La revista Micromanía viene siendo tema recurrente en esta web casi desde siempre, sobre todo ante fechas señaladas tal que aniversarios. Lo fue en 2005 coincidiendo con el vigésimo cumpleaños de la publicación; volvió a serlo en 2010 cuando celebró sus bodas de plata y lo es ahora, treinta años después de la llegada a los quioscos del primer número.
Para la mayoría de españoles que durante los ochenta trastearon en casa con ordenadores como el Spectrum, Microhobby es la revista. Así, resaltado en negrita y aún más: subrayado para no dejar lugar a dudas. Pero para quien esto escribe ese papel lo cumplió Micromanía (perteneciente a la misma empresa editora), y fue así por un cúmulo de razones muy concretas. Su periodicidad mensual se adaptaba mucho mejor a mi exigua economía, dependiente de las dádivas de unos padres no muy propensos a soltar dinero para que su hijo lo gastase en “chorradas”. No se centraba sólo en el Spectrum, lo cual estaba bien para conocer cómo era el mundo más allá de los dominios del Tío Clive y sus cacharros. Pero sobre todo, y lo más importante: trataba exclusivamente de videojuegos. De principio a fin. Y eso no tenía precio para quienes nos gustaba (y nos gusta) jugar con el ordenador. Por todo ello Micromanía rompió esquemas y gracias a ello es por lo que ha pervivido hasta hoy, superando toda expectativa dentro de un mundo convulso, cambiante, en el que las redes marcan el paso a seguir pero sin tener muy claro en qué dirección.
En el momento de escribir esto, ando leyéndome la colección de “Micros” de la Segunda Época, aquellas con formato tabloide que tanto costaba guardar debido a su gran tamaño y que, como sus antecesoras de la época anterior, revolucionaron los quioscos. Son un montón, pero tengo las ganas y el tiempo (afortunadamente), y con el debido sosiego van cayendo una tras otra.
Más allá de cualquier atisbo de emoción, de nostalgia o lo que sea, la gran baza de estas revistas que nunca he visto reconocida en ninguna parte, reside en su incalculable valor como archivo histórico sobre uno de los periodos más dramáticos y fascinantes en la historia de la informática y los videojuegos: el de la transición desde los 8 a los 16 bits con el añadido de la entrada a saco en territorio europeo de las videoconsolas japonesas, que culminaría a principios de los años noventa con la “muerte” de máquinas como el Spectrum y el establecimiento del PC como el ordenador doméstico por antonomasia, dando pie junto a las mencionadas consolas al videojuego tal como lo entendemos hoy, en el sentido de industria global que mueve más dinero que todas las demás formas de ocio juntas. Micromanía vivió esa transición en primera fila, al pie del cañón, informando puntualmente a su numerosa troupe de seguidores no ya de las últimas novedades del sector, sino también de un lento pero imparable cambio que transformaría el mundo para siempre.
Leer Micromanía (o de cómo me convertí en un “hardgamer”).
A grandes males, grandes remedios.
Un momento que recuerdo con cierto sabor agridulce fue cuando dejaron de publicar MicroHobby.En esa época me encontraba estudiando en un instituto militar lejos de casa, eso limitaba bastante el acceso al spectrum, al cuál solo tocaba en las pocas vacaciones que tenía (vivía bastante lejos).
La única conexión psíquica que tenía con mi spectrum era a través de MicroHobby, leía y releía los artículos, me imaginaba cargando los juegos y jugando con mi hermano.Como lo añoraba.
Un día me acerqué al quiosco que había cerca del cuartel para comprar la MicroHobby y no la encontré, pregunté al del quiosco : ¿Sabe usted si ha llegado la MicroHobby? «El distribuidor dice que no habrá más números» ¿Cómo? no puede ser…me quedé helado..¿y ahora qué?..
Al poco , pude regresar a casa por vacaciones, no sin antes comprar juegos de spectrum en la torre de casettes del bazar de la estación de Madrid-Chamartin. Juegos como Rainbow Island o Shadow Warrior salieron de esa torre metálica.
Cuando llegué a casa, mi hermano lo confirmó, «No hay más números de MicroHobby». Por suerte seguíamos teniendo Micromanía, ya que comprábamos ambas revistas a la vez. La revista daba los últimos coletazos a los juegos de spectrum, pero a cambio nos abria un mundo nuevo de juegos con gráficos imposibles, eran espectaculares.¡¡¡¡Lo que hubiésemos dado por tener un Amiga 500!!!.
Hoy en día conservamos muchos números de ambas revistas, las tengo guardadas como Oro en paño. De vez en cuando suelo releerlas, despertando recuerdos de aquellas tardes de vicio con mi hermano. Sobre todo momentos memorables, como cuando nos llegamos al final de la Abadía del Crimen (sin mapa), la tortura de cargar el Final Fight en el spectrum, o cómo demonios eramos capaces de saber si un juego iba a cargar o no solo por el ruido del speaker.
En fin, buenos momentos que se quedan grabados a fuego.
Saludos
Bonita historia. Las pocas Microhobby que tengo (y conservo) me las regalaron cuando el Spectrum ya era para mí cosa del pasado y estaba en trance de comprar un Amiga 500 de segunda mano, que precedería al primer ordenador PC de los cuatro o cinco que he tenido. Que Microhobby desapareciese era sólo cuestión de tiempo al centrarse exclusivamente en el Spectrum. Micromanía no tenía ese problema al ser una revista «multisistema» que podía adaptarse con facilidad a los vaivenes del mercado.