Es un clásico, convertido en cliché a fuerza de repetirse: cuando alguien tiene éxito en la vida, al llegar la decadencia suele echar la vista atrás con la idea de recuperar ese «algo» que le llevó a triunfar la primera vez. Ocurre sobre todo en las artes, como el cine o la música. O los videojuegos sin ir más lejos.

Para 1991 la mal llamada «edad de oro» del software español sólo existía para quienes aún trataban de sostenerla contra viento y marea, básicamente porque en ello les iba el pan. Con los graves problemas que padecía y sin apenas posibilidad de evolucionar al son que marcaban los nuevos tiempos, echar mano a la nostalgia era un recurso fácil y barato para ir tirando como fuese buenamente posible. El problema es que esta clase de soluciones desesperadas no suelen funcionar, y cuando lo hacen es de forma limitada porque el tiempo nunca pasa en balde.

Es lo que le ocurrió a Kong´s Revenge. Publicado por la compañía madrileña Zigurat, llegó demasiado tarde para cambiar un destino prácticamente ya escrito a esas alturas. Seamos francos: en 1991 el Spectrum no le importaba un carajo a nadie (o le importaba muy poco ya), y la maquinita del Kong, lanzada diez años antes, se veía como una cosa más que prehistórica, desprovista del halo simpático y reivindicativo que tiene hoy como clave para entender la evolución de los videojuegos. En eso hay que reconocer que hemos ganado mucho gracias a Internet y los libros que recopilan la historia del sector, cuya contribución a la hora de que se conozca y respete (un poco, al menos) el legado de antiguallas como aquella ha sido decisiva.

Pero al iniciarse la década de 1990 las cosas eran muy diferentes y el resultado de una maniobra como Kong´s Revenge sólo podía ser el que fue, porque cualquier producto como ese (o como el Megaphoenix de Dinamic) sólo podía tener un destino, incluso independientemente de la plataforma para la que se lanzase ya fuese de 8 o 16 bits. El juego, eso sí, resulta muy competente en los aspectos técnicos y está bien diseñado, lo que a día de hoy anima a echarse alguna partida aunque sólo sea para «catarlo». Una característica muy singular (al tiempo que un punto cachonda) es que hay dos formas de acabarlo, una buena y otra mala. De eso van los siguientes vídeos que cuelgo acto seguido, en los que Mike Myers nos enseña cómo son:

 

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