Al hilo de este otro post, nada mejor que una buena higiene bucal para prevenir dolencias (nunca mejor dicho, por dolorosas), aunque muchas veces ni eso sea suficiente para evitar que la dentadura se te caiga a pedazos con los años. El autor de Molar Maul y yo mismo damos fe.
John Gibson era un ingeniero especialista en polímeros que se hartó de un trabajo que le aburría y se propuso cambiar de aires. Hacía tiempo que había rebasado la treintena y llevaba años en la misma empresa, pero no le importó asistir a clases de informática y echar mano de unos ahorros para adquirir un ZX-81 que aprendió a programar de la noche a la mañana. Un día cayó en sus manos el anuncio de una empresa recién fundada en Liverpool que buscaba programadores, y le faltó tiempo para dejar su casa de Gales y presentarse en la patria chica de los Beatles.
La empresa era Imagine Software, y Gibson enseguida fue admitido como el sexto integrante de una firma que menos de dos años más tarde llegaría a emplear a cien personas y protagonizaría uno de los mayores burbujones tecnológicos en la historia de Europa que estallaría, como siempre, con inusitado estrépito. Por entonces Gibson ya había demostrado que era un hombre brillante en especial como autor de Stonkers, uno de los primeros juegos de estrategia en tiempo real, por cuyo éxito la dirección de Imagine le regaló un Porsche 924 que el bueno de John conducía orgulloso hasta para ir a comprar el pan. Se sentía el hombre más afortunado sobre la Tierra.
No, el avión no es un regalo de empresa, sino parte de un reportaje sobre Gibson publicado por la revista Sinclair User.
Pero antes de eso, tuvo que hacer frente a su estreno con el Spectrum, máquina que le planteaba algunos dilemas importantes entre otras cosas porque jamás la había manejado. Sin embargo el reto no le asustaba, y tras un rápido aprendizaje autodidacta decidió que sus propios problemas de salud bucodental podrían ser un punto de partida ideal para hacer un videojuego. El resultado sería uno de los arcades más bizarros de todos los tiempos. Un juego de los que ya no se ven, en el que el objetivo sería combatir los gérmenes que invaden tu boca para merendarse los dientes que la llenan.
Porque Molar Maul se desarrolla en el interior de una boca. Y nosotros, controlando un cepillo de dientes, tendremos que repeler en la medida de lo posible sucesivas oleadas de bacterias que los atacan, los cuales se irán oscureciendo con cada agresión hasta desaparecer. Para impedirlo disponemos de un tubo de pasta dentífrica cuyo contenido hemos de echar en el cepillo para enfrentarnos a los bichos, bastando con pasar por encima de ellos cuando están sobre un diente (con el cepillo cargado de pasta, se entiende) para eliminarlos.
Si el diente está dañado podemos frotarlo con el cepillo para blanquearlo y dejarlo sano, pero ello emplea un tiempo durante el cual las bacterias aprovecharán para desgastar otros dientes y además acaba con la pasta del cepillo, lo que implica consumir más tiempo para ir hasta el tubo a echar más, porque sin dentífrico el cepillo no es efectivo. Así, queda en nuestra mano decidir una estrategia adecuada repartiéndonos entre el combate a las bacterias y la regeneración de los dientes dañados, teniendo en cuenta que la caída de los dientes supone perder una vida. El salto a un nuevo nivel, en el que nos aguardan más bichos y cada vez más cabreados, se produce cuando gastamos el contenido del tubo hasta dejarlo vacío.
El juego no tiene final, pero es perfecto para pasar un rato de diversión una vez se le coge el aire, algo que no requiere más de dos o tres partidas. Lo único malo es que a John Gibson se le nota la falta de pericia con el Spectrum: visualmente el conjunto está a la altura de lo que cabe esperar en un juego para Speccy de 16 Kb hecho en 1983 y resulta hasta gracioso, pero el movimiento del cepillo está poco trabajado y puede llegar a ser verdaderamente frustrante ante la dificultad para colocarlo donde queremos, haciéndonos perder un tiempo precioso de forma absurda.
De todos modos hay que reconocer los méritos de una ópera prima realizada en tan solo cuatro semanas por alguien que antes no había visto un Spectrum ni en pintura, y que en ese mismo año de 1983 demostraría que podía ser cualquier cosa menos un zopenco, al igual que lo demostraría más adelante como empleado de Denton Desings y posteriormente de Psygnosis, que a la quiebra de Imagine recogerían parte de su herencia para convertirse en dos de las mejores empresas de videojuegos de todos los tiempos. Hoy, Molar Maul figura como un producto “menor”, sepultado en la inmensa programateca del Gomas y sus sucesores, pero no obstante un producto a reivindicar pese a sus defectos. Y por qué no decirlo: como una forma divertida de promocionar la higiene dental entre los chavales. Y entre los que no lo son tanto.
Información Bitacoras.com
Valora en Bitacoras.com: Al hilo de este otro post, nada mejor que una buena higiene bucal para prevenir dolencias (nunca mejor dicho, por dolorosas), aunque muchas veces ni eso sea suficiente para evitar que la dentadura se te caiga a pedazos con lo..…