1983 fue un año muy difícil desde muchos puntos de vista, importante en la historia de la humanidad y en la particular historia de los años ochenta. La Guerra Fría alcanzó por entonces uno de sus puntos más álgidos en años. La virulenta política anticomunista del presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, había llevado las relaciones con la entonces Unión Soviética hasta extremos de gran tensión. El hecho de que por aquel tiempo el jefe del Politburó de la URSS fuese Yuri Andropov, un oscuro funcionario que había llegado a ser máximo responsable del KGB, no ayudaba precisamente a aumentar el optimismo sobre un deshielo de la situación. El despliegue por parte de ambas superpotencias de los tristemente famosos Euromisiles y el comienzo del programa norteamericano SDI para crear un paraguas antinuclear en el espacio, marcaron un año en el que el mundo entero se estremeció de miedo ante la posibilidad de un conflicto nuclear a escala planetaria, que en esos momentos parecía más cerca que nunca desde la crisis de los misiles de 1962.

Reagan: «Tuve claro que había que acabar con los rusos cuando me vi obligado a ver de un tirón Guerra y Paz de Sergei Bondarchuk sin poder hacer pausas ni para mear«.

Pero en lo que respecta a nuestro pequeño Spectrum, 1983 fue “el año”. Aquellos doce meses marcaron el comienzo de la edad dorada de este pequeño aparatito con teclas de goma, extendida hasta que el empuje de las nuevas y poderosas máquinas de 16 bits marcó el principio del fin de toda una época.

Para finales de 1982 el Spectrum era una máquina con un mercado bastante consolidado. Sobre todo en su Inglaterra natal, que aún vivía la resaca eufórica por el triunfo sobre Argentina en la olvidada Guerra de las Malvinas, ocurrida sólo unos meses antes. El ritmo de ventas era bastante bueno y Sir Clive podía así desafiar las críticas de sus enemigos más encarnizados, que ese mismo año auguraron un enorme batacazo para el nuevo “engendro” de Sinclair Research. La respuesta de los usuarios indicaba justamente lo contrario.

Fue precisamente en 1983 cuando el mercado del Spectrum se expandió a lo grande. Y en el transcurso de doce escasos meses el Speccy dejó de ser simplemente un ordenador popular para convertirse en un hito de la informática casera. En ese salto tuvo mucho que ver el enorme crecimiento de su mercado de software. En diciembre de 1982 el Spectrum tenía un catálogo de programas comerciales bastante bueno comparado con el de otras máquinas de la competencia, aunque bien es cierto que buena parte de esos programas eran publicados por desarrolladores cercanos a Sinclair, como Psion. A la vuelta de un año el panorama había cambiado de un modo casi radical: decenas de pequeñas empresas, en su mayoría formadas por gente que había aprendido a programar por su cuenta y riesgo, se habían lanzado a la publicación de software nuevo para el diminuto Spectrum. El éxito de la máquina allí donde se vendía animaba a muchos a aprender a programar con ella, y a no pocos a programar y vender software (principalmente juegos, para qué engañarnos) ante la perspectiva de unas ventas jugosas. A su vez el incremento del software existente animaba a muchos potenciales compradores a decidirse por el Spectrum, desechando alternativas claramente mejores pero con menor surtido de programas y, en buena parte por ello, menos populares.

«Yo creí que programando para el Jupiter Ace me haría millonario, y miren cómo he terminado».

Todo esto provocó un “efecto en espiral” que, si bien se mantuvo durante buena parte de la vida del Spectrum, ciertamente se mostró de forma más intensa durante ese año 83. En 1983 tuvieron lugar grandes acontecimientos