Jamás he negado que el colegio y el instituto siempre me importaron un pito. Que para mí sólo eran un medio para obtener una titulación, pero no para aprender algo realmente útil. Por lo general, el llamado “sistema educativo” comparte muchos puntos en común con otro sistema, el penitenciario, que tiene la curiosa cualidad de conseguir, las más de las veces, lo contrario de lo que propone. Así, mientras las cárceles, lejos de rehabilitar a los presos, consiguen que estos salgan a la calle más jodidos y con más ganas de putear al personal que antes, los colegios, institutos y universidades tienden a anular la capacidad de pensamiento libre de los jóvenes, y por tanto menguan cualquier inquietud por adquirir una base cultural razonable; el sistema les convierte en borregos sumisos, cuyo único interés por los estudios radica simplemente en lograr una titulación con la que encontrar un trabajo bien remunerado. Eso cuando tienen interés, claro, pues en el contexto actual parece más lógico (y mucho más rentable) dedicarse a vivir la vida y holgazanear. Y si necesitamos pasta siempre nos quedará participar en Gran Hermano, follarnos a un personaje famoso para luego ir contándolo por ahí, o dedicarnos a trapichear con “pastis”. Que aquí sólo trabajan los gilipollas, tron.

Belén Esteban, todo un ejemplo a seguir para la juventud actual.

Puede que en 1985 algunas cosas marchasen un poco mejor que ahora en ese sentido, lo admito, pero que nadie se llame a engaño: a la mayoría de los escolares de entonces, el colegio nos molaba más o menos lo mismo que a los de ahora, es decir, nada. Mientras el mundo educativo se convulsionaba por la promulgación de la LODE (Ley Orgánica del Derecho a la Educación), batíamos palmas con las orejas cada vez que se convocaba una huelga o una manifa: “Otro día sin ir al cole. ¡Cojonudo!”. Lo curioso es que luego dedicábamos el tiempo libre ganado… a jugar con el Skool Daze. Vale que no era como ir al colegio; de hecho, era mucho más divertido. Pero en cierta forma, era como si alguien que currase en la televisión y la odiase a muerte, pasase luego sus horas libres viéndola en casa. No obstante, había razones para justificar tan extraño comportamiento, y en 2004 intentábamos explicarlo en una Leyenda, publicada justo el mismo día en que nuestra sociedad nos mostraba otro ejemplo de cómo alcanzar la cúspide y vivir de puta madre sin dar un palo al agua.

Leer Rebelión en las aulas.

En la actualidad, el chaval habría dibujado el monigote sobre la jeta del profesor, y luego le habría dado dos hostias. ¡Qué inocentes éramos en los 80, joder!

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