Hará cosa de un mes les conté que mi novia me había regalado un Spectrum Vega por mi cumpleaños, y que tras darle caña durante un tiempo publicaría mis impresiones en un artículo que decidí dividir en dos partes, más que nada para no cansar a la gente con un chorizo digno del Jot Down. Tras un primer análisis «a chisme parao» toca ahora ponerse a jugar de verdad para llegar a una conclusión definitiva. ¿De verdad vale la pena este cacharro? Veremos.

Ese oscuro objeto del diseño.

Hay que empezar reconociendo lo evidente: en lo que a ergonomía respecta, el Vega no es un mando de Playstation. Ni siquiera de una One, aunque eso está más que justificado tratándose de una consola que busca, en su diseño, imitar al Spectrum todo cuanto sea posible sin renunciar a una personalidad propia ni a la modernidad vigente hoy día, todo un reto para cualquier diseñador. Al menos el tamaño de la carcasa resulta adecuado y se agarra bastante bien con las manos, no creo que en ese sentido ofrezca mayores ventajas o desventajas que los mandos de cualquier videoconsola. El defecto, al menos en esta fase inicial en la que nos disponemos a jugar por primera vez, está en la distribución de los botones. El control principal no plantea problemas: es grande, y la separación de los mandos que dan forma a la cruceta es también la adecuada.

Igual sucede con los cuatro botones situados a su derecha, grandes y notorios al tacto, pero cuya distribución se antoja un tanto aleatoria y poco ergonómica al estar dispuestos en cuadro y tener todos la misma forma, lo que al principio genera alguna confusión cuando queremos localizar uno de ellos sin mirar directamente. A lo mejor es que estamos demasiado acostumbrados a la disposición en forma de cruz propia de los mandos de una consola del tipo de una Play o una Xbox, que junto al hecho de estar identificados por símbolos muy sencillos son toda una bendición para la memoria asociativa. En un juego tipo «mata – mata» no plantea mayor problema, pero cuando se trata de cosas más complejas la «usabilidad» del Vega se resiente, al menos mientras nos vamos quedando con la copla. Al final se acostumbra uno, pero habría sido deseable, por ejemplo, que cada botón tuviese un relieve propio fácil de identificar al tacto como en un teclado braille.

«¿Veis? Sin mirar. Quejicas, que sois unos quejicas».

Las cosas se complican cuando bajamos los dedos (o la vista) para usar la botonera secundaria, compuesta por cuatro minúsculas teclas todas ellas iguales, identificadas con letras de la A a la C más una tecla M para acceder a determinadas funciones, tanto desde el menú principal como con un programa en ejecución. A priori no sospechas nada, pero el diseño es tan torticero que casi da grima tener que echar mano de cualquiera de esos botones. Si tienes las manos grandes como palas y dedos a juego, vas listo. Con semejante cúmulo de circunstancias, acciones que deberían ser rápidas e intuitivas como pausar un juego se complican innecesariamente, e implican perder unos segundos preciosos que pueden costarnos caro en el fragor de una batalla contra las hordas enemigas.

Cuestión de imagen.

Pasemos a lo realmente importante aquí, que es jugar. La carga de cualquier programa es instantánea, ya figure entre los que van incluidos directamente en la consola o lo hayamos grabado nosotros mismos en una tarjeta microSD. Aprovechando ahora que dichas tarjetas salen a colación, diremos que incluir una en el Vega es una opción poco menos que obligatoria porque permite, además de grabar nuestros propios juegos, grabar una partida para retomarla después y hasta reflejar un récord de puntuación. El Vega admite una microSD de hasta 32 Gb, pero a sabiendas de que todo el catálogo de software del Spectrum cabe en un CD, resulta evidente que la tarjeta más pequeña a la que podamos echar mano basta y sobra.

En mi caso utilizo una de 8 Gb que tenía guardada por ahí tras hacerle una ampliación al móvil. A la hora de guardar juegos en ella hay que tener en cuenta que no sirve cualquier formato: el Vega solo admite ficheros .tap, .z80 y .szx, que según las instrucciones son los que mayor grado de compatibilidad ofrecen. Algo a tener muy presente porque puede darse el caso de que que muchos juegos grabados en formato .tap no sean ni detectados por la consola. Toca buscar ficheros compatibles en Internet o utilizar un programa que permita la conversión en masa de estos al formato que nos interese. Un coñazo, vaya.

Al lanzar cualquier programa de los incluidos con el Vega aparece ante nuestros ojos un croquis de los controles, adaptados al mando para que nuestra única preocupación sea jugar sin necesidad de configurar nada (en el juego no hará falta elegir el método de control). Si se nos olvida algo,en el transcurso de la partida es posible pedir ayuda usando la botonera inferior para mostrar nuevamente el croquis. Desde ella también es posible pausar el juego, grabarlo, salir al menú principal o acceder a alguna curiosidad estrafalaria de este chisme como el teclado virtual, que explicaremos más adelante.

Lo primero que llama la atención nada más empezar a jugar es la imagen, pero no necesariamente por su calidad. Acostumbrados como estamos a lo que ofrece cualquier artefacto moderno conectado a un televisor, un monitor e incluso un smartphone modesto, la calidad de imagen ofrecida por el Vega es, en comparación, muy deficiente. Falta definición, se nota como un parpadeo y con el tiempo puede aparecer fatiga visual, siendo conveniente tomarse un descanso de vez en cuando. Por momentos te sientes como cuando de pequeño tus padres te dejaban solo en casa y podías conectar el Spectrum a la tele grande del salón, porque todo tiene la misma pinta que entonces. Es una sensación rarísima, y cualquiera diría que los creadores del Vega lo hicieron aposta. Sólo nos falta leerlo en la próxima entrevista: «Lo habíamos pensado así», dirán. Yo por supuesto entiendo que no, pero la realidad es que ese defecto, que muchos considerarían intolerable con razón, contribuye de alguna forma a que la emulación del Spectrum sea, literalmente, perfecta. Nuevamente es raro, pero es así.

Incluso sin entrar en el tema de la imagen, la emulación no puede ser más perfecta. Todos los emuladores por software que conozco y que utilizamos para jugar con el Spectrum si no tenemos uno, vienen con algún lastre que penaliza su disfrute, aunque sea pequeño. La mayoría flaquean con el sonido, que en muchos casos no se escucha como en un Spectrum de verdad. En otros se producen parpadeos que a veces incluso impiden jugar… etc, etc, etc. Defectos pequeños y que apenas empañan la calidad general de estos programas, pero que existen y están ahí. Aquí no encontraremos nada de eso.

La emulación, repetimos, es perfecta. La imagen incluso se adapta a un televisor 16:9 sin que parezca achatarse o sin que veamos bordes negros en los laterales, que es lo que sucede cuando juego con el Marvin del stick TV que tengo enganchado al mismo televisor que el Vega. Hablando de bordes, y más exactamente del border característico del Spectrum, aquí no lo podremos quitar. Seguro que más de uno querría. De hecho, cualquiera en su sano juicio que utilice un Spectrum emulado para jugar o lo que sea los quitaría, pero el Vega no pretende emular a un Spectrum sino «ser» un Spectrum. ¡Hasta en los defectos!

Venga, dime de una vez qué tal se juega.

Pues se juega bien, para qué engañar. Pero con matices. Ya dijimos que el Vega es una videoconsola orientada a personas maduras con demasiadas cosas en que pensar y escaso tiempo libre. Lo que le viene bien a este artefacto son los arcades, juegos sencillos para echar un rato mientras el pollo con patatas se asa en el horno o esperamos a que empiece en la tele el partido de fútbol. El Vega se adapta a ellos como un guante, resultando muy cómodo de manejar. Dicho en otras palabras, nuestra habilidad en algo como Jet Pac no mermará utilizándolo en lugar de un ordenador con teclado.

La cosa cambia si queremos «complicarnos» la vida con una videoaventura, un simulador o cualquier programa cuyo manejo en un Spectrum auténtico requiera de muchas teclas, porque entonces el Vega nos mostrará rápidamente sus limitaciones. En Flight Simulator (de serie con la máquina), hace falta pulsar uno de los minúsculos botones de la parte inferior del chisme para acceder a un menú y activar un «control secundario», que permite cambiar la funcionalidad del pad y los botones principales para, por ejemplo, subir y bajar el tren de aterrizaje del avión. Dicho así parece un sin dios y en verdad lo es, porque el cambio no es sencillo ni rápido y nos faltará tiempo y paciencia para dominarlo. Porque lo más seguro es que nos sintamos desconcertados primero, frustrados después, y finalmente decidamos abandonar para siempre por el bien de nuestros nervios.

Y hablamos de un juego cuyos controles vienen ya mapeados de fábrica. En los almacenados por nosotros en la microSD tendremos que programar el mapeo, y es un coñazo desalentador. Imaginen tener que hacer esta tarea para jugar con Elite, por ejemplo. O con That´s the Spirit, esa esperpéntica mezcla de aventura gráfica y conversacional. En un arcade no nos hará falta, al menos en principio: dado que la inmensa mayoría de juegos para Spectrum disponen de una opción para joystick Kempston, si no queremos perder el tiempo mapeando teclas bastará con seleccionarlo, ya que el Vega lo puede emular sin problemas.

Y ya que hablamos de conversacionales, toca comentar qué tal se juega con ellos en un Vega. Y la verdad es que tampoco en este apartado se puede decir que la consola salga bien parada. El Vega dispone de un teclado virtual accesible desde un menú, pero ni de lejos se parece al de (por ejemplo) una Play 3. Si escribir en una consola puede producirnos un sarpullido, con el Vega nos llevará de cabeza a un sanatorio mental. Activando la opción correspondiente del menú in game el teclado del Spectrum no aparece sobreimpresionado entero en la pantalla, sino que en la parte inferior de esta se muestran una serie de indicaciones para moverse por cada fila con el pad y «pulsar» la tecla seleccionada con el botón de disparo. Un método confuso (en especial al principio), poco intuitivo y sobre todo lento, que desaconseja vivamente su utilización para cualquier cosa. No digamos ya escribir frases en aventuras de texto, que se convierten en un tostón mayor de lo que siempre han sido.

Imagen representativa del teclado virtual de un Vega.

Entonces qué, ¿vale o no vale la pena?

En pocas palabras: NO. Llegados a este punto alguno se preguntará a qué viene soltar una chapa que por su extensión podría competir con cualquier bodrio de Ken Folett. Verán, es que me apetecía escribir. Otro día les pondré fotos de gatos, que es lo que lo peta de verdad en esta web, pero ahora no es momento para sacar los pies del tiesto. El Spectrum Vega ha sido un éxito, algo sorprendente visto lo visto, pero hay razones que lo fundamentan y que van un poco más allá del simple hecho de que Internet esté a reventar de freakies que han desarrollado alguna tara mental por no follar y han de compensarla de alguna manera.

Tal vez la principal resida en que el Vega es como el Spectrum mismo, que a fin de cuentas es lo que busca ser. Porque el Spectrum era una caca pero una caca simpática, como las que salen en Dr. Slump. Estaba lleno de defectos. Muchos. Demasiados si tenemos en cuenta lo obtenido a cambio de su elevado precio (sí, en sus primeros años de vida el Spectrum era carísimo), pero tenía un aire entrañable que al final hacía que le cogieses cariño, y esa es precisamente una de las bazas con las que juega el Vega, con una llamada complementaria a la nostalgia. Es algo que quienes lo venden tienen muy claro, y así lo aprovechan en campañas publicitarias como esta:

Sin embargo hay que recordar que no estamos en 1982 y el mundo, aunque no lo parezca, ha progresado algo. Quien esté pensando en regalarle el Vega a algún amigo o familiar, o incluso comprarlo para sí mismo, antes debería consultarlo con la almohada. Yo no creo que sea, literalmente, una mala adquisición, y menos un mal regalo; pero es comprensible que su desmesurado precio resulte un hándicap excesivo para cualquiera, sobre todo teniendo en cuenta que un stick TV con Android sale más barato incluso tras añadirle una memoria lo más grande que podamos imaginar y un buen teclado inalámbrico, admitiendo emuladores gratuitos como el Marvin que funcionan muy bien, y que para el caso de servir como regalo se pueden preinstalar en el sistema antes de ponerle el lazo a todo.

En el caso del Vega, el factor precio es como tener una balanza y poner un pedrusco en un platillo para equilibrar el peso de una pluma. Con un precio más bajo sería posible pasar por alto sus deficiencias y centrarse en lo bueno de este cacharro tan especial, con el que es muy fácil pasar un rato divertido sólo o en compañía de amigos.

Sir Clive Sinclair imita a Willy Wonka.

2 thoughts on “Zurrando (que no jugando) al Vega: Segunda parte”
  1. Maldición! como casi siempre estoy de acuerdo contigo!
    Sólo un apuntillo sobre la emulación, aunque es realmente buena hasta donde he probado (juegos solamente, ninguna demo que suelen ser más puñeteras con temas técnicos de timming y cosas así) ha funcionado todo, excepto el rtype… salen unos cuadros en pantalla parpadeantes (los atributos del spectrum) y, chocas con ellos… es injugable. Pero vamos, es el único que no ha funcionado, aunque tampoco he hecho unas pruebas exhaustivas..
    Como siempre, buen análisis.

    Saludos

  2. Gracias. lo que comentas del R-Type quizá se deba a la versión del fichero que estés utilizando. A mí me ha ocurrido algo parecido con ciertos .TAP descargados de Internet, pero probando a bajarse el mismo fichero de otro sitio queda arreglado.

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