En la tarde del 16 de septiembre de 2021 andaba yo dispuesto a trastear por los grupos de fans ingleses del Spectrum a los que estoy suscrito en Facebook cuando, tras iniciar sesión, me di de bruces con la impactante noticia de que Clive Sinclair había muerto, posteada por un usuario. Por un instante vacilé porque pensé que se trataría de una noticia falsa, pero transcurridos unos pocos segundos otro usuario publicaba la misma noticia junto con el enlace a un artículo de The Guardian de esos con toda la pinta de llevar meses escritos y en la nevera, esperando el momento oportuno para ser publicados con las debidas correcciones para actualizarlo en fecha y detalles menores.
El mundo Sinclair y sus aficionados están de luto. El gran Allan Turvey lo señalaba con esta imagen, tan simple como elocuente.
La noticia se confirmaba. Fue una de las hijas del inventor y empresario la encargada de comunicar el luctuoso hecho a los medios a través de una nota de prensa, anunciando que su padre había muerto «tras una larga enfermedad». El clásico eufemismo utilizado para hacer referencia al cáncer sin mencionarlo por su nombre, algo esencialmente absurdo pero que no escondía la dura realidad del hecho de que Clive Sinclair, el inventor del Spectrum, se había muerto.
La verdad es que el hombre llevaba años con su salud renqueante. Poco antes de divorciarse de la que fue su segunda mujer, había sufrido un grave accidente a raíz de una caída que lo dejó muy tocado, y ya nunca volvería a ser el mismo. En virtud de esto la noticia de su muerte no tendría que haber sorprendido a nadie, dado que además era una persona ya mayor (81 años, dos por encima de la esperanza de vida para los hombres en Reino Unido). Pero estamos ante uno de esos hechos que siempre sorprenden porque, de algún modo, nunca te los esperas aunque los veas venir de lejos. Así se ha reflejado en las redes y en los medios británicos, donde la noticia cayó como una bomba nada más hacerse pública. En su país natal Clive seguía siendo una figura muy conocida y respetada, como bien pudo comprobarse en alguna ocasión, y su pérdida se ha sentido con mucha tristeza.
Retrato de Sir Clive obra de Juan José Moreno (1989).
Decir que con su muerte muere un pedacito de todos nosotros es un cliché cuya cursilería podría juzgarse abiertamente como asquerosa, pero es que en este caso el dicho es verdad. Al menos para lo que respecta a esta santa web, que tenía (y por supuesto aún tiene) una sección dedicada en exclusiva a hacerse eco de noticias relacionadas con Sir Clive Sinclair que ya jamás se actualizará. Al menos no con novedades «normales» sobre el personaje que le da nombre, o que cabría entender como normales en lo que respecta a una persona aún viva. Uso entrecomillados porque habrá que ver lo que sucede ahora con la herencia del finado, un tema sobre el que los temibles tabloides ingleses ya han puesto el ojo mientras se afilan los colmillos: Clive deja en este valle de lágrimas a tres hijos de su primera mujer, ya fallecida, y una exesposa por la que estos nunca sintieron demasiado aprecio. Hasta el más tonto puede hacerse una idea de lo que podría suceder, salvo milagros en forma de un testamento redactado en términos salomónicos y /o por consenso entre las partes.
Tito Clive ha muerto, al menos de cuerpo presente sobre este mundo. Porque su espíritu se había ganado la eternidad desde mucho antes. Tal vez desde el día en que su creación más famosa, el Spectrum, vio la luz en el ya lejano mes de abril de 1982; un ordenador clave para entender la evolución de dos sectores (la informática doméstica y los videojuegos) hoy indispensables, sin cuya presencia serían imposibles de entender. Un ordenador gracias al cual millones de personas supieron lo que era «eso» aprendiendo a coexistir con tecnologías a las que hasta entonces habían visto con miedo y recelo. Un ordenador con el que, en numerosos casos, incluso aprenderían a ganarse la vida labrándose un futuro digno y próspero.
En resumidas cuentas, todos le debemos algo a ese visionario que, en alguna medida, nos hizo ser lo que somos a pesar de su genio y la controversia generada por algunas decisiones que tomó, que le perjudicaron a él antes y más que a nadie. Sólo por lo expuesto al inicio de este párrafo y a lo largo del anterior podría decirse que su muerte, aun siendo lamentable, resulta algo menos lamentable. Clive Marles Sinclair, caballero de Su Majestad en virtud del título de Sir que le fue otorgado en su día por Isabel II, miembro destacado de la exclusiva organización MENSA que aglutina a personas con elevado cociente intelectual, aquel a quien todos sus admiradores conocieron cariñosamente como «el tío Clive», deja un legado sobre cuyo valor no cabe discusión alguna, y con ese argumento sobre la mesa ya tenía bien ganado descansar. Si acaso, lo único sobre lo que cabría lamentarse es que no verá desde aquí abajo el cuadragésimo aniversario de su criatura más famosa. De cualquier modo, y sea como sea, descanse en paz.