Hace poco menos de un mes, a mi novia se le antojó regalarme (en plan «sorpresa total», porque le apetecía y sin atenerse a fechas «señaladas», que es como se han de hacer los regalos y como más gusta que te los hagan) el libro La Guerra (in)Civil del genial Forges, uno de los últimos humoristas gráficos verdaderamente grandes que nos quedan. El libro es en realidad una reedición actualizada en formato «tapa dura» de una serie sobre historia de España titulada genéricamente Historia de aquí, publicada en fascículos semanales a principios de los años ochenta. Aunque el precio es algo elevado (22 euretes de nada) no puedo por menos que recomendarlo sin dudar porque me ha gustado muchísimo. Está escrito de forma muy amena y entretenida, y las viñetas de Forges, cargadas para la ocasión con el mejor «humor negro» que tanto caracteriza a los españoles, le otorgan a la lectura un tono francamente divertido sin llegar a tomarse a guasa (faltaría más) lo más triste de nuestras miserias históricas contemporáneas. El volumen siguiente, que versa sobre el franquismo y la llegada de la democracia, está ya encargado por el que suscribe para leerlo con avidez en cuanto sea posible, ya que su éxito ha sido tan grande que la edición actual está agotada y prácticamente no hay forma de encontrar un ejemplar, por lo que me toca esperar. Serán otros 22 leuros, pero os aseguro que pienso soltarlos muy a gusto.
Siempre me he preguntado cómo es posible que en la España del Spectrum, cuajada de grandes creadores de videojuegos, nadie tuviera la idea de lanzar un wargame al estilo de los que entonces se llevaban. Nuestra convulsa historia, plagada de todo tipo de guerras, invasiones y revoluciones, era y sigue siendo un abono perfecto para este tipo de juegos. Apoyándonos en ello y en el talento de la gente que aquí trabajaba, es muy seguro que se podrían haber hecho magníficos wargames (término hoy en desuso, sustituido por el más genérico “juegos de estrategia”). Y no sólo sobre la jodida Guerra Civil, tema no del todo recomendable por las ampollas que seguramente levantaría. Sorprende lo difícil que resulta encontrar juegos de estrategia consultando el nutrido catálogo de software patrio ochentero. Los ejemplos se podrían contar con los dedos de una mano, y es muy posible que a muchos de nosotros nos sobren dedos. Yo mismo sólo consigo recordar mientras escribo esto Mapsnach (curioso clon del Risk pergeñado por Dinamic), Mapgame y Elecciones generales, y ni que decir tiene que ninguno de ellos obtuvo un gran éxito a pesar de ser buenos juegos. Particularmente el tercero, originalísimo (nunca jamás se ha vuelto a ver otro «simulador político» en esa onda) y con algunos detalles realmente brillantes y divertidos, como el del Telediario que llega a imitar la presentación de los informativos de TVE en aquella época. No olvidamos el fallido experimento de la distribuidora Juegos & Estrategia, que auspiciada por la editorial Hobby Press hubo de hachar el cierre al poco de comenzar a funcionar, porque los juegos que distribuía (cosas como Arhem o Ratas del Desierto, que no son precisamente morralla) no los compraba ni el tato.
¿Qué le faltó al género de la estrategia / wargames para triunfar en la España de los 80? Sinceramente no lo sé. Siempre creí que se trataba más bien de una cuestión de madurez de mercado: a mediados de aquella década, en países de Europa como Inglaterra, el mercado de las computadoras domésticas (y de los juegos de ordenador) estaba más evolucionado que aquí, y el espectro de usuarios abarcaba desde colegiales a trabajadores de clase media en torno a los 30 años. En España, empero, el ordenador (y más concretamente el Spectrum) era visto más bien como «cosa de niños». La inmensa mayoría de los que usábamos un ordenador en casa éramos niños, y era raro ver a los mayores jugando con ellos. Ni que decir tiene que nosotros, como críos que éramos, preferíamos juegos sencillos, adictivos y visualmente atractivos, y eso no era lo más habitual en un wargame. De todos modos no deja de sorprender el escaso éxito del género si nos atenemos a que, por ejemplo, los conversacionales tampoco se atenían a ese patrón típicamente arcade, y en cuanto alguien se lanzó a traducir conversacionales ingleses y / o a producir juegos decentes, el género dejó de ser tabú en nuestro país. En el caso de juegos como Arhem apenas era preciso traducir las instrucciones para poder exprimir el juego a fondo. Lo sé de buena tinta porque en su día me dejaron una copia original que incluía hasta un «mapa de situación inicial de tropas» y todo. Ni que decir tiene que disfruté como un enano del que sin duda es uno de los mejores wargames jamás hechos para ordenador, y todo ello sin tener apenas conocimientos de inglés.
Por fortuna las cosas han cambiado y, aunque los tiempos gloriosos del software español quedaron atrás hace mucho, es posible encontrar juegos de estrategia hechos aquí con éxito incluso a nivel internacional (Commandos es el ejemplo más notorio). Del mismo modo, a nadie sorprende ya entrar en un cíber y encontrarse a un grupo de chavales jugando con World of Warcraft o similares, juegos de estrategia con un universo sumamente complejo. Cierto que nada tienen que ver con los juegos de antaño; que son mucho más ricos y atractivos, y que tal vez por ello ya nadie le tiene miedo al «coco», pero eso no lo veo mal. Como en su día dijo Albert Boadella «Ya semos europeos». Más vale tarde que nunca.