Durante los últimos meses me he venido conectando regularmente al sitio web Microhobby Forever, que me parece uno de los más interesantes dedicados al Spectrum que se pueden encontrar a día de hoy en Internet. La a todas luces titánica (y desinteresada) labor llevada a cabo por los participantes en el llamado Proyecto Scanner que allí se aloja es digna de todas las alabanzas posibles. Este magnífico trabajo no sólo tiene interés de cara a conservar un material periodístico único, que recopila los orígenes de nuestra actual sociedad. También concede la oportunidad ineludible de acceder a ese material a quienes no pudieron disfrutarlo en su día por cualquier motivo, que en mi caso fue puramente monetario: la periodicidad semanal de la mítica Microhobby la hacía prohibitiva a mi escasa asignación semanal de entonces. Aunque en su momento tuve ocasión de leer algunos números de la revista en casas de amigos que me prestaban un ejemplar, es ahora cuando puedo regodearme disfrutando con la lectura de aquellas auténticas joyas, aunque sea on line. Entrar en esa web es como pasar las puertas de un mundo mágico que te atrapa sin remisión, y reconozco que alguna vez he llegado a comer o a cenar delante del PC mientras me leía la revista de turno. No me avergüenzo por ello.
Inspirado de algún modo por mis visitas a Microhobby Forever, durante este verano retomé la lectura del material sobre el Spectrum y otros artefactos que, durante años, he tenido cuidadosamente guardado en estantes y armarios. Tampoco era la primera vez, desde luego, porque a veces siento el “gusanillo” de desempolvar las viejas lecturas sobre informática prehistórica que tengo en casa, sumergiéndome nuevamente en los tiempos de cuando era crío y cosas como DOOM 3 no se me pasaban ni por la imaginación.
Hablamos de una época, los primeros años ochenta del pasado siglo, en que la revolución informática se desperezaba en Europa. Por supuesto no existía Internet, y la TV y demás medios de desinformación general apenas se hacían eco de lo que acontecía alrededor de la informática, salvo para dar a entender que la perniciosa posesión de un ordenador personal podía inducir a los jóvenes a cometer todo tipo de desmanes contra la maravillosa sociedad de sus mayores. Más o menos como ahora, vamos. Con semejante panorama, la única alternativa razonable quedaba en manos de libros y revistas especializadas, con las que uno se las tenía que arreglar para cubrir el vacío de conocimientos y el hambre de novedades que dejaban los manuales, generalmente sucintos, incluidos en el embalaje del ordenador.
The complete Spectrum ROM disassembly (1983), uno de los primeros y más famosos libros dedicados a extraer todo el jugo al invento de Clive Sinclair.
El Spectrum supuso una revolución total en la manera de ver y entender el concepto de “informática doméstica” dentro de las fronteras europeas. En todos los aspectos, incluido el de las publicaciones de material impreso específicamente orientado al mundo de las computadoras personales. El “boom” que supuso la rápida propagación del Spectrum en el hogar, unido a la falta de material adecuado con el que aprender a sacarle partido y estar al tanto de las últimas noticias, hizo que muchas editoriales se lanzasen a la palestra para cubrir esa deficiencia. En poco tiempo comenzaron a proliferar en quioscos y librerías decenas de publicaciones de diverso pelaje, a las que muchos acabaron debiendo (y aún deben) el haber encontrado su vocación y un oficio con el que pagar los garbanzos del desayuno. Yo mismo tampoco fui ajeno al fenómeno y aunque “tarde”, también acabé convirtiéndome en comprador de revistas de ordenadores dentro de lo que mis posibilidades económicas permitían. El lamentable manual del Gomas, que en su versión castellana era verdaderamente infame, no te dejaba otra salida.
Sin embargo ya hacía tiempo, mucho antes de que me comprasen el Spectrum, que yo había comenzado a construir mi colección de libros y revistas de informática. Desde hacía unos años mi familia acostumbraba a veranear en Portugal, país que en aquella época tenía unos precios bajos que posibilitaban unas vacaciones relativamente asequibles. Y allí fue donde me compraron mi primer libro sobre ordenadores, en una librería de Lisboa allá por 1981. Se llamaba (y se llama porque todavía lo tengo) Computadores, y aún hoy resulta ideal para que los niños y los no tan niños aprendan los rudimentos de la informática de un modo sencillo y divertido, porque además está profusamente ilustrado a todo color. Aunque por esa época no tenía excesivos problemas para entender el portugués, idioma que resulta relativamente sencillo sobre todo en formato escrito, años después me compraría ese mismo libro en castellano para completar una colección de libros para niños editada en España por SM / Plesa.
