Pero un amoto la mar de guay. Concretamente este:
En abril de 1984 Amstrad PLC presentaba su nuevo ordenador personal, el CPC, y cumplía así el sueño de Alan Sugar de competir de tú a tú con los gigantes de la informática doméstica. Sinclair y Commodore dominaban Europa con sus máquinas y no pocos desconfiaban de un aparato que desembarcaba quizás algo tarde, en medio de un panorama de saturación en el mercado. Pero no contaban con Alan Sugar, un hombre hecho a sí mismo que había empezado vendiendo fruta con una camioneta desvencijada hasta levantar un imperio que entre 1980 y 1983 aumentaba sus beneficios una media del 50% anual. Su empuje y el trabajo a destajo del jefe de diseño Roland Perry, que lideraba un equipo muy reducido de personas, hicieron posible lo imposible y en tan solo ocho meses dieron la vuelta a un proyecto que había echado a andar como una pesadilla cuajada de problemas aparentemente irresolubles. El Amstrad CPC funcionaba, pero ahora tocaba la parte más difícil del reto: venderlo. Y venderlo bien, claro. Para ello, la empresa se curró una demo específica para los ordenadores expuestos en tiendas y almacenes y así llamar la atención del comprador potencial. Era una idea casi tan novedosa como el propio ordenador, cuya robusta y elegante carcasa “todo en uno” enseguida se convertiría en una seña de su identidad. La estrategia funcionó: el CPC se produciría hasta 1990, vendiendo alrededor de tres millones de unidades en diversas variantes.