A estas alturas, nadie podrá negar que el Spectrum es una máquina peculiar. “El ordenador pop por excelencia” es y será recordado por muchos motivos. Uno de los que más fortalecen ese recuerdo (aparte del “teclado de chiche” de las primeras versiones) es el sistema de carga de los programas. Tal sistema no se diferencia en demasía del utilizado por la mayor parte de sus coetáneos, pero en virtud de lo especial del mismo y de sus características particulares, que le otorgan una especie de personalidad propia respecto al de sistemas como el C-64 o el CPC, acabó ganándose ese aura tan especial, a caballo entre lo maldito y lo legendario. Para la inmensa mayoría de los lectores de este artículo sobrará comentar que el Speccy carga datos desde cintas de casete corrientes, al menos en principio (de los microdrives y otros artefactos escribiremos otro día). El sistema se diseñó, como todo lo demás en el ordenador, siguiendo una directriz muy clara: conseguir un funcionamiento correcto de la forma más simple y barata posible. Y desde luego era tan simple que resultaba hasta primitivo, incluso para su tiempo. Pero era barato, por supuesto, y ni que decir tiene que funcionaba.
Con los años, la singular rutina de carga del Spectrum ha sido utilizada para crear auténticas bizarradas.
Durante años, muchos usuarios se han acordado de los familiares del Tío Clive (vivos o muertos, sin distinción) al evocar el arcaico método utilizado por el Speccy para cargar programas, pero no se puede negar que éste cumplía su cometido, incluso con mejores prestaciones de las imaginables. Defectos tenía, desde luego, pero generalmente bastaba que el material utilizado tuviese un mínimo de calidad y fuese bien cuidado para que el índice de errores de carga bajase a niveles muy razonables, algo que no podría decirse de métodos supuestamente mejores como los ya citados microdrives o los famosos discos de 3 ½, utilizados aún hoy en muchos PC.
Baste comentar que cuando empecé a usar el emulador de Pedro Gimeno, allá por 1995, la mayoría de mis avejentadas cintas aún funcionaban en mis no menos avejentados reproductores de casete, y ni que decir tiene que toda aquella parafernalia tenía encima muchos kilómetros, amén de haberse pasado años arrinconada en una estantería después de que me hubiese desecho del Spectrum. Por el contrario, muchos de mis discos, la mayoría de ellos de buena marca, como por ejemplo Verbatim o TDK, dejaron de funcionar a los pocos meses o años, y puedo asegurar que soy de los que cuidan las cosas con esmero, aunque las someta a un uso intensivo. Que levante la mano aquel que no haya pasado por la traumática experiencia de grabar un juego en varios disquetes nuevos y no se haya encontrado, al menos una vez, con que al ir a instalarlo en el ordenador uno de los discos fallaba.
«CRC error on last sector of disk 23 of 23. Fuck you».
Como ya he comentado otras veces, tuve mi primer Spectrum en 1983. Entonces las cosas no eran como serían unos años después, en que el ordenador llegaba acompañado de un montón de regalos. En 1983 aquel pequeño tesoro llegaba prácticamente en kit “hágalo usted mismo”, e incluso tuvimos que comprar el cable para conectarlo a la TV porque era tan corto que en realidad no servía para nada. Por supuesto que tampoco venía el necesario reproductor de casetes porque se suponía que, al igual que ocurría con la TV, todo el mundo tenía uno en casa para usarlo con el ordenador.
Tampoco era cuestión de “enchufar y listo” como ahora: quienes en la actualidad se quejan de lo difícil que es manejar un ordenador, que lo es, deberían haber estado en mi casa aquella fría noche de invierno en que desembalamos y conectamos el Spectrum por vez primera, enchufado para la ocasión en el salón ante la presencia de toda la familia. El espantoso manual que lo acompañaba no servía de mucha ayuda, y hubo que esforzarse hasta lograr que todo estuviese correctamente conectado y se viese alguna imagen clara en el televisor. Lo del casete fue lo más fácil de resolver porque teníamos tres, aunque al tratarse de los típicos “loros” que tan en boga estaban entonces, ninguno de ellos resultada del todo adecuado para usarlo con el ordenador. Resultó que el mejor funcionaba era el más sencillo y barato de todos, que nos hizo el apaño hasta que compramos un reproductor de cintas “especial para ordenador”.
