Hace algún tiempo me fui, junto con mi novia, a visitar la Feria del Libro de Madrid. Era la primera vez que lo hacía después de muchísimos años, algo así como quince, y no pude evitar cierta sensación de nostalgia, sensación que se vio acentuada cuando, como si alguien me hubiese leído la mente, empezó a sonar por megafonía It´s My Life de Talk Talk. Paseando por la interminable fila de casetas apostadas a ambos lados del Paseo de Coches del Retiro di con un libro titulado Bruce Lee: el hombre detrás de la leyenda, escrito por el artista marcial y profesor de educación física Marcos Ocaña Rizo. Tras ojearlo un poco, y viendo que con el descuento que me ofrecían se quedaba a un precio razonable, decidí comprarlo sin darle más vueltas.
Al leer este trabajo (y ya que estamos aprovecho estas líneas para recomendarlo, pues está bastante bien escrito y documentado) me vienen a la memoria muchas cosas. Nunca he sido especialmente aficionado a las artes marciales, pero la figura de Bruce Lee me fascinó desde la infancia. Supongo que en ello influiría el tener un hermano mayor practicante de kenpo karate y gran admirador de Bruce. Tenía y tengo bastante material sobre la intensísima vida y prematura muerte de aquel hombre hecho literalmente a sí mismo. Y sus películas siempre me han gustado. No son especialmente buenas, pero resultan divertidas; y para qué negarlo: las escenas de lucha molan. Pocos ha habido como Bruce a la hora de planificar y rodar escenas de lucha, tarea en la que era un profesional muy respetado por el entusiasmo y el afán perfeccionista que ponía en esa labor.
Hondonadas de hostias, by Bruce Lee.
Por eso, cuando a finales de 1984 me enteré de que alguien iba a sacar un juego para Spectrum con el Pequeño Dragón como protagonista, no pude cuanto menos que alegrarme. En ese momento “lo japo” estaba de moda, artes marciales incluidas (aunque curiosamente, y al igual que el propio Bruce Lee, la mayoría son de origen chino). Incluso no mucho tiempo atrás se había celebrado en Madrid el Campeonato Mundial de karate.
En los ordenadores ya se empezaban a ver los primeros juegos de temática marcial como el Karateka de Ariolasoft, o el que sería el primer juego comercial de este palo para el Spectrum, el entrañable Kung Fu de Bug Byte. Poco tiempo después el género se popularizaría definitivamente con la aparición del genial Way of Exploding Fist, título que por cierto hace referencia al arte marcial creado por el propio Bruce Lee, el jeet kune do o camino del puño interceptor. Llegados a este punto sobra decir que Bruce Lee también estaba de moda. Habían pasado poco más de diez años desde su misteriosa y trágica muerte. Todo el mundo estaba sacando tajada del mito (no hay más que recordar el fenómeno de los filmes protagonizados por clones del susodicho), y era perfectamente lógico suponer que tarde o temprano alguien reviviría a Bruce en las tripas de un ordenador, como protagonista de su propio sarao videojueguil.
El fenómeno de la Bruceleexplotaxion bordeó en ocasiones la paja mental más delirante. Como muestra un botón.
Sin embargo, cuando el juego empezó a publicitarse, dos cosas hubo que me causaron no poco estupor: dejando a un lado el hecho, ya habitual por otra parte, de que los juegos amparados en el nombre de un personaje famoso suelen ser más bien decepcionantes, en el caso concreto que nos ocupa la empresa encargada de distribuir el invento en la calle sería U.S. Gold, mientras que Ocean se haría responsable de programar la versión de Spectrum. Estas dos casas de software ya estaban por entonces entre las grandes del sector, pero acumulaban cierta mala fama por la irregularidad de sus lanzamientos, que alternaban programas de calidad más que aceptable con auténticos bodrios. Mil de miedo en resumidas cuentas. Cuando por fin me hice con el juego y lo cargué en el ordenador la sensación fue de relativo alivio, porque sin tener delante el pedazo de basura que me llegué a temer, la verdad es que aquello tampoco era precisamente el Knight Lore.
