Escrito por Sir Clive Sinclair.

Publicado por la revista Muy Interesante. Número 40, septiembre de 1984.

*Fotos y sus correspondientes comentarios añadidos por El Spectrum Hoy / Leo Rojo. No proceden del artículo original.

Sir Clive Sinclair, el europeo que ha sabido enfrentarse a los colosos de la electrónica japoneses y norteamericanos, es tan buen divulgador científico como excelente hombre de negocios. Antes de llenar el mundo de ordenadores fue periodista. Esta es su visión sobre la apasionante revolución tecnológica que estamos viviendo.

Se nos ha dicho que estamos al principio de la segunda revolución industrial, concepto que parecía radical ayer, pero que hoy en día ya resulta tópico. Estoy de acuerdo con esta idea, aunque podría ser más útil considerar el proceso que estamos experimentando como tercera revolución más bien que segunda.

Según mis cálculos, la primera ocurrió cuando la humanidad aprendió a plantar y recolectar, acabando de este modo con la época nómada del cazador, que se veía obligado a destinar la mayor parte de su tiempo, por lo menos durante largos periodos del año, a la búsqueda de alimento. El agricultor, según nos es dado pensar de estos primeros revolucionarios, con su actuación, pudo alimentarse a sí mismo y a otros, librando a muchos de la necesidad de buscarse directamente el sustento. La comunidad pudo, así, ponerse a fabricar cosas: palas para el jardín, cubos y vasos para la casa, carros y embarcaciones para explorar el mundo. Empezaron a escribir y contar, a elaborar leyes y proteger grandes zonas contra sus enemigos. Muchos debieron haber lamentado la pérdida de una existencia más sencilla e inocente; en realidad, la historia del jardín del Edén podría reflejar esta transformación, pero el cambio amplió las posibilidades de la humanidad y permitió el crecimiento y extensión de las poblaciones. Ya no había posibilidad de volver atrás.

La agricultura acabó beneficiando a la humanidad. O al menos a una parte de ella.

El segundo gran cambio ocurrió hacia finales del siglo XVIII, cuando aprendimos a fabricar cosas ya no con herramientas manuales sino con máquinas. A decir verdad, este cambio fue gradual: las máquinas para confeccionar vestidos, aunque accionadas a mano, datan de antes de las pirámides y en la época romana pueden encontrarse numerosos ejemplos de una industria a gran escala. Así pues, quizás el elemento esencial en lo que denominamos revolución industrial fue el aprovechamiento de la energía del vapor, que no sólo proporcionó las máquinas para la industria, sino también la energía para el transporte. La energía del carbón sustituyó a la energía del viento. De nuevo la población dio un brinco, los hombres viajaron mucho más, se defendieron otra vez mayores territorios, y algunos volvieron a añorar un pasado arcano que había existido más en la fantasía que en la realidad. Pero lo cierto es que los elementos sencillos de nuestra vida diaria, los muebles y accesorios de nuestras viviendas, se hicieron más abundantes. Un número aún mayor de personas quedaron así liberadas para llevar una vida más contemplativa y estudiosa en nuestras universidades con el beneficio, a la larga, del avance de la ciencia.

Y así llegamos al tercer gran cambio que ahora vemos encima, la que puede ser la nueva revolución industrial. En parte tiene que ver con la sustitución de los obreros de las fábricas por robots y ordenadores. En parte, es el salto que ha resultado posible en la manipulación y transmisión de la información. En su conjunto se debe al ordenador de un modo u otro y, una vez más, millones de personas quedarán liberadas por el cambio para dedicarse a otras ocupaciones. Desde un punto de vista positivo, ya no estarán sujetas al pesado trabajo de la fábrica. En el aspecto negativo y realista perderán su empleo y se sentirán muy desgraciadas. Esta es la triste consecuencia y no podemos resolver tan bien nuestros asuntos como para evitarla. Pero se trata de una circunstancia temporal.

La cola del paro, inagotable cantera de intelectuales.

Mientras que en la década de 1940 el cincuenta por ciento de la gente trabajaba en las fábricas, no lo hará ni el diez por ciento medio siglo más tarde. Esta revolución ensanchará los horizontes tanto como las otras dos.

Este es un modo de considerar la forma en que vivimos. Probablemente es razonable. Pero si nos centramos en una analogía con la revolución industrial, nos perderemos una analogía mucho más profunda. En lugar de buscar en siglos y milenios atrás una comparación con nuestros tiempos, yo les llevaría a ustedes un millón de veces más lejos en el pasado.

Hace 4.000 millones de años, cuando el universo tenía solamente la mitad de tamaño que tiene en la actualidad y el sistema solar contaba sólo 5 millones de años, ocurrió algo singular: la vida. Por cierto proceso ineludible en la niebla inicial, agitada por feroces rayos cósmicos y relámpagos, se formaron y volvieron a formar compuestos de carbono de extrema complejidad, haciéndose más sutiles hasta que llegaron a transmutar la luz solar y a repetirse. Durante 1.000 millones de años estas primeras bacterias, tan misteriosamente conjuradas, agrupándose para formar arrecifes vivos, se denominaron estomatrolitos, siendo la única vida existente. Pero 3.000 millones de años después se convirtieron en la humanidad.

Resultado de 3.000 millones de años de evolución.

He dicho que el acontecimiento que inició este proceso fue singular. Pero seguirá siéndolo durante largo tiempo. Toda la vida se basa en el carbono y el carbono es excepcional en cuanto a la variedad de compuestos a que conduce, proporcionando organismos con una rica selección de materiales constructivos. Si alguna vez descubrimos vida en otros planetas, no nos sorprenderá encontrarla basada en el carbono, pero podría perfectamente no ser así. Cuando yo era un muchacho, leía novelas de ciencia ficción y en aquellos tiempos un tema común era el descubrimiento de una forma de vida extrañamente distinta a la nuestra. Una idea popular era que la vida estaba basada en compuestos no de carbono sino de silicio, por el motivo, creo, de que el silicio también puede formar un gran número de productos, muchos de ellos físicamente útiles. Considero que pronto estas historias parecerán verosímiles, ya que existirá la vida basada en el silicio. No habrá surgido de millones de años de pruebas y más pruebas en el protoplasma energético sino de un simple siglo, o menos, de esfuerzo humano. Estoy sugiriendo que la senda que está siguiendo la industria electrónica basada en el silicio llevará a la vida.

Continúa en la segunda parte.

5 thoughts on “La Tercera Revolución: hacia la inteligencia electrónica (I)”
  1. Este Clive sabe lo que dice, me resulta curioso como saca a relucir el carbono.

    El sabe bien que una revolución fue la fotosíntesis (6CO2+6H2O+Energía Solar = C6H12+6O2). http://www.youtube.com/watch?v=C1_uez5WX1o

    Por cierto, viendo la ilustración he dudado por un momento si estaba viendo al Tio Clive o a Andrés Aberasturi.

  2. Sí, la verdad es que lo de la fotosíntesis supuso toda una revolución, como también lo fue, por ejemplo, el momento en que los seres acuáticos se aventuraron a vivir en tierra firme. Curioso.

    Curiosa también la analogía entre Aberasturi y Sir Clive en ese dibujo. La verdad es que se parecen, no cabe duda :p

  3. Sir Clive Sinclair es una de aquellas personalidades adelantadas a su tiempo de las que al releer sus escritos te das cuenta de que esos temas que él trataba que hace muchos años sonaban a chino, hoy son temas de actualidad ampliamente estudiados.

    Por ello, creo que sentó las bases (junto a muchos otros) de la inteligencia artificial, campo que aún hoy está en pañales, pero que en este sigo XXI irremisiblemente deberá despegar.

    Me causa admiración leer cosas como esta de Sir Clive Sinclair. Esperemos tener muchos más como el en los próximos años revolucinando la tecnología tal y como la conocemos.

    Saludos

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