Entre los nombres propios encargados de convertir el proyecto ZX-82 en una realidad tangible llamada ZX Spectrum, el de John Harris es probablemente el más injustamente olvidado a día de hoy. Este británico nacido en 1948 comenzó a pintar con 14 años, y al verse capaz de convertir una afición en profesión con la que ganarse la vida, dos años más tarde se matriculó en la Escuela de Arte de Luton, de donde salió graduado en 1970. Bajo la influencia de los Beatles y el hippismo pasó seis años viajando por lugares como la India y estudiando meditación, lo que dejaría una impronta inconfundible en su obra, caracterizada por su etérea belleza y colorido.
Apasionado de la ciencia ficción y admirador confeso de Arthur C. Clarke, a quien llegó a visitar en su legendaria mansión de Sri Lanka, enfocó su trabajo hacia el género en un momento idóneo: tras el fin del programa Apolo que había llevado astronautas hasta la Luna la exploración espacial estaba más en boga que nunca, y las misiones de sondas como las Viking o las Voyager junto a la labor divulgativa de científicos como Carl Sagan, alimentaban la fascinación colectiva por universos repletos de estrellas, planetas y toda clase de sorpresas desconocidas. Un hecho que se vio reflejado en el cine, la televisión… y los libros. Mitos del calibre de Isaac Asimov o Jack Vance le reclamaban para ilustrar su trabajo, lo que convertiría a John Harris en un hombre tan famoso que hasta la mismísima NASA acabaría contratándole a mediados de los ochenta, siendo el primer pintor británico fichado por la agencia en toda su historia. Actualmente los dibujos y pinturas que realizó durante ese periodo forman parte del inventario del Museo Smithsonian y son expuestos por todo el mundo junto al resto de su arte, en el que también tiene cabida lo cotidiano
Arriba, paisaje inspirado en la región de Devon, donde Harris nació y vive actualmente. Debajo, recorte de uno de sus retratos. Siendo inglés, muy apropiado.
Entre los admiradores de este virtuoso de los pinceles se encontraba Clive Sinclair, cuya idea del progreso tecnológico y las posibilidades que alentaba de cara al futuro de la humanidad guardaban ciertos paralelismos con las visiones plasmadas por Harris en sus obras. Tras el éxito del ZX-80 y ante el inminente lanzamiento de su sucesor, el ZX-81, Sir Clive pensó que este último debía marcar distancias en todos los aspectos pese a no ser más que una versión evolucionada del primero. Frente al 80, que había servido como aséptica (aunque revolucionaria) presentación de Sinclair Research al mundo, el nuevo 81 debía representar los tiempos venideros. El futuro de la humanidad, en resumen, plasmado a través de una imagen mucho más moderna, siguiendo la pauta marcada por Rick Dickinson al diseñar la «carrocería» del nuevo ordenador.
Esa imagen de modernidad futurista espolearía las ventas, y en ella debía incluirse hasta el manual del aparato. Frente al desapasionado aspecto de las instrucciones del ZX-80, que parecían directamente impresas en los laboratorios de Sinclair en Cambridge, las del ZX-81 debían impulsar al comprador a ojearlas de inmediato. Y siendo el 81 un producto destinado a gente que asociaba su posesión con zambullirse de lleno en un mundo que parecía de ciencia ficción ¿por qué no utilizar una imagen futurista para ilustrar el manual? Así fue como John Harris acabó en la nómina de Sinclair Research. Y el resultado solo podía estar a la altura de lo que cabía esperar en alguien como él:
A la vista está. Y visto lo visto, no sorprende que las pinturas de Harris ilustrasen no ya los manuales de instrucciones del Spectrum (porque a falta de uno venía con dos) sino también los de alguno de sus primeros periféricos oficiales como el Microdrive.
Hay que reconocer que las imágenes, que delatan la querencia de su autor por los paisajes, están muy bien escogidas aunque a priori no lo parezca. Viniendo a decir algo como «construyamos el futuro», su atractivo animaba al recién estrenado propietario de un Gomas a zambullirse en la lectura. Otra cosa era lo que uno se encontraba en el interior, ya que la edición original en inglés resultaba tan árida como el páramo de Cartago después de que los romanos lo sembraran con sal tras conquistar y destruir la ciudad. Si a eso le unimos que la edición castellana parecía traducida por Ana Botella presumiendo de First Certificate, ya se pueden imaginar la desilusión.
No obstante, esa es otra historia que nada tiene que ver con John Harris, quien a su modo contribuyó a apuntalar la acentuada personalidad de los primeros Spectrum. «Los de verdad» en opinión de muchos, los de teclas de chicle. Sinclair ya no contaría con él para la nueva gama de ordenadores + de 48 y 128 Kb y con ello se perdía algo de la esencia que caracterizó al Gomas. No en vano, para 1984 / 85 tener un ordenador en casa se estaba convirtiendo en algo cotidiano antes que futurista. La tapa del manual de estas nuevas máquinas dejaba a un lado la espectacularidad, pero por dentro resultaba mucho más amigable y comprensible para el neófito, y eso era lo realmente importante después de todo.
Una vez rota la (breve) relación de John Harris con Sinclair cada uno se fue por su lado. Aparte del ya citado asunto de la NASA, Harris ha seguido trabajando hasta hoy manteniendo la fidelidad a su estilo y sus métodos, impertérrito ante la implacable dictadura impuesta por los medios digitales que han obligado a otros artistas a reciclarse. Ya mayor y en apariencia bien situado, entiendo que se la traiga al pairo . Hace lo que le da la gana. Ha publicado libros recopilando su obras, las expone periódicamente y concede entrevistas o da conferencias en las que, merced a la parsimonia con la que se expresa, parece que nunca haya dejado de «meditar». Dicho así entre comillas, con todo lo que eso da a entender.