La esperpéntica pantalla de carga de la versión de Spectrum. Por si no queda claro a quién pertenece la licencia original del juego nos lo repiten tres veces. El logo de U.S. Gold no aparece por ningún lado, y el de Ocean lo hace desde una esquina y en pequeñito. Será para que no nos asustemos…
Y sin embargo, Bruce Lee se convirtió desde el principio en una especie de “pequeño clásico de serie B” aún hoy recordado por muchos aficionados a los viejos juegos de 8 bits, por encima incluso de programas bastante mejores que este. Pero ¿qué era lo que hacía tan especial al Bruce Lee? ¿Por qué el paso del tiempo no lo ha “enterrado” como a tantos otros juegos mejores que él? ¿Por qué sigo jugando una partida a este engendro de vez en cuando?
Es algo que al primero que sorprende es a mí mismo. Para empezar, Bruce Lee poco tiene que ver con Bruce Lee, hasta el punto de que si cambiásemos el monigote que representaba a Bruce en pantalla por otra cosa, seguiríamos teniendo el mismo juego (aunque sin el soporte publicitario del gran artista marcial, claro). Porque para ser honestos, y dejando ciertos detalles de ambientación oriental que sirven para dar el pego, el programa no deja de ser un arcade de plataformas al uso de los típicos en esa época. Los gráficos, aun siendo decentes, no eran gran cosa. El sonido, simplemente aceptable hasta para un Spectrum. Y por lo demás, en la parcela técnica era un juego del montón. Además resultaba un poco ridículo que, siendo Bruce Lee el protagonista del tinglado, éste solo fuese capaz de efectuar dos clases de movimientos para combatir a sus enemigos: una patada y un puñetazo. Igualito que en el Exploding Fist, vamos.
A todo esto hay que añadirle una característica adicional: Bruce Lee es uno de los videojuegos más fáciles de acabar de todos los tiempos. Yo me lo terminé en la segunda partida, y os aseguro que no soy un superdotado del joystick ni mucho menos. Un cuarto de hora me fue suficiente para ver la escena final. Si a esto le unimos la presencia de dos enemigos que son un calco perfecto del Gordo y el Flaco, y no sólo por su parecido físico con aquellos dos elementos, alguien que no haya jugado nunca con este programa (?) pensará que estamos ante otra de las típicas bazofias con que Ocean o U.S. Gold solían obsequiarnos de vez en cuando.
Pero curiosamente el juego molaba (?), por sorprendente que pueda parecer. Tenía “algo” que como mínimo te incitaba a prestarle atención. El movimiento era rápido, fluido y preciso, y al minuto de la primera partida ya te habías hecho completamente con el personaje. Las pantallas, pese a un diseño algo bizarro, tenían variedad. Te proponían retos muy sencillos de superar pero que a veces resultaban hasta divertidos, gracias a que por allí pululaban Laurel y Hardy.
Y era un juego fácil, qué coño. Parece absurdo, pero el hecho de que fuera tan increíblemente fácil acabarlo suponía en sí mismo un punto a su favor. ¿Qué estabas pensando en suicidarte porque no eras capaz de pasar la primera pantalla del Profanation? No problem: cargabas el Bruce Lee, le dabas una manta de hostias a tus (inútiles) adversarios, te lo pasabas por la piedra un par de veces, y eso era suficiente para que tu maltrecho ego de hardgamer subiese unos enteros. Además aquello de la facilidad te incitaba a buscarte nuevos retos por tu cuenta, para ponerle un poco de picante al sarao y aumentar la diversión. Por ejemplo, yo mismo llegué a acabarme el juego con una sola mano, jugando con las teclas del 6 al 0 (joystick Sinclair 2). Con ello le gané una apuesta de cien pesetas a uno de mis hermanos. La cosa tiene su mérito, puesto que sólo podía usar la mano derecha y yo soy zurdo de tomo y lomo.
