Hace algún tiempo, se vivió en ciertos foros de la Red un encendido debate acerca de la existencia real de eso que se ha dado en llamar “la edad de oro del software español”. Como en el caso de la Movida madrileña, no son pocos quienes opinan que en todo esto hay poco de veracidad, mucho de nostalgia gratuita y, si me permiten la expresión, una especie de chauvinismo mal entendido. Hubo de hecho quienes llegaron a comentar que la tan traída edad de oro fue más bien de hojalata, y de hecho mi postura sobre el tema está más cerca de la sostenida por estos últimos. En este mes de agosto he podido aprovechar para jugar, muchísimo además, con una buena cantidad de juegos españoles de la época para Spectrum y Amstrad principalmente, pero también del MSX o el C64. Todo para llegar a una contundente conclusión: los videojuegos españoles se han quedado viejos.
Parece oro, pero es latón. Pues eso.
Me explico: para que un videojuego llegue a pasar la prueba del tiempo, que es la que en última instancia puede llevarle a convertirse en un clásico, a ese juego no le basta únicamente con tener “buena pinta”. Necesita ante todo que sea divertido y que tenga una curva de aprendizaje progresiva y bien medida, que no lo haga ni demasiado fácil ni demasiado difícil. La tecnología de un juego puede quedarse anticuada con el paso del tiempo, pero si ese juego es divertido se puede apostar a que lo seguirá siendo siempre. Los primeros juegos de Ultimate son un ejemplo encomiable en este sentido: siguen enganchando como cuando se publicaron hace veinticinco años. Match Day II también puede servir a día de hoy para amenizar ratos muertos en el curro, pero Emilio Butragueño Fútbol, pese a sus excelentes gráficos, es un coñazo comparable a tragarse los Decálogos de Krzysztof Kieslowski en su versión original en polaco y encima sin subtitular. La inmensa mayoría de los juegos españoles publicados durante la edad de oro de los 8 bits incumplen sistemáticamente las normas básicas que separan el grano de la paja. Técnicamente muchos de ellos serán la hostia, sí; los gráficos serán muy bonitos, también; pero si eso no va acompañado de “algo más” el resultado final es que, tras llamar la atención durante los primeros días, los juegos acaban indefectiblemente en lo más hondo de un cajón. Poco se podría salvar de una hipotética quema, y el ejemplo más notorio sea tal vez el de Mad Mix Game.
En estos días se cumplen 20 años desde que se publicó esta peculiar visión del clásico Comecocos. Su enorme éxito de crítica y ventas, lejos de obedecer al habitual “lavado de cerebro” al que nos sometían las revistas españolas del ramo, estaba en esta ocasión plenamente justificado. El paso del tiempo no ha hecho si no asentar ese éxito, y la prueba es la misma de siempre: juegas con él y sigue siendo divertido, además de bonito y bien programado. Y es difícil, desde luego, pero apartándose de la “mejor” tradición de las compañías de soft hispanas, esa que convirtió maravillas en potencia como Profanation o Sir Fred en el camino más corto para terminar en el pabellón psiquiátrico de cualquier hospital. Mad Mix Game fue el videojuego estrella del catálogo de Topo Soft hasta el fin de su existencia, ya en los 90, y de hecho la compañía no volvió a repetir un lanzamiento tan redondo. Hoy en día es muy posible que se le pueda considerar como uno de los mejores videojuegos españoles de todos los tiempos, y sin duda el mejor de aquella “edad de oro” de los 8 bits.
Hubo quien vio en esto una alegoría a las ganas de los ases españoles del bit por merendarse a todos los programadores fantasmones del extranjero, y lo cierto es que con este juego estuvieron a punto de conseguirlo.
tienes poca idea de lo que hablas….
¿Y eso? Si lo afirmas de un modo tan vehemente, razónalo. Si no, mejor el silencio.