Se cumplen treinta años del inicio de la Guerra de las Malvinas, uno de los conflictos más insólitos del siglo XX por enfrentar a dos naciones teóricamente aliadas durante la Guerra Fría. No obstante hay quien opina, y no sin razón, que la guerra comenzó en realidad mucho antes, cuando la junta militar que gobernaba Argentina desde 1976 puso en marcha el llamado Proceso de Reorganización Nacional, consistente más que nada en cepillarse a la oposición política e imponer recetas económicas liberales para favorecer a la oligarquía financiera del país. Las consecuencias del “Proceso” no se hicieron esperar y para 1982 Argentina era un país barrenado y sin ningún tipo de credibilidad.

Colocados entre la espada y la pared por las continuas protestas callejeras, los milicos optaron por dar un salto al vacío con la esperanza de recobrar la adhesión del pueblo y, con un poco de suerte, hasta perpetuarse en el poder. Tamaño dislate acabó como tenía que acabar, aunque la amarga derrota argentina sirvió al menos para precipitar el fin de la dictadura. Y puestos a sacar algún otro hecho positivo de tan triste esperpento, podría decirse que los ingleses tampoco quedaron sin castigo: antes de las Malvinas, las encuestas calificaban a Margaret Thatcher como “el peor primer ministro en la historia de Gran Bretaña” y tenía casi imposible la reelección. El crédito obtenido en aquel ignoto archipiélago del Atlántico Sur la habilitó para aferrarse al poder nada menos que hasta 1990. Su país, que a finales de los años 70 ya estaba en ruinas, se convirtió tras ella y sus políticas ultraliberales en un páramo de cenizas. Sembrado con sal.

Sin comentarios.

Llegados a este punto, muchos de ustedes se estarán preguntando qué coño pinta aquí un texto semejante, y la respuesta ya se la pueden imaginar: más de lo que creen. Como en todas las guerras modernas, en esta el protagonismo recayó sobre la aviación y los británicos le deben buena parte de su victoria en las Malvinas al Harrier, que fue en aquellas islas lo que el Spitfire había sido en la Batalla de Inglaterra. El singular Harrier tuvo allí su bautismo de fuego y tanto él como sus pilotos se convirtieron en un símbolo, adquiriendo una gran popularidad en un país henchido de orgullo tras el conflicto. En estas, un avispado empresario británico decidió que aprovechar la coyuntura podía ser una buena idea para hoyar la cima del éxito.

“La idea original para hacer Harrier Attack fue de Robert. Pensaba que a causa de la Guerra de las Falklands (Malvinas), el Harrier había salido bastante en las noticias y que sería buena idea desarrollar un videojuego partiendo de eso”. En 1983 Mike Richardson era un joven de veintiséis años que empezaba a trabajar para Durell Software, fundada por un antiguo especialista en diseño asistido por computadora que respondía al nombre de Robert White. El tiempo llevaría a ambos a hacer historia en el mundo de los videojuegos, pero en ese momento Durell no era más que otra de las innumerables mini empresas que buscaban sacar tajada en un territorio sin explorar.

Durell había iniciado su carrera con un puñado de títulos para el Oric 1, pero su dueño enseguida cayó en la cuenta de que había otra máquina con mayores posibilidades de negocio: el Spectrum. Siguiendo las directrices iniciales de su jefe, y basándose en la versión inicial para Oric firmada por Ron Jeffs, Richardson diseñó y programó Harrier Attack en apenas dos semanas y media, y algo bueno debieron ver en el resultado final cuando decidieron gastarse un dineral en publicidad. No fue una inversión vana: el juego vendió 150.000 copias, a las que hay que añadir las 100.000 que se vendieron de la posterior conversión al Amstrad CPC. Al cabo de treinta años desde su publicación sigue siendo uno de los videojuegos europeos más vendidos de todos los tiempos, y hay que tener en cuenta que en 1983 no todo el mundo tenía un ordenador en su casa. En tales circunstancias, endosar 250.000 copias de un juego constituye un mérito extraordinario, que no un indicativo sobre la calidad del producto.

Porque dejando a un lado su evidente procedencia como clon de Scramble, Harrier Attack sigue las directrices habituales de los primeros juegos para Spectrum, casi todos sencillos arcades destinados al modelo de 16 Kb y por tanto muy alejados de la sofisticación y complejidad alcanzada por los juegos para el modelo de 48, pero que tal vez por ello han aguantado mejor el paso del tiempo y resultan perfectos para los tiempos que corren. Es el caso del invento que nos ocupa: cogerle el truco es cuestión de segundos, una partida se resuelve en menos de cinco minutos y eso le hace ideal para, por ejemplo, relajarse con un emulador para netbook, tablet o teléfono móvil mientras nos encaminamos al curro.

Se trata de un juego tremendamente sencillo, sí, pero no por ello carente de momentos espectaculares como el ataque a la ciudad enemiga, donde pese al limitado número de bombas con el que contamos es posible desencadenar una verdadera orgía de destrucción. En 1983, con el fin del conflicto de las Malvinas tan próximo y si los videojuegos hubiesen sido tan populares como hoy, quizás la publicación de Harrier Attack habría escocido a algunos. No creo que ésa fuese la intención de sus autores: aquellos tiempos eran otros y nadie vio aquí una alegoría a los ataques contra el Port Stanley “ocupado” durante la guerra. Y si lo vio, tampoco importó demasiado. Quien más o quien menos se limitó a disfrutar como un enano bombardeando objetivos enemigos. De eso se trataba  y de eso se trata, a fin de cuentas.

3 thoughts on “Tambores de guerra”
  1. Probablemente por los años que uno va ya acumulando, yo me considero mucho más apegado a esa primera época del Spectrum en la que los juegos eran radicalmente diferentes a los que se fueron publicando, digamos, a partir de 1985.

    Este juego en concreto es uno de mis favoritos de ese tiempo, simpleza, adicción y jugabilidad a tope, un juego que apenas envejece y que es jugable a tope hoy día. Como nota negativa, quizás el control con teclado era un poco complejo (la fila de números), y a veces te lías con el arriba-abajo. Por lo demás, perfecto…una gozada eso de reservar bombas y descargarlas al final en el muelle, subidón! 😉

  2. Pues sí, puede que sea cosa de los años, pero a mí me ocurre lo mismo y cada vez prefiero más los primeros juegos lanzados para el Spectrum, en general muy en la línea de cualquier recreativa de la época, antes que a muchas de las sofisticadas videoaventuras que caracterizaron sus años de gloria. Una partida con The Fith Quadrant puede estar bien de vez en cuando, pero no encaja con mi actual planteamiento de «Spectrum = matar el rato tras la siesta o antes de cenar». Para tirarme dos horas seguidas jugando me pongo con GTA IV o Gothic 3. No digamos ya si ando en el Metro trasteando con el móvil.

    En cuanto al control de Harrier Attack resulta curioso comprobar cómo con un móvil táctil se maneja incluso mejor que en un Gomas de verdad. En su momento, a fuerza de usarlas a todas horas, estábamos acostumbrados a utilizar las teclas del cursor para jugar. Hoy, sin embargo, resultan muy incómodas. Queda claro que hemos perdido pericia xD.

  3. De aquellas épocas tengo algunos dibujos de mi «proyecto de videojuego sobre las Malvinas» aunque obviamente desde el punto de vista argentino 😀

    En mi tontería patriótica, el juego terminaba cuando al final los ingleses ganan y en represalia los argentinos tiramos una bomba atómica sobre las islas 😀

    Creo que tengo esos dibujos por aquí, a ver si los encuentro…

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