Pero si algo tenía de especial Bruce Lee era la posibilidad que ofrecía para que dos personas disfrutasen de él simultáneamente. Aunque a priori parecía muy divertido que uno de los jugadores se encargase de encarnar a Bruce y otro de llevar a los malos, las posibilidades de este modo de juego quedaban muy mermadas porque el oponente de Lee solo podía hacerle frente controlando al “gordo”, que no era precisamente un prodigio de habilidad y de velocidad. Era realmente fácil que te cosieran a patadas, por lo que casi nadie en su sano juicio quería jugar con los malos. A lo mejor los programadores pensaron algo así como “Bruce es Dios y no es bueno que su imagen gloriosa salga malparada en un videojuego”. Por lo tanto no sorprende que se le pusieran las cosas tan fáciles.
Con todo, y pese a ser un juego bastante del montón y hasta ramplón, Bruce Lee nos enganchaba. Alguna partida caía de vez en cuando, y jugando a dobles podías pasar momentos muy divertidos con él. Eso sí, alternando el manejo de Bruce y los malos entre una partida y otra, para que la cosa estuviese “equilibrada” (ahora ganas tú, ahora yo).Tenía su encanto, el cabrón del juego. Y lo tiene, porque como ya he comentado con anterioridad aún sigo jugando alguna partida de vez en cuando. Me pregunto si entre las innumerables líneas de código del programa sus autores incluyeron alguna de tipo subliminal, del estilo de “juégame”, que te incita inconscientemente a cargarlo cada cierto tiempo. No cabe duda de que jugar al Bruce Lee es algo así como ver un telefilme de sobremesa: sabemos que va a ser malo pero “algo” nos incita a verlo… ¡y lo peor es que nos divertimos viéndolo y todo! Cosas más raras se han visto ¿no?
Recientemente se ha descubierto que tras los nombres de los supuestos autores de Bruce Lee se esconde este personaje.
Es totalmente cierto. Los juegos de Spectrum tenían un nivel de dificultad tan alto, que de lo que se trataba era de poder jugar a algo asequible. Es uno de los poquísimos juegos que he acabado varias veces. Si se piensa bien, es el reverso ligero de otro tipo de programas que, a pesar de no tener ninguna esperanza de acabar en la vida, seguías jugando porque la partida en sí era divertida. Acabar o no era irrelevante.
Habría que dedicarle un especial a aquellos juegos de 8 bits fáciles de acabar. Que, por cierto, eran los menos.
Este juego es como las auténticas artes marciales: esencia pura (jugabilidad y rejugabilidad), prescindiendo de artificios y exhibicionismo (gráficos o sonido). Tiene lo auténtico, y eso es suficiente. Como el Tetris.
No puedo estar más de acuerdo con lo que dices. Es un fenómeno, salvando las distancias, parecido al «efecto Commando».
Este juego me desconcertó en su momento. Lo conocí tarde, en 1990. Yo tenía (tengo, bah) MSX… y obviamente ya estaba acostumbrado a los juegos coloridos… y no me gustó nada, a tal punto que lo borré y grabé otro juego encima.
Años después le volví a dar su chance y cambié bastante mi opinión. Se deja jugar y es divertido, aunque mis versiones favoritas son las de Commodore y Atari, que son más ágiles. Siempre me llamó la atención lo cuadriculado de los gráficos… y algo raro que me sucede -no sé si mi versión tendrá un BUG o qué (en MSX)- es que el personaje gordo, por más que lo destrocemos a golpes, nunca desaparece como en Commodore o Atari.
tienes razón! y si comparamos con esos juegos que hoy pululan por la red, hungry birds y compañia, los juegos del spectrum eran para gente con una paciencia infinita. en mi gran ignorancia, creia que yo no era bueno para los juegos, pero la avidez por ver dibujos moviendose, bajo mi control, me hacia poner load «» en cuanta casette caia en mis manos, era mas fuerte la curiosidad que la decepción. trata de jugar un poco el «sidewiss» para entender a lo que me refiero. pero bueno, fué una epoca llena de ilusiones y de pitidos estredientes.