O lo que es lo mismo: jugando con Manic Miner con la excusa de que cumple treinta añazos.

Estamos ante uno de esos juegos sobre los que no hace falta decir casi nada. De hecho, lo mismo que dije de él hace cinco años valdría perfectamente hoy. A mediados de 1983 el Spectrum era ya un ordenador de éxito, pero la mayoría del software que se hacía para él aún se destinaba al modelo de 16 Kb mientras que el de 48 estaba desaprovechado, lo que sembraba dudas sobre el futuro del sistema y sus posibilidades reales. Muchos lo veían incapaz de servir para poco más que pequeños videojuegos de escasa o nula sofisticación con los que pasar el rato. La llegada de Manic Miner cambió todo eso, marcando además el inicio de un semestre frenético al final del cual el Gomas de 48 Kb se impondría definitivamente a su hermano menor. Podría decirse que el minero Willy hizo por el Spectrum más o menos lo que Mario por la NES, y para cuando 1984 dio comienzo, Manic Miner había contribuido a posicionar al invento del Tío Clive como el ordenador de referencia en los hogares de Europa Occidental. Curiosamente, mientras todo el mundo se dejaba los ojos jugando yo nunca fui muy talifán, porque prefería otra clase de juegos más “tranquilos” y los arcades frenéticos como este nunca se me dieron especialmente bien. Hoy tampoco es que las cosas hayan cambiado mucho, aunque a base de echar partidas para ir recuperando feeling llego más lejos que cuando tenía el Gomas en casa. Será que con los años uno va sentando la cabeza, piensa con más calma y eso.

Medio millón de mineros locos hacen a un minero loco. Obra del colosal Juan Osborne.

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