El clásico «loro» fue el primer reproductor de cintas para muchos usuarios del Spectrum. Y a veces, también el único.
Por fortuna, aquel “casette especial para ordenador” no tardaría mucho tiempo en llegar: pronto se hizo evidente que, por diversas razones, un “loro” de los que se usaban habitualmente para escuchar música no era lo más idóneo para cargar programas de ordenador, aunque tuviese un conmutador stereo / mono y unos cabezales de cierta calidad. Para empeorar las cosas, ninguno de aquellos tres “loros” era mío, sino que pertenecían a mis hermanos mayores, quienes solían usarlos con frecuencia o llevárselos por ahí, así que ya os podéis imaginar el follón que a veces se originaba. Al final no quedó más remedio que pasar por el aro, aunque fuésemos conscientes de que lo de “especial para ordenador” era muchas veces una etiqueta para cobrarte más por un aparato que en realidad era bastante corriente.
Nuestro primer casete especial para ordenador fue la típica “caja de galletas” tan habitual entonces en las formas de muchos artefactos de su clase. Mi padre lo compró en un decomisos de barrio buscando gastarse lo mínimo imprescindible, así que finalmente optó por llevarse un aparato muy básico que no tenía ni contador de vueltas, aunque el dueño de la tienda comentó que daba muy buen resultado. Su coste rondó las 3.000 pesetas, cifra ridícula incluso para entonces, teniendo en cuenta que la mayoría de los juegos solían costar de 1.800 en adelante.
Aquel reproductor, que en 2013 cumplió 30 años funcionando perfectamente (aunque tiene rota la tecla de grabación), resultó estar construido a toda prueba y no tuvo ni un solo problema pese al trote que se le dio durante años, que fue muchísimo incluso después de habernos comprado otro mejor. Prácticamente no había programa que se le resistiera, y vaya por delante que nosotros no éramos amigos de andar mangoneando en el cabezal con un destornillador: por experiencia ajena sabíamos que hacer tales cosas suponía, las más de las veces, andar tocando los cabezales cada vez que se quería cargar algo. Así pues jamás lo hicimos en nuestros dos casetes, ni siquiera cuando dispusimos de herramientas que permitían ajustar las cabezas más “científicamente” y menos a ojímetro. Ambos aparatos conservan el ajuste que trajeron de fábrica, que dicho sea de paso era válido para cargar casi cualquier programa que estuviese medianamente bien grabado, incluyendo los Turbo más delicados como Rastan o Arkanoid (este último una auténtica tortura dada su “hipersensibilidad”, incluso en cinta original).
Aquí tenéis dos fotos del que fue mi primer casete exclusivo para el Spectrum. El paso de los años se nota en el desgaste de la carcasa, aunque internamente el estado del aparato es casi perfecto. Como se ve, el diseño impide «toquetear» en la tornillería del cabezal incluso mientras está funcionando. De todos modos nosotros nunca tuvimos interés por mangonear ahí, y de ocurrir lo contrario sería algo complicado abrir un agujero en la carcasa sin estropearla, pues el plástico es de una calidad bastante mala. La tecla REC está partida y no funciona, pero no se rompió mientras tuve el Spectrum: apareció así cuando desempaqué el aparato para utilizarlo con el emulador de Pedro Gimeno, aunque el mecanismo interno está en buen estado y por tanto es reparable. Como detalle curioso, esta «caja de zapatos» puede funcionar con pilas.
