y llanas) no salía a cuenta porque el juego no añadía nada respecto a la versión de 48 por lo que mereciese gastar dinero en él. Lo habitual tratándose de juegos destinados al Spectrum «grande» salvo honrosas y contadísimas excepciones.
Jugar con Match Day en cualquiera de sus versiones no es una novedad para mí, pero sí lo ha sido la forma de jugarlo, en el móvil y con un mando adaptado, de esos en los que «enganchas» el terminal para convertirlo en una videoconsola portátil, en este caso retro. Cuando del Spectrum se trata suelo jugar en casa y usando un teclado, que es a lo que llevo acostumbrado toda la vida porque jugar con joystick nunca se me dio demasiado bien y me siento extraño utilizando un pad moderno tipo consola. Qué quieren que les diga, para el Spectrum lo encuentro antinatural, no me adapto, así de raro funciona uno con sus asociaciones mentales. Pero la falta de tiempo para seguir tus costumbres te obliga a tomar decisiones si, como en este caso, te apetece jugar y pasas la mayor parte del tiempo fuera del hogar. Bondades de ese privilegio llamado «trabajo».
Cultura del esfuerzo. Ejemplo práctico.
Total, que «engancho» el móvil al mando, cargo el International Match Day, configuró las opciones a mi gusto y a jugar. Apunto alto, disputando un torneo en el máximo nivel de dificultad. Juego con Inglaterra porque así está preconfigurado cuando juegas tú solo contra la maquina y porque no me apetece cambiar los nombres que vienen por defecto, aunque Inglaterra siempre me haya caído bien como equipo pese a haber ganado un solo Mundial y encima con trampas. Es lo que tiene ser fan de tipos que nadie recuerda como Stanley Mathews o seguidor de equipos que representan al Londres más mierdoso como el West Ham United.
El caso es que no pasa mucho tiempo hasta que el programa me deja claro dónde está mi lugar, porque a la media hora del primer partido ya he encajado tres goles. Tras la reanudación consigo enmendarme, sobre todo al darme cuenta de que me manejo mejor con la cruceta del mando que con el stick analógico, y logro anotar dos tantos que el ordenador no tarda en devolverme poco después. Total: dos a cinco, un resultado que en mis buenos tiempos no habría ni concebido por ignominioso, pero que hoy puede considerarse digno habida cuenta de los años que llevaba sin jugar y de hacerlo usando métodos a los que no estoy acostumbrado. Primer partido, primera derrota y para casa, en un torneo ganado finalmente por… España. Resulta evidente que en el equipo no estaba De Gea. Ni tampoco Hierro «dirigiendo». Posteriormente, a base de partidos voy cogiendo el tranquillo y acabo hasta ganando algún torneo y todo. El que tuvo retuvo.
Pinche en la imagen para ver a De Gea en acción.
Independientemente de que hoy pueda parecernos muy elemental, por aquello de no poder realizar acciones tan básicas y habituales en un partido como hacer faltas, rematar de cabeza o mover al portero, Match Day significó un antes y un después para los videojuegos de fútbol, y no solo en el Spectrum. Con sus limitaciones, era mejor que cualquier otro anterior a él, demostrando que no era imprescindible reproducir todos los lances de un partido (faltas o cabezazos, repito) para transmitir sensaciones de verosimilitud cercanas a las de estar viendo fútbol por la tele, con el añadido de que esta vez la estrella del equipo eras tú. Algo que se agradecía especialmente si en la vida real eras un negado como futbolista.
En resumidas cuentas, Match Day daba el pego, y tuvo que pasar mucho tiempo para que alguien lo superase. Y cuando ese alguien lo hizo, resultó ser… su mismo autor, a quien paradójicamente no le entusiasmaba el fútbol. Sabiendo que todo lo que había al respecto era morralla, Jon Ritman pensó que crear un buen juego de fútbol supondría un reto interesante, una forma de poner a prueba sus habilidades alcanzando hitos a los que nadie antes hubiese llegado. Nada mejor que elegir algo difícil y aprenderlo bien para obtener satisfacción personal. Y aunque gente con el intelecto de Sergio Ramos pueda jugarlo hasta como profesional, el fútbol tiene sus cosas. O al menos cosas que hacen difícil plasmarlo en un ordenador como el Spectrum sin miedo a hacer el ridículo.
Desde ahora podremos decir «tiene cara de Fernando Hierro» cuando veamos a alguien superado por la responsabilidad e incapaz de tomar decisiones.
El truco residió en hacer un juego dotado con un atractivo gráfico razonable, pero ante todo divertido. Y a fe que lo era: partiendo de unos esquemas tácticos muy sencillos, porque la memoria del Spectrum no daba para muchos dispendios, el ordenador se convertía en un oponente muy meritorio en el nivel más alto, donde mostraba capacidad para darnos alguna que otra sorpresa de pillarnos con la guardia baja. No vamos a comentar nada sobre la posibilidad de jugar «a dobles» (dos personas una contra otra) porque a estas alturas de la vida todos sabemos lo que implicaba y todos tenemos batallitas que contar.
Luego estaban esos «guiños» culturales tan propios de Ritman y su sentido del humor, que no de la simpatía: de igual modo que más tarde trufaría Bat Man con referencias a la mítica serie televisiva de los sesenta protagonizada por Adam West, en Match Day utilizó como música introductoria de los partidos la sintonía de Match of the Day, el Estudio Estadio de la BBC. Y qué decir de la representación del campo y sus gradas, al más puro estilo de los clásicos estadios británicos con gradas de madera. Con su pretensión de superar todo lo visto hasta entonces en materia de juegos de fútbol para ordenadores domésticos, Jon Rtiman acabó programando el juego de fútbol «definitivo» (al menos hasta entonces) demostrando una vez más el inusitado potencial del Spectrum, capaz de todo en manos de alguien que supiese exprimirlo debidamente. Pero lo más importante era que al fin los británicos podían presumir de un juego de fútbol digno de tal nombre, algo que para ellos era casi una cuestión de amor propio siendo los inventores de este deporte y siendo el Spectrum, por añadidura, un ordenador nacido allí.
httpv://www.youtube.com/watch?v=BiVX9sgzhKk
Hola Leo,
Qué emulador utilizas en el móvil para dar vida a estas joyas del spectrum ?
saludos,
Spectacool.