1988 fue, entre muchas otras cosas, el año del cómic en el Spectrum. Si bien el micro de Sinclair ya había visto desfilar por sus tripas a personajes como Asterix o Batman, además con brillantez, el lanzamiento de Garfield durante el primer trimestre puso de relieve que, con un poco de ingenio, hasta era posible aprovechar las carencias del sistema para ofrecer una aproximación bastante fiel al cómic original, con resultados superiores a los de otras versiones destinadas a máquinas mucho más potentes. Su éxito no produjo una avalancha de imitadores, pero animó a otros a seguir el camino marcado y en los meses siguientes llegaron nuevos juegos del mismo estilo, que buscaban la máxima aproximación a los comics en los que se basaban aprovechando que sus autores los dibujaban enteramente en blanco y negro.
Samurai Warrior es un ejemplo de aquella tendencia, y posiblemente también sea el mejor. Aprovechando que el cómic original de Stan Sakai era casi desconocido en Europa, Ross Harris y Dave Semmens de Source Software facturaron un producto que a lo tonto parecía una creación enteramente suya (no se hace referencia a su verdadero origen ni en las instrucciones). Al menos en España, donde aún habría que esperar varios años a que el manga y las novelas gráficas provenientes de Estados Unidos se pusieran de moda. Es lo que tenía el mundo previo a Internet, donde el intercambio cultural resultaba más dificultoso y se propiciaban movimientos como este en los que, si bien no se engañaba a nadie (la licencia del juego es legal y todo eso), se aprovechaba un poco la ignorancia del público y en especial de los chavales para “venderles la moto” haciendo pasar por original un juego que realmente no lo era tanto, ya que estaba basado en un cómic americano que no se mencionaba por ningún lado. Hay que reconocer no obstante que estamos ante el mejor trabajo de Source Software, sello especializado en esos programas que yo llamaba “de siete sobre diez” y que, sin ser malos ni mucho menos, tampoco deslumbraban por nada.