Aunque jamás en la vida tuve interés por estudiar Publicidad, reconozco que ese mundo (el de la publicidad) me llama la atención por diversos motivos. Cineastas como Ridley Scott o Michael Cimino empezaron sus respectivas carreras haciendo anuncios, y el éxito obtenido con ellos les permitiría luego saltar a la gran pantalla.

Alguien me dijo en una ocasión que el arte de la publicidad consiste en convencer a la gente para que compre en masa productos que en realidad no necesita, lo que en el contexto de una sociedad abrumadoramente audiovisual como la nuestra no resulta fácil. En muy poco espacio, has de transmitir un mensaje lo bastante impactante como para convertir en imprescindible lo innecesario, y en esta labor los publicistas británicos y americanos fueron ases durante muchos años. Expertos en llamar la atención hasta niveles casi irreverentes, su trabajo solía ser la comidilla de todo festival publicitario internacional digno de tal nombre. Con la llegada de los videojuegos, tanto unos como otros vieron una oportunidad de oro para seguir demostrando su valía por obra y gracia de un mercado nuevo, inexistente hasta entonces, necesitado en consecuencia de una publicidad distinta para capar la atención de un público diferente, en su mayoría adolescente y de mente abierta (en más de un sentido), que consideraba aceptables mensajes que provocarían estupor entre sus mayores. El pequeño tamaño del negocio hizo el resto, incapaz aún de provocar las escandaleras que generaría en un futuro, por mucho que ya al inicio de los ochenta quien más o quien menos empezase a compararlo con el del cine.

El adjetivo «grimoso» definido en términos publicitarios.

Todo este rollo viene a cuento porque me he pasado los últimos días dedicando un rato a visitar Old Videogame Advertisements, un gigantesco almacén de publicidad retroinformática y retrovideojuguil. Por tamaño (casi 800 páginas y subiendo, con 15 imágenes cada una) podría sugerirnos cualquier resolución judicial, pero por fortuna la web está bien estructurada y dispone de un potente buscador que nos permitirá localizar aquello que nos interese para conocer (o recordar, según el caso) tiempos más inocentes y seguramente también más divertidos. Porque en el actual clima de «corrección política», auténtica dictadura orwelliana que impone severas reglas no escritas para evitar ofender a algún colectivo de gente amargada y con demasiado tiempo libre, sería impensable ver anuncios como este:

Fomentando el alcoholismo desde la más tierna adolescencia. 

O como este otro:

«Prefiero follar con mi ordenador antes que contigo».

Claro que también podemos encontrar anuncios más simpáticos incluso desde la perspectiva de nuestro retrógrado siglo XXI, con buenos ejemplos de lo que ha de tener ese «mensaje impactante» que debe buscar todo hábil publicista:

En lo referente al Spectrum, esta magnífica web también le reserva un hueco, faltaría más, aunque no es tan amplio como el destinado a otros sistemas ni tan exclusivo, pues casi todo el material recopilado también hace referencia a otros sistemas. En su mayoría se trata de los clásicos anuncios con la portada del juego y su precio, acompañados de algún eslogan impreso en letras bien grandes para llamar la atención de la forma más simple y directa posible. Todo queda en la posibilidad de disfrutar viendo imágenes impactantes a tamaño king size, como en el caso de las extraordinarias ilustraciones diseñadas por Bob Wakelin para los juegos de Ocean Software, en muchos casos mejores que el juego en sí y que a veces jamás llegaron a ver la luz. Como por ejemplo esta imagen de Miami Vice, el juego basado en la famosa serie de TV auspiciada por Michael Mann. Como de costumbre Wakelin se encargó de dibujar la portada destapando su particular tarro de las esencias, pero el gilipollas de Don Johnson pensó que no salía favorecido y, a través de su representante, obligó a cambiarla por otra que, siendo sinceros, era mucho más apropiada para la mierda de juego que resultó ser.

«Dientes, dientes, que es lo que les jode».

En resumen, una ocasión magnífica para disfrutar hasta el empacho con un material espléndido, como norma general de una gran calidad. No ya porque esté disponible «a lo grande» y en cantidades industriales (recuerden que son casi 800 páginas), sino porque ilustra, nunca mejor dicho, una época de nuestra historia reciente hoy olvidada, pero clave para entender las bases de un negocio que hoy es más grande que los del cine y la TV juntos. Y guste o no, la publicidad es responsable de ello, al menos en parte.

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