Se fijen voacés en la siguiente imagen:

Pese a la marca visible en el costado, no estamos ante un nuevo intento de Clive Sinclair para conquistar las calles con una reedición de su legendario C5, aunque este vehículo se sirva mucho de él como fuente de inspiración: no en vano su diseñador puede dirigirse a Sir Clive llamándole «Tío» (no olvidemos la mayúscula) porque es su sobrino, y de niño tuvo un C5 que usaba a diario para recorrer Cambridge de un extremo a otro. Grant Sinclair quedó tan prendado por aquel artefacto rodante que al crecer estudió para hacerse diseñador y experto en márketing con la pretensión de, entre otras cosas, intentar cambiar la historia.

Little Grant, terror de Cambridge en 1985. «Con esto voy dejando marcas de derrapes por toda la ciudad».

Si hay un invento que ilustra como pocos el carácter visionario de Clive Sinclair ese es sin duda el C5. A principios de los ochenta el creador del Spectrum soñaba con llenar las ciudades de cochecitos eléctricos. Su empeño en hacer realidad ese sueño a costa de cualquier lógica mental o empresarial devino en una de las aventuras más fascinantes, a la par que grotescas, de la ingeniería moderna, llevándose por el sumidero una empresa que facturaba cientos de millones de libras al año. Hay que reconocer, no obstante, que el planteamiento básico de la idea no era malo. Sin embargo tenía un problema: su puesta en práctica se llevó a término con numerosos fallos, alguno de ellos elemental (así de entrada, un coche sin techo para un clima tan asqueroso como el inglés pues miren, como que no). Por añadidura llegaba demasiado adelantado a su tiempo, lo que contribuyó a limitar severamente sus posibilidades de triunfar. Nadie en su sano juicio podía tomarse en serio una idea que en aquel momento resultaba disparatada.

La verdadera utilidad del C5: servir de lastre.

Más de treinta años después, el sueño de Clive Sinclair podría comenzar a hacerse, por fin, realidad. Un poco tarde para él, pero no para quienes desean demostrar la validez de un concepto al que, ahora sí, parece haberle llegado su momento: con el aumento de la contaminación las grandes ciudades se están «blindando» contra los vehículos movidos por combustibles fósiles, penalizando su uso. La bici (combinada o no con el transporte público) puede no ser una alternativa en determinadas circunstancias, como por ejemplo si hemos transportar algunos bultos atravesando una gran ciudad orográfica y / o climatológicamente difícil. Igual que la moto, que además sufre el agravante de no poderse meter en el bus o el metro. Los coches, aun pudiendo ser eléctricos, no dejan de ser vehículos de gran tamaño cuya utilidad pierde sentido cuando, observando las estadísticas, vemos que el 90% del tiempo circulan por entornos urbanos y ocupados por una o dos personas a lo sumo. Además son caros de adquirir y mantener.

En tales circunstancias, el progreso tecnológico (especialmente en el campo de las baterías) acerca la posibilidad de que en unos cuantos años las calles se llenen de vehículos «intermedios» (digámoslo así) al estilo del C5. De momento las alternativas son pocas y tienen un precio elevado, pero la situación empieza a recordar a la de los móviles en 1995: entonces un teléfono portátil valía un riñón, pero sólo seis años más tarde yo ya tenía un Nokia 3210 con tarjeta que no me costó ni cien euros. Hoy España tiene más móviles en uso que habitantes censados.

Algo parecido es lo que piensa Grant Sinclair: es verdad que su IRIS cuesta mucho dinero (la versión básica sale por 4.200 euros al cambio), pero confía en poder abaratarlo progresivamente, a medio plazo, conforme le vayan llegando pedidos. Un detalle en el que los ayuntamientos podrían tener baza si se fijan en él, por ejemplo para crear un servicio de transporte colectivo al estilo de los que ya operan con bicicletas en muchas ciudades europeas  De momento se encuentra en fase de prototipo, pero se puede reservar en su web dejando una señal de 99 libras esterlinas, donde también podremos hacernos eco de su vanguardista diseño aerodinámico, inspirado en un casco de ciclista que cubre totalmente habitáculo y portaequipajes. El propio Sinclair es aficionado a la bici pero dice estar harto del caprichoso clima de su país, así como de la poca educación de aquellos usuarios de la vía que ven a los ciclistas como parásitos. Ello le animó a diseñar el IRIS basándose en el C5 a modo de inspiración y, por qué no decirlo, también de homenaje, que se hace evidente en detalles como el manillar de dirección situado bajo las piernas del conductor.

A primera vista el vehículo parece muy bien planteado: nos encontramos con un triciclo de tracción mixta animal – eléctrica como el C5 que en consecuencia también lleva pedales, pero estos se acompañan de un cambio especial con ocho velocidades que, combinado con el motor eléctrico alimentado por una batería extraible de iones de litio, permite rodar sin esfuerzo aparente a velocidades de entre 40 y 60 Km/h durante 60 kilómetros, lo que para un vehículo que se pone en 55 kilos vacío no está nada mal. En el interior incluye un soporte para nuestro smartphone (con el que puede interactuar) y hasta una cámara de visión trasera para hacer las veces de retrovisor.

Con las demás especificaciones técnicas en mano y a la vista de su aspecto, lo único que cabe decir del IRIS es que resulta tan atractivo que dan ganas de subirse a uno ya mismo para probarlo. De momento no es posible (tampoco se sabe a ciencia cierta en qué momento lo será, aunque se presume que relativamente pronto) y cuando lo sea nos hará falta tener una buena provisión de ahorros si queremos comprarlo.

Veremos si el aparato cumple con las expectativas, pero parece que tiene bastantes números para lograrlo. Más que cualquier otro velocípedo de su clase que hayamos visto hasta ahora, un medio de transporte que parece estar aquí para quedarse definitivamente tras mucho tiempo olvidado, que no directamente defenestrado. Desde luego tiene bastantes más posibilidades de funcionar que su «pariente», el C5, al que en cierta forma sucede tres décadas después corrigiendo, en apariencia, casi todos sus defectos. Excepto uno, por desgracia el que más potenciales compradores puede asustar: el peligro de robo. Si bien todo apunta a que el IRIS llevará sistemas para disuadir a los amigos de lo ajeno (como una cerradura en la cúpula) y que su propio peso dificulta, a priori, la sustracción, no es menos cierto que se trata de un vehículo singular y por tanto muy goloso para cacos de todo pelaje. Así las cosas, afirmar que no existe cerrojo inviolable ni protección invulnerable es una perogrullada.

One thought on “Es un Sinclair, pero no es de Sinclair”
  1. Información Bitacoras.com

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