Es mucha la gente que a estas alturas conoce la historia de Clive Sinclair durante la década de los ochenta, de su ascenso al Olimpo y su caída en desgracia tras poner los ordenadores al alcance del europeo corriente; casi tanta como la que ignora que eso mismo sucedió durante la década anterior, virtualmente calcado y con el mismo protagonista.

Como paso previo a la introducción masiva de los ordenadores en el hogar, durante los setenta el progreso tecnológico permitió la llegada de los primeros dispositivos electrónicos destinados al mercado de consumo. La primera calculadora de bolsillo considerable como tal fue la Busicom 120A, puesta a la venta en 1971 por cuatrocientos dólares, lo que la dejaba fuera del alcance de la mayoría. Era tan cara que se vendía con una correa para la muñeca al estilo que la que lleva un Wiimote, con objeto de evitar en lo posible caídas y malos golpes por parte del usuario. Al año siguiente Hewlett Packard lanzó la primera calculadora científica, la legendaria HP-35, desatando la fiebre por este tipo de chismes entre el gran público.

Aquí es donde entra en juego el Tito Clive, quien ya tenía una sólida trayectoria como inventor y empresario tras fundar Sinclair Radionics en 1958 para vender radios ultraportátiles y equipos de alta fidelidad. Clive creía que las nuevas calculadoras eran demasiado aparatosas y demasiado caras, y aunque evidentemente el tamaño y los precios irían bajando, todo indicaba que aún pasaría mucho tiempo hasta que ambos parámetros se acercasen a niveles aceptables. Consciente del buen dinero que podía ganar si conseguía diseñar una calculadora compacta y asequible, se puso a trabajar y cambió el curso de la Historia.

Habitualmente suele decirse que Sinclair inventó la calculadora de bolsillo, y aunque no sea del todo cierto, sí es verdad que su Sinclair Executive de 1972 rompió moldes por su revolucionario e ingenioso diseño. Delgadísima, muy ligera, podía guardarse en el bolsillo de la chaqueta pasando completamente desapercibida. Su éxito colocó a Sinclair en cabeza de un mercado en plena expansión, animando a la empresa a ampliar su gama de calculadoras hasta acabar con un variado surtido de máquinas de calidad razonable y precios cada vez más competitivos, lo que posibilitó triunfar también en Estados Unidos, lugar donde no es costumbre reconocer abiertamente éxitos ajenos.

Las calculadoras de Sir Clive fueron portada de noticieros, revistas y magazines, logrando incluso un hueco en alguno de los museos más importantes del mundo: una Executive se exhibe actualmente en el MOMA de Nueva York. El sueño acabó tras la catástrofe del Black Watch y el colapso de un mercado que se saturó con rapidez, pero hasta con ese lastre a cuestas hubo tiempo para lanzar pequeñas joyas como la Sovereign, cuyo relativo fracaso no empaña la belleza de su diseño en chapa de acero. Un diseño que llegó a ganar premios importantes y que conoció una lujosa variante en plata para conmemorar el jubileo de Isabel II en 1977, además de otra en oro.

Este video nos enseña una Sovereign comparada con otras competidoras de la época.

Y en este otro podéis mirar (y admirar) una Sovereign dorada con su estuche de madera.

Tras aquello, y con su empresa intervenida por el Estado, Clive se olvidó de las calculadoras y decidió probar fortuna en el terreno de los ordenadores domésticos. Entonces pocos imaginaban que el Tito Sinclair resurgiría de sus cenizas, pero a buen seguro tampoco imaginaban  que, como infectado por un virus que le impulsase a autodestruirse, volvería a cometer los mismos errores casi paso por paso. Después de todo no era más que un hombre, y todos sabemos de sobra cual es el único animal que acostumbra a tropezar dos veces en el mismo sitio.

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