A la vista de esta imagen, seguro que están conmigo en que los usuarios del Spectrum teníamos nuestro particular «Club de la Lucha»:
«La juventud de hoy nunca conocerá nuestra lucha». Pues eso.
Al contrario que en el universo imaginado por el colgao de Chuck Palahniuk, casi que la primera norma de los integrantes del club era hablar continuamente de él, por los innumerables sufrimientos que generaba y la paciencia necesaria para cargar con ellos, nunca mejor dicho lo de «cargar». Es el relato que ha trascendido al correr de los años, y sin embargo no era para tanto. Los disquetes de tres pulgadas y media que se popularizarían en los noventa con la introducción masiva del PC en los hogares, fallaban más que escopetas de feria. Eso sí que era espantoso, oigan. Y sobre los largos tiempos de espera para cargar un programa, baste decir que cuando juego con Skyrim en la Play 3 (sí, soy de esos que aún tiene una y la usa) suelo tener al lado el ordenador, para matar el rato entre carga y carga…
Mil y una páginas (literalmente) leídas aprovechando las pausas de carga de Skyrim.
Pero eso no implica que aquellos tiempos fuesen necesariamente mejores que los que siguieron, no se engañen. Aun siendo sorprendentemente fiables a poco que tuviesen un mínimo de calidad, las cintas fallaban como también fallaban los reproductores de casetes, en general no demasiado buenos ni adecuados para la tarea que se les encomendaba. Quizá fallos tan catastróficos como el la primera imagen que ilustra el texto no fuesen comunes (yo al menos no recuerdo haber tenido ese problema una sola vez), pero fallos había. Y los tiempos de carga eran los que eran en un Spectrum digiriendo con esfuerzo unos y ceros a poco más de mil baudios por segundo, Esto convertía la carga de cualquier programa en un coñazo, acentuado conforme llegaron los Spectrum de 128 Kb y los juegos multicarga. Si no lo fuese, nadie se habría molestado en crear sistemas de carga rápida ni imágenes específicas para hacer más amena la espera.
Ejemplo de lo que en un Spectrum suponía pasar más tiempo cargando un juego que disfrutándolo.
Pero no cabe duda de que este ingenioso método para cargar programas en un ordenador, pese a lo básico y rústico (y por tanto asequible) del mismo, tenía algo especial. Puede que asociado la nostalgia de la juventud o, directamente, de la niñez, pero no sólo por eso. De otro modo no habría páginas web ni grupos en las redes sociales dedicados específicamente a mostrar reproductores de casetes, incluyendo algunas veces características y precios de época. Más de uno conservó su reproductor de cintas una vez dejó de utilizarlo y aún lo conserva. Yo entre ellos.
Cierto que las esperas en las cargas podían llegar a ser desesperantes, pero yo también las recuerdo con cierto cariño. Sobre todo cuando tenías una cinta que a veces cargaba bien y a veces no. Cuando reconocías por los pitidos que estaba llegando al final, los segundos de espera para ver si el juego arrancaba, o el ordenador se quedaba bloqueado o se reseteaba, te generaban una tensión…..
Era algo angustioso, sí. Por eso, para evitarlo siempre que copiaba un programa iba a todas partes con mis casetes a cuestas, aunque el colega de turno tuviese su propio magnetófono y cintas.