A menudo suele decirse que las comparaciones son odiosas, y aunque en muchas ocasiones sea cierto, en otras tantas comparar puede resultar muy útil para llegar a conclusiones que no veríamos de ningún otro modo.

A priori, comparar dos máquinas tan dispares como el Spectrum y el Commodore 64 entraría de lleno en el grupo de «comparaciones odiosas» y por tanto fútiles. Ambas solo tendrían como nexo de unión el haber nacido comercialmente a la vez, a mediados de 1982, para competir en el creciente negocio de los ordenadores domésticos, pero las similitudes acabarían ahí. E incluso antes, si me apuran, ya que el «64» tenía como principal objetivo combatir la hegemonía de Apple en el mercado estadounidense, donde su precio de 595 dólares hasta podía considerarse asequible para la clase media del país, más pudiente que la europea. A su lado, el modesto Spectrum se adaptaba mejor a las posibilidades del Viejo Continente, cuya población había sufrido en mayor medida los embates de las sucesivas crisis económicas que tuvieron lugar a partir de 1973.

Con sus prestaciones de otra galaxia, el micro de Jack Tramiel era el sueño de muchos europeos ansiosos por tener un ordenador en casa; pero la economía manda, y al final no les quedaba otra que rebajar sus pretensiones. Lo bueno hay que pagarlo, y el Commodore 64 era el mejor ordenador doméstico que se podía comprar. En virtud de sus fenomenales prestaciones, solo cabía esperar de él los mejores programas y juegos, imposibles de comparar con los de cualquier otra máquina. Pero no siempre fue así ni mucho menos: el Commodore 64 arrastraba «lastres» que, como el procesador, hacían que fuese difícil de programar, lo que implicaba que sólo alguien brillante tendría la habilidad necesaria para sacarle partido.

El Commodore 64 encumbraría a hombres de la talla de Andrew Braybook, Tony Cowther, Jordan Mechner, Sid MeyerGeoff Crammond; pero al tratarse de un ordenador tan difundido (el más vendido de la historia, mucho más que el Spectrum) también dejaría espacio en su amplia programateca a toda clase de mediocridades, indignas de semejante máquina, perfectamente comprables incluso con lo más «tirado» del catálogo del Spectrum. Una máquina a todas luces inferior, pero que también se veía influida (y mucho) por quien la manejaba: en manos de una persona hábil era capaz de hacer cosas en apariencia imposibles para él, batiéndose contra rivales superiores y hasta dejándolos en evidencia, algo que podréis comprobar en el siguiente vídeo:

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