Lo confieso: no me gusta el mar. De pequeño la playa sí pero ahora, dada mi animadversión a las concentraciones humanas, apenas la piso ya. Por tanto jamás me verán en un crucero o haciendo un Dani Pedrosa para llevar un yate de recreo. Sin embargo, en una de esas contradicciones que me definen y de las que tanto presumo, me gustan los barcos y la historia de la navegación en general, pero en particular la de los desastres navales. Lo dicho, raro que es uno. Buscando un poco, es fácil encontrar narraciones fascinantes sobre despistes inauditos, las bondades del neocapitalismo o los poderes de la química moderna (respecto al último ejemplo, decir que el ancla de uno de los barcos implicados apareció cuatro kilómetros tierra adentro). Así las cosas, no extraña que siempre haya disfrutado mucho con este juego, aunque no me guste el mar.
Porque Worse Things Happen at Sea tiene un poco de todo lo anteriormente expuesto y más aún. Porque es un juego muy divertido que además pocos aficionados al Spectrum recuerdan: su salida en 1984 no fue demasiado atendida por los medios y así, acabó pasando inmerecidamente desapercibido.
La premisa del argumento difícilmente puede ser más sencilla… ni más original, en especial para tratarse de un arcade: controlando un robot humanoide destinado a bordo de una nao completamente desvencijada, nuestra misión consistirá en hacer frente a todos los impoderables que se presenten a lo largo de una travesía. Lo más común serán las vías de agua que habrá que taponar y achicar, pero también habremos de tener presentes las averías del timón y los motores que nos amenizarán, todo de forma cada vez más insistente con cada nuevo viaje. Llegará un punto en el que el acoso de las incidencias será tal que habremos de adoptar una estrategia para no volvernos locos, dado que será imposible repararlas todas. Así, tendremos que sacrificar partes del buque permitiendo que se inunden, centrándonos en salvar lo imprescindible para mantenernos a flote hasta alcanzar la otra orilla. Con el aumento progresivo de la dificultad, no tardaremos en enfrentarnos a situaciones realmente desesperadas que nos pondrán con el agua al cuello, algo potencialmente letal: no hay que olvidar que controlamos un robot hecho mayormente de metal, y el metal y el agua salada generalmente no se llevan bien.
Worse Things Happen at Sea es un juego perfecto para el Spectrum. Lo era en su momento y hoy lo es todavía más, porque ha envejecido de maravilla. Técnicamente resulta bastante digno para los estándares de 1984 y destila mucha simpatía, aunque más de una vez nos cagaremos en la mar por su culpa y desearemos no volver a jugarlo, tal es la presión a la que nos someterá. Pero es inevitable: más temprano que tarde nos veremos tentados a echar otra partida para ver si esta vez llegamos a buen puerto, aunque sea de milagro.
Ok, llevaba literalmente 2 décadas intentando saber cómo se llamaba este juego. Me acabáis de hacer muy happy. Gracias mil.
No hay de qué. Siempre es un placer.