Los dos libros frente a frente. A la izquierda en castellano; a la derecha en lusitano.
Estaba claro que no pasaría demasiado tiempo hasta que en mi casa hubiera un ordenador. Mientras mi viejo iba ahorrando el dinero necesario fuimos “picoteando” algunas publicaciones sobre ordenadores; en su mayoría totalmente olvidadas o perdidas, pues en general se trataba de revistas o libros en inglés que prestaban a mi padre algunos amigos que por aquel entonces tenía en la base aérea de Torrejón de Ardoz, en Madrid. Era algo totalmente ridículo, pues ni yo ni mis hermanos entendíamos una puñetera mierda de inglés y la “lectura” se reducía básicamente a contemplar las imágenes (cuando las había) de los libros. Absurdo. La única información en castellano que recibíamos provenía de la revista Popular Mechanics, que mi padre compraba entonces en su edición para Centro y Sudamérica (por tanto traducida al castellano), y que durante décadas se vendió regularmente en quioscos de toda España. Gracias a esa revista pudimos conocer de primera mano máquinas legendarias que aquí solo se veían en las películas de Hollywood como la Atari VCS, el VIC 20 o el Imsai 8080, el ordenador personal que tiene en su habitación el protagonista de la película Juegos de Guerra. Desgraciadamente, la información proporcionada por aquella revista en lo que a informática se refiere era más bien escasa.
Tito Clive y sus locos cacharros, portada de Popular Mechanics en marzo de 1975.
Por fin, durante los últimos estertores de 1983 llegó el Spectrum a mi casa. Ni que decir tiene que el manual del ordenador fue la primera publicación que tuve sobre la máquina, aunque había un pequeño problema: como nos habían traído el ordenador desde Inglaterra era evidente que toda la documentación del artefacto, manual incluido, estaba en la lengua del Shakespeare ese. Entonces seguíamos sin tener ni puta idea de inglés, aunque afortunadamente ya conocíamos a algunos propietarios de Spectrum en Madrid. De este modo no resultó muy complicado pedir el manual del trasto para “fusilarlo” en la fotocopiadora más cercana. Supongo que esperábamos que de esta forma nuestros apuros serían cosa del pasado, y que sacarle jugo al ordenador sería cuestión de tiempo porque, visto el grueso del manual, debía ser lo bastante completo y claro como para exprimir el Spectrum sin necesidad de más gastos en “papeles”.
Craso error, amigos míos. En una hipotética competición para dilucidar los peores libros de toooooda la historia, el manual de los primeros Spectrum figuraría por méritos propios en los puestos más altos. Era verdaderamente infumable oigan, al menos a mi modesto modo de ver. Además, y como pude comprobar años más tarde, la traducción al castellano del manual original inglés resultaba apestosa, algo que desgraciadamente sigue siendo norma habitual a día de hoy. La letra, dispuesta en plan “detergente concentrado”, pequeña, fina y con las letras muy juntas, convertía a este engendro en algo bastante incómodo de leer. Como por añadidura no había ni un puto dibujo en las aproximadamente trescientas páginas de pestiño, ya os podéis imaginar el infierno que suponía la lectura y comprensión de semejante bodrio. Aún hoy achaco a ese manual y a su lectura obligada, impuesta por mis padres para que no dedicase aquel carísimo Spectrum a la inútil tarea de matar marcianos, el odio visceral que tengo a eso de programar un ordenador.
Marlon Brando decía en Apocalyse Now que el horror tiene cara. En este caso también tiene páginas. Muchas páginas.
El caso es que todavía conservo aquel manual fotocopiado, que cual diabólico Grimorio descansa en un estante de mi habitación. Por desgracia, el manual original de mi Gomas, el inglés, tuvo un final mucho más trágico e inadecuado: acabó ¡en la basura! al poco tiempo de comprar el ordenador y conseguir la versión traducida; dimos por hecho que nunca nos sería de utilidad. Un auténtico sacrilegio, cierto, pero era lo que pensábamos en aquel momento. No obstante sí conservé un curioso catálogo de software que venía en el embalaje original del ordenador, fechado en junio de 1983. Una verdadera joyita.
El famoso catálogo y su interior, con The Hobbit presentado a lo grande y los precios convertidos de libras a pesetas de 1983.
Resulta increíble pensar que hubo una epoca donde la información realmente NO se podia conseguir, que todo lo recibiamos a cuentagotas y segun lo que quisieran publicar las revistas/libros que muchas veces no se podian conseguir… en fin.
Se podran decir muchas cosas malas de internet, pero es una de las mejores cosas que nos ha dado la tecnología.
Jose: Totalmente de acuerdo. Internet es el equivalente al invento de la rueda en el siglo XXI.