Tener un casete diseñado en exclusiva para ordenadores acabó por convertirse en algo normal: los precios se hicieron aceptables, que no asequibles en la mayoría de casos, y al final casi todo poseedor de un Spectrum tenía uno en casa. Lo que ya no era tan normal era tener dos. Por lo general, bastaba un casete y un “copión” para grabar la mayoría de los programas, al menos en los primeros tiempos del Spectrum. Si hacía falta grabar un programa usando el método “de casete a casete” no pocos echaban mano de algún “loro” que tuvieran en casa para reproducir o grabar, aunque lo más habitual era quedar con algún amigo para grabar el programa de marras con su ayuda y la de su casete. De paso ambos compartían el programa. Años después, cuando se popularizaron las famosas minicadenas con doble pletina, conocí gente que las usaba para grabar programas de cinta a cinta. Sin embargo, en mi caso llegó un momento en que terminó haciéndome falta un segundo aparato, sobre todo cuando los juegos grabados con sistema Turbo se pusieron de moda.
Muchas veces no era posible quedar con algún amigo que te ayudase a copiar los programas con su casete y los “copiones” tradicionales no servían, así como tampoco los aparatos musicales corrientes. ¿Y qué decir de las peloteras que se armaban en casa cuando dejabas a tus hermanos virtualmente sin Spectrum porque tenías que llevarte el casete a casa de algún colega para grabar juegos? Esta vez, mi padre optó por tirar la casa por la ventana y comprar un chisme dotado con toda clase de refinamientos pijos. Incluyendo cuentavueltas, ¡al fin!, con lo que se acababa eso de tener que localizar los programas “a oído” en cintas con diez o más grabados. Durante años conservé la factura (manías raras que uno tiene, oigan) y las aproximadamente 9.000 pelas de 1985 que costó no son precisamente un detalle baladí. Baste decir que en ese momento, por poco más del doble de ese dinero te podías comprar un flamante Spectrum+ seminuevo.
Bastan tres fotos para percibir la superior calidad constructiva de este Goldking respecto al Mars. El diseño es más compacto, ligero y ergonómico, lo que unido al buen tacto de las teclas hacía muy cómodo y agradable su manejo. Aunque este trasto venía equipado con un montón de pijotadas supuestamente útiles, como un «sistema de arrastre de seguridad» y no sé cuántas cosas más, lo que más agradecí fue el contador.
Finalmente llegó un día en que mi Speccy pasó a mejor vida, sustituido por un ordenador más moderno. Al hacerlo me deshice de muchas cintas, manuales y otras cosas, pero curiosamente no quise deshacerme de los casetes, a pesar de que hubo gente interesada en quedárselos. Por alguna razón les tenía un enorme cariño, y tras muchos años de nobles servicios, sometidos a un uso intensivo sin dar un solo problema, decidí que lo justo era proporcionarles un merecido retiro. Los limpié bien y los metí en una caja metálica, que acabó en el fondo de un armario junto a otros recuerdos. Nada hacía presagiar que unos años después tendría que desempolvarlos para su uso con el recién descubierto emulador de Pedro Gimeno. Uno de mis hermanos mayores se apostó conmigo a que ya no funcionarían bien y perdió: eché mano de una vieja cinta marca Fuji en la que tenía grabados varios juegos en Turbo, y por increíble que pueda parecer TODOS cargaron a la primera. Desde entonces han pasado un montón de años y nunca más he vuelto a utilizar aquellos dos artefactos, pero apostaría algo a que todavía me pueden dar una sorpresa, a pesar de los achaques de la edad.
Entretanto, con los diskettes que tenía por casa y no funcionaban me hice ESTO.
Aseguro que las cintas siguen cargando todas.
Estando bien cuidadas, no me sorprende. Por cierto: el otro día uno de los pendrives que tengo en casa (de 8 GB) dejó de funcionar «porque sí». A veces tengo la impresión de que no sólo no evolucionamos,sino que vamos para atrás.