Eso es lo que uno podría exclamar comprobando la cantidad de veces que Jason Voorhees ha muerto y resucitado en el cine desde el estreno de su primera aparición, hace más de cuarenta años. Todos los participantes en el rodaje de Viernes 13 eran plenamente conscientes de estar rodando una copia descarada de La noche de Halloween, tanto como eran plenamente conscientes de estar rodando una puñetera mierda de película para consumo de jóvenes sin cerebro ni un sitio decente para follar más allá del asiento trasero de un coche. Al extremo de que hasta el mismo director afirma que si aquello salió bien fue poco menos que «por accidente». Entrecomillo la cita porque es textual. Y es que la película era, en efecto, una puñetera mierda; pero su inesperado éxito sentó las bases del género slasher tal como viene entendiéndose hasta hoy. Para lo bueno y lo malo.
Y desde entonces, jugar de portero al hockey sobre hielo tampoco fue ya lo mismo.
En tales circunstancias, era de esperar que Viernes 13 daría el salto a los videojuegos nada más fuese posible recrear el filme y su atmósfera con unas mínimas garantías. Así fue como en la primavera de 1986 el bueno de Jason, que ya iba por su quinta película (y en camino de estrenar la sexta en agosto) abrió la puerta del Spectrum para colarse a matar pululando en su interior. El juego estaba a la altura de las películas (recuerden la expresión «una puñetera mierda»), pero tendría éxito pese a las malas críticas y hasta pasaría a la historia por la campaña de márquetin orquestada por Domark para venderlo, apabullante incluso desde la perspectiva actual y que incluía pastillas para convertir la saliva en sangre de regalo con la cinta del programa, en lo que a buen seguro fue el origen de un montón de casos de cáncer durante los años posteriores.
Nada como extender una cortina de humo para tapar la realidad, en especial cuando se es consciente de que esta es… pues una puñetera mierda. Pero aún así hay que reconocer que el videojuego de Viernes 13 tiene «algo», el muy jodío. Es lo que es (no, prometo que no insistiré más), pero su dinámica es ágil y rápida, y en consecuencia las partidas se resuelven por lo general en un abrir y cerrar de ojos. Incluso logra captar la atmósfera siniestra y cargada de tensión propia de un escenario como Cristal Lake, dentro de las posibilidades que permite una máquina como el Spectrum.
Es lo que podremos comprobar observando la partida que Mike Myers nos dejó para la posteridad, en la que supera los 17.000 puntos antes de ser descuartizado por el asesino de la careta. Porque una de las características de las películas que mejor refleja este juego es la fastidiosa manía de Jason por seguir dando la turra sin importar las veces que lo quitemos de en medio. ¡Qué tío más pesao, coño!