Bueno, vale: quizás no tantas, pero casi.
Hace ahora treinta y siete años que él ZX-81 se presentaba a los medios y desembarcaba en las tiendas con una idea muy clara: evolucionar el ya vetusto ZX-80 corrigiendo sus numerosos fallos, pero a un precio de venta menor que el de su antecesor. La propuesta se tradujo en un gran éxito y, de este modo, si el ZX-80 había servido para dar a conocer el nombre de Sinclair hasta en Japón (aunque no en España) y clavar una especie de pica, el «81» serviría para llevarlo hasta cotas de fama y riqueza inimaginables, convirtiendo el pequeño agujero hecho con pica en un túnel perfectamente acondicionado que permitiría llegar todavía más lejos. Sí, la metáfora es ridícula, pero eso fue, ni más ni menos, lo que consiguió aquella calculadora gorda sin teclado.
Desde el punto de vista actual sus prestaciones inducen la risa floja, pero como todo, hay que situarlas en su contexto. El mundo de 1981 no era como el de hoy; los ordenadores y sus componentes, incluso los más básicos, eran carísimos y en tales circunstancias el ZX-81 era una opción valida (cuando no la única) para la creciente masa de europeos que deseaban tener un ordenador en su domicilio sin necesidad de vender un riñón, pese las carencias que arrastraba. La peor de todas era la escasa memoria: a la hora de programar el aparato o simplemente de utilizarlo, no disponer de gráficos en color ni sonido era un lastre con el que se podía vivir, pero el hecho de tener a mano sólo 1 Kb de RAM constituía un verdadero problema.
Aunque hubo quienes fueron capaces de sacar partido a ese Kb hasta límites increíbles, la falta de memoria enseguida se reveló como el auténtico talón de Aquiles de una maquina por lo demás (insistimos) adecuada al contexto dentro del cual se vendía. Muy conscientes de ello, los diseñadores habían preparado al ZX-81 para admitir hasta 64 Kb de RAM usando módulos de memoria externos. Pero 64 Kb seguían siendo pocos para según qué cosas y más en Estados Unidos, donde máquinas con esa RAM (o mayor) eran bastante más habituales que en Europa. Eso debieron pensar los responsables del armatoste que ilustra la primera foto de este texto, con el que esperaban convertir al ZX-81 (o más bien a su variante yanki, el Timex-Sinclair 1000) en un ordenador más «americano». Al menos desde el punto de vista de la RAM, equiparándolo a estaciones multitarea valoradas en miles y miles de dólares. O eso rezaba la publicidad.
Ejemplo de publicidad veraz y fiable.
No voy a molestarme en traducirles el texto completo del anuncio porque no lo creo necesario. La imagen habla por sí misma, con el ZX-81 cargando esa «pila de ladrillos» a su espalda, que de algún modo parece repetirse innumerables veces hasta el infinito. Cosas de un sistema modular, ofrecido en paquetes de 16 o 64 Kb de RAM que podían controlarse mediante un Interface especial llamado Persona.
Desconozco si Gladstone Electronics, radicada en Buffalo y que además de a desarrollar y vender hardware se dedicaba a distribuir juegos como el Mazogs del gran Don Priestley, vendió muchos de estos BASICare, pero lo cierto es que su adquisición no tenía demasiada lógica en 1983. Desde luego no para una maquina como la de Sinclair, claramente superada por entonces y que además planteaba dificultades en el manejo de grandes cantidades de memoria por las limitaciones de su procesador Z80A, incapaz de controlar de una tacada más de 64 Kb de RAM. Al menos la ampliación (o ampliaciones) podía utilizarse en otros sistemas, donde sin duda resultaría más útil. Porque, como bien da a entender la web italiana que me ha servido de fuente, ¿Quién iba a querer gastarse hasta 2.500 dólares para convertir su ZX-81 en un mainframe?