Son bastantes las ocasiones que por aquí he escrito cosas acerca del Commodore 64 glosando su historia y sus virtudes. Algo que puede resultar contradictorio siendo este un espacio dedicado al ZX Spectrum, pero que se justifica por diversas razones. Para empezar porque representó el competidor más firme para el micro de Sinclair, pero no solo eso: durante el primer lustro de los ochenta, la máquina creada por Jack Tramiel impulsó como ninguna otra la irrupción de los ordenadores domésticos.
Sin menospreciar la trascendencia del Spectrum en ese sentido, que la tuvo y mucha, lo cierto es que apenas representó un grano al lado del 64, que no sólo se vendió bastante más sino también mejor. En 1983, transcurrido apenas un año desde la salida al mercado de ambos, el Spectrum ya disfrutaba de un éxito más que considerable, pero su mercado se circunscribía esencialmente a Inglaterra. Mientras, el C-64 triunfaba, además de en su Estados Unidos natal, en Centroeuropa o Escandinavia, lugares donde la población disfrutaba de un poder adquisitivo muy superior y, por descontado, estaba más predispuesta a adquirir masivamente un artefacto tan caro como era entonces cualquier ordenador personal.
Y más el de Commodore, que con todo se vendía a un precio muy razonable para quienes podían adquirirlo. Y resulta que eran muchos. Más que los del Spectrum, pues vivían en zonas más extensas y pobladas. Y que encima eran más ricos, Como negocio este ordenador representaba un pastel demasiado jugoso para no tentarlo. Baste citar, a modo de ejemplo, que la intención inicial de los fundadores de Gremlin Graphics era centrarse en hacer videojuegos para el Commodore 64 dedicándole más recursos que al Spectrum, con sus miras puestas en la exportación al continente europeo y quién sabe si, con algo de suerte, también a Norteamérica… Y por eso, una de las primeras decisiones que tomaron nada más montar la empresa fue irse a por el mejor programador del sistema que había en el Reino Unido, Tony Crowther, al que ofrecieron ser socio de la firma a partes iguales para echarle el lazo bien echado. Dicho más claro, le ofrecieron a él, que no tenía ni dieciocho años cumplidos, ponerse a idéntica altura que los tíos que deseaban contratarle. Los mismos que dirigían la firma.
Inspirados por Vito Corleone, los jefes de Gremlin hicieron una oferta que Crowther no podía rechazar.
Personajes como Crowther no tardarían en cimentar la leyenda del C-64, maquina excepcional que se encontraba a un nivel por encima de sus competidores en cualquier faceta y en alguna, directamente, los vapuleaba. Especialmente en el apartado musical: su espléndido chip de sonido permitió a artistas como Rob Hubbard o el recientemente fallecido Ben Daglish lucirse como auténticas estrellas. Sus melodías les convirtieron en celebridades que aglutinaron en torno suyo a multitud de fans, y con el paso de las décadas esa multitud no ha hecho sino incrementarse. Aunque algunos puedan juzgarla como una afirmación atrevida, en el compendio de todo lo que el Commodore 64 nos legó, quizá sea la música lo que más merezca destacarse. Se trata de una opinión más extendida de lo que parece, por lo que la existencia de bandas tributo iguales a las que existen de grupos como Pink Floyd o los Beatles no debe sorprender a nadie.
FastLoaders es la mejor y más reconocida. Formada en la ciudad Noruega de Bergen por tres incondicionales del C-64 en general pero sobre todo de The Last Ninja en particular, han editado ya varios discos e incluso han salido a tocar por Europa, llegando a dar un multitudinario concierto en Londres junto al anteriormente mencionado Ben Daglish. Su estilo tira al metal porque no en vano su lider, Jarle Olsen es un fan declarado del género desde que tenía ocho años. Claro está que hablamos de Noruega, cuna de bandas seminales como Mayhem, Burzum o Inmortal y también del Inner Circle. Ya que estamos, si quieren deleitarse profundizando en el asunto, pueden empezar leyendo esto.
Por fortuna, FastLoaders no llegan a tanto y no les ha dado por imitar la conducta de tarados como Varg Vikernes y similares. Volviendo a lo que nos interesa, tal vez resulte chocante imaginar una interpretación de la melodía de Monty on the Run cargada de guitarras y percusiones a todo gas, pero Jarle y sus colegas saben lo que se hacen. Para empezar resulta que son buenos músicos. Y no sólo porque toquen bien, sino porque saben cómo adaptar cada melodía a su estilo sin que resulte desagradable. Al contrario. No son starlettes de La Voz y demás nauseas destinadas a un público mongoloide. En directo suenan de puta madre, y con el enfoque particular que le dan a las canciones, éstas adquieren un «algo» especial que ahora mismo no sabría describir pero que a mí, personalmente, me gusta mucho.
Si os apetece, podéis optar por ver el concierto directamente en YouTube porque ahí figura el tracklist completo con enlaces a cada tema, bises incluidos.