La semana pasada, utilizando mi cumple como excusa me decidí a comprar Pyongyang, obra del dibujante canadiense Guy Delisle que un colega me dio a conocer durante un cónclave de fans de Doctor Who celebrado en Madrid. A consecuencia de la precariedad tan habitual en su oficio, Delisle se ha visto obligado a recorrer el globo durante toda la vida en busca de trabajo, y eso le ha conducido ocasionalmente hacia destinos cuanto menos pintorescos. Pyongyang no es sino la representación en forma de cómic de un episodio real en la vida del propio autor, que se pasó varios meses currando como supervisor de animación en la capital del cerrado y tiránico régimen norcoreano. Una magnífica historia que refleja de un modo muy curioso, con humor y una buena dosis de irónica mala milk, las locuras e incongruencias de la última dictadura estalinista del planeta, la única además con carácter hereditario, que no se limita a ejercer la violencia típicamente física de cualquier régimen totalitario que se precie, sino que va mucho más allá y aplica a sus súbditos un tipo de violencia psicológica nada sutil, que desde luego acaba resultando mucho más aterradora.

Nos guste admitirlo o no, la violencia en cualquiera de sus formas es un instinto primario que siempre ha fascinado al ser humano. Los romanos se ponían burros viendo a dos tipos atizándose a muerte en la arena del Circo; en la Edad Media ser caballero y repartir estopa portando una refulgente armadura era lo más de lo más; y hoy día las historias relacionadas con dictadores y sus regímenes generan siempre un gran interés. Mucha gente se siente atraída por las figuras de grandes sátrapas que suelen estar asociadas, sobre todo, a grandes concentraciones de poder. Un poder absoluto como resultado de la aplicación de la violencia que hace que para muchas personas resulte muy atractivo convertirse en un dictador, aunque sea dentro del limitado ámbito de los videojuegos.

Descontados wargames u otros juegos de estrategia, son muy pocos los juegos de acción que nos han permitido ejercer como algo parecido a un tirano al uso. En el Spectrum el único ejemplo que consigo recordar ahora mismo es el de Beach Head II, con el que he estado echando alguna partidita en los últimos días. Un arcade en toda regla que tenía esa rara particularidad de poder elegir entre jugar con los buenos o con los malos. Los buenos, denominados “Aliados”, debían infiltrarse en el indeterminado territorio del dictador para llevar a cabo una peligrosa misión de rescate de rehenes. El dictador y sus ejércitos, por supuesto, debían evitarlo a toda costa. A lo largo de cuatro fases bastante largas y un poco descompensadas entre sí, ambos bandos libraban una encarnizada lucha en la que no sólo era posible que dos personas se enfrentasen entre sí al mismo tiempo (nada de turnos alternativos, algo poco habitual más allá de los videojuegos deportivos), sino que podían elegir con qué bando participar.

Beach Head II fue la consecuencia inevitable del éxito de Beach Head, hasta entonces el juego más vendido del nutrido catálogo de U.S. Gold, firma creada en Gran Bretaña para importar videojuegos yanquis y publicar conversiones de estos bajo licencia, subcontratando para ello a grupos independientes de programación. Desde entonces la compañía había distribuido una enorme cantidad de productos caracterizados en su mayoría por su insulsez: sin ser malos tampoco es que destacasen especialmente por nada. Beach Head y su continuación tampoco se salieron demasiado de la norma y no eran juegos de baja calidad, pero para el momento en que el primer capítulo vio la luz en el Spectrum (1984) la competencia ya le había puesto el listón muy alto. No digamos en 1985, año en que se publicó la secuela y que asistió a  muchos de los mejores lanzamientos vistos nunca para el micro de Tito Clive.

El juego está entre lo mejorcito que U.S. Gold publicó para el Spectrum en toda su historia junto a la conversión de Gauntlet, que llegaría un año más tarde y que se convertiría (merecidamente) en su gran jitazo. Una vez más el juego no obnubilaba por nada en especial y técnicamente estaba en la media de lo que se publicaba en aquel momento. Pero tenía esa peculiaridad de permitir una partida simultanea entre dos jugadores y esa otra peculiaridad de poder jugar encarnando al malo de la peli, ya explotada por la casa con Bruce Lee pero ahora abordándola desde un punto de vista totalmente diferente. Al menos en esta ocasión las posibilidades de victoria estaban bastante parejas e incluso la balanza se inclinaba a veces del lado del malo; por ejemplo en la segunda fase, donde los aliados han de sudar sangre para sacar de la cárcel a un puñado de rehenes. Esta y la primera son sin duda las fases más entretenidas de un juego que acaba por hacerse tedioso al final, cuando la lucha entre los contendientes encaramados a sendas plataformas puede llegar a producir momentos soporíferos, pero también momentos de euforia desmedida cuando logramos derribar a nuestro enemigo.

Video de demostraçao.

Resumiendo, un invento creado por el mismo equipo que parió, además del primer Beach Head, esa obra maestra de las medianías que es Raid over Moscow; y que  lo hizo siguiendo las mismas pautas de discreta asepsia y discreta mediocridad que en los casos anteriormente citados. Es una lástima que Kim Jong-il no fuese tan conocido y popular en 1985, porque si los autores de Beach Head II le hubiesen otorgado el papel del dictador y hubiesen situado la acción en Corea del Norte, a muchos se nos habría puesto tiesa sólo de pensar que podríamos encarnarle para liarnos a tiros contra los adalides de esa democracia (?) que nos ha traído la crisis.

¡Adoremos todos al Querido Líder!

4 thoughts on “«Yo elijo ser dictador, tío»”
  1. Yo tengo ese libro, es una autentica pasada y fiel reflejo de lo que sucede allí. Muy buen apunte, si señor !!

  2. A ver si consigo ese comic, que tiene buena pinta.

    Sobre el Beach Head, el I fue uno de mis primeros juegos de C64, incluso hice mi propia version en BASIC de la parte de los barcos, cuantos recuerdos 🙂

    Y el Raid Over Moscow tambien fue uno imprescindible, al que llegué al final 🙂

  3. Jose: El cómic es fácil de localizar: lo puedes encontrar en casi cualquier librería medianamente grande, hasta en el FNAC. Además el precio es asequible para lo que se estila en el mundo del cómic.

    En todo caso, se trata de algo que no te debes perder.

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