En la década de 1980, y sobre todo durante su primer lustro, los productores de televisión americanos quisieron trasladar a la pequeña pantalla el modelo grandilocuente y palomitero que por entonces imperaba en el cine de Hollywood, cuya ingenuidad y vacuidad de propuestas estaba muy en la onda de una Administración Reagan que, para evitar que la juventud del país se desmadrase como había hecho en tiempos de la Guerra de Vietnam, vendió su mensaje belicista y ultraconservador camuflándolo entre medidas dosis de espectáculo y rebeldía; una rebeldía descafeinada, más aparente que otra cosa, que dio pie al nacimiento de series como V o El Equipo A, cuyo éxito en el momento de su estreno refleja claramente a la sociedad de la época, pero que envejecieron con rapidez en cuanto el Reaganismo pasó a mejor vida y fue sustituido, una vez Bill Clinton aterrizó en la Casa Blanca, por un modelo de pensamiento menos carpetovetónico.

Michael Jackson, icono de rebeldía juvenil neocon.

A ese grupo de series pertenece Knight Rider, más conocida en España como El Coche Fantástico, invento del astuto productor Glen A. Larson, quien conocía como pocos el mundo de la tele. La inmensa aceptación de su criatura resulta incomprensible sin un análisis previo del entorno social y político dentro del cual vio la luz en 1982. A tal punto funcionó que en muchos lugares las calles se vaciaban a la hora del capítulo de turno, por lo que no extraña que las tiendas se llenasen de objetos relacionados con la serie, incluyendo el videojuego que nos ocupa.

Para 1986 el declive de El Coche Fantástico en el mercado americano resultaba tan evidente que la serie sería cancelada y su último episodio emitido en abril, pero KITT y el pelucón de Michael Knight todavía partían la pana en los televisores del viejo continente, así que Ocean Software decidió comprar la licencia del tinglado a la Universal y se puso a trabajar para sacar un producto basado en él. Saltaba a ojos vista que la tarea de llevar toda la emoción de la serie original a los ordenadores de entonces (y más al Spectrum) no iba a resultar fácil, y que en manos de Ocean, compañía capaz de servir una obra maestra y un mojón de elefante en el mismo plato, cualquier cosa podía ocurrir, aunque estoy seguro de que pocos podían imaginar semejante resultado final.

Y menos al ver la pantalla de carga, el bonito lazo que escondía la entrada a las puertas del Averno.

El juego lo perpetraron Anthony Lill y Gary Knight, dos programadores cuya trayectoria siempre estuvo marcada por la mediocridad. Sin embargo, en su descargo hay que decir que la tarea que tenían entre manos resultaba casi imposible de abordar con los medios disponibles entonces, y con eso y todo fueron capaces de plasmar la esencia de una serie que no era sino una road movie de ambientación sureño-rural (y por lo tanto realizable a un coste muy bajo), en la que sólo pasaba algo verdaderamente interesante cuando a Michael le daba por descabalgar de KITT para meterse en algún follón. Knight Rider fue molido a palos por los jugadores y la prensa especializada, que lo tildaron de soso, aburrido y técnicamente flojo. Sólo se salvaban los gráficos de F. D. Thorpe, que tampoco desempeñó una labor demasiado inspirada.

Knight Rider estaba ciertamente lejos de lo que esperaban los fans de la serie, principalmente niños que se pegaban al televisor cada tarde para disfrutar con las fazañas de los protagonistas. Mientras que en la serie el auténtico protagonista era el coche, en el juego quedaba reducido a un personaje totalmente secundario de la acción, sin atisbo alguno de carisma e incapaz de hacer nada de lo que se veía en la tele. Incluso cuando existía la posibilidad de que KITT se condujese él solo lo ideal era que nosotros, en el papel de Michael, tomásemos los mandos: KITT se movía de una forma tan lenta y errática que el juego se volvía aún más aburrido de lo habitual. El plato “fuerte” del asunto estaba en aquellas fases en las que Michael, como en la serie, debía introducirse sigilosamente en algún almacén o similar para, burlando a los custodios que pululaban por el lugar, obtener alguna información relevante para sus pesquisas.

Splinter Cell en versión para Spectrum.

No nos engañemos: el juego era un rollo… y sin embargo me molaba. Bueno, tanto como “molar” tal vez no, que esto no era el Batman de Jon Ritman ni mucho menos, aunque Knight Rider destilase cierto encanto en su chusquez. Y no porque yo fuese un acérrimo seguidor de la serie por aquel entonces (admito que no me perdía un capítulo): cualquier “acérrimo seguidor de la serie” tendría bastantes motivos para denostar semejante basurilla.

La razón de que el juego me gustase tanto como para cargarlo alguna que otra vez quizás haya que buscarla en que era sencillo y fácil. Al contrario de la moda imperante de programas con un desarrollo complicado y un nivel de dificultad muy alto, esta cosita de Ocean exigía relativamente poco al jugador dispuesto a dedicarle unos minutos: ni hacía falta un largo periodo de adaptación para cogerle el tranquillo ni era difícil de acabar, por lo que constituía un desahogo perfecto entre tanto arcade sólo apto para tarados del joystick y videoaventuras con mapeados inmensos y argumentos de novelón. Cierto que un producto como este necesitaba a cambio de un jugador dispuesto a rebajar muy mucho su listón de exigencia, que no a tirarlo directamente al suelo, pero todos tenemos lo que yo llamo “momentos off”: del mismo modo que un aficionado a la buena cocina, como yo mismo, no desprecia ocasionalmente un Big Mac con una enorme ración de patatas fritas, a veces el cerebro necesita relajarse y dejar a un lado la qualité, aunque sea por unos pocos minutos. Ir siempre de guay es un tostón, además de aburrido y pedante. Hasta para uno mismo.

El equivalente en ordenador a leerse las obras completas de Paulo Coelho.

El paso del tiempo no ha cambiado la percepción de un juego que, en resumen, sigue siendo la misma mierda que era cuando salió. Un producto de tercera que fue visto como tal por los propios ejecutivos de Ocean, que decidieron no hacerle demasiada publicidad porque estaba claro que no valía la pena, y que además tuvo que lidiar en un mercado que vivió un último tercio de 1986 lleno de lanzamientos (alguno de ellos procedente de la casa de Manchester) que hoy forman parte de la historia de los videojuegos. Una historia de la que no forma parte este Knight Rider, que tal vez en manos de otro equipo de programadores más avezado podría haber quedado mucho mejor. No obstante hay que reconocer que su propuesta me parece más honesta que la de otros videojuegos de su época, vendidos a bombo y platillo como maravillas de la ciencia cuando en realidad eran mierda, mierda de verdad.

5 thoughts on “Knight Rider”
  1. Ayer vi un capitulo de la serie «El auto fantástico» (asi se llama en Argentina)… OMG!!! que horrorosidad 😀 😀

  2. La gente se entretenía y se entretiene actualmente con cualquier porquería!

  3. Cuando la veía de pequeño me encantaba.
    Vi un capítulo hará un año y aun estoy intentando atar cabos respecto a mis gustos juveniles ;D

  4. Suele pasar, y más con estas series que en los 80 fueron lo más: verlas ahora es matar mitos y caer en la cuenta de lo tristes y casposos que en realidad fueron aquellos años. Knight Rider es un fistro, pero el episodio piloto sigue teniendo bastante gracia.

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