Hoy día es habitual que una marca de coches ofrezca de regalo aparatos electrónicos como tablets u ordenadores para incentivar sus ventas. En la actualidad, un automóvil es en sí mismo un ordenador rodante: la mayoría viene con navegador de serie y los hay que hasta reproducen películas en DVD o Blu Ray para hacernos sentir como en casa. Antes esta clase de promociones no eran tan corrientes ni mucho menos, sobre todo a nivel de marcas generalistas.

El Renault 9 nació en 1981 como sustituto del venerable (y venerado) R-12 dentro del llamado segmento C, destinado a berlinas de clase media – baja. Al principio su diseño fue tachado de impersonal, mecánicamente anticuado al incorporar los vetustos motores del R-12, y pese a ganar el premio al mejor coche de Europa en 1982 su arranque en el mercado no fue tan boyante como se esperaba, aunque finalmente alcanzó un gran éxito y junto a su “hermano” R-11 se erigió en uno de los iconos del automovilismo europeo durante los 80. Incluso después de ser sustituido por el más moderno R-19, su producción continuó en Turquía y Sudamérica hasta fin de siglo. En 1984, el R-9 ya era un producto consolidado y era bastante normal verlo por ahí. Casi como el Spectrum, que dos años después de su nacimiento era el ordenador de moda en la Inglaterra de Thatcher. Tal vez por eso no debería sorprender a nadie que, un buen día, algún publicista tuviese la genial idea de unir dos ganadores en esta campaña promocional, cuya imagen me la ha dado a conocer Pablo L. del Rincón a través de un grupo de fans de la revista Your Sinclair existente en Facebook:

Durante un mes, y como si quisiese celebrar así su segundo cumpleaños, el Spectrum se incluyó de regalo con cada R-9 vendido en el Reino Unido. Tras esta imagen de sobriedad se escondía una maniobra de márquetin muy novedosa; en especial por su enfoque, que delata las diferencias existentes entre los usuarios ingleses de ordenadores caseros y los de otros países de su entorno. Mismamente en España, donde micros como el Spectrum eran más “cosa de niños”, sería impensable ver un anuncio como este publicado en una revista especializada. Las agencias publicitarias británicas siempre han gozado de prestigio en el mundillo, pero en los ochenta llegaron a lo más alto. Su capacidad para aunar originalidad, sentido del humor y hasta irreverencia les convirtió en un referente, con ejemplos tan conocidos entre los fans de Sinclair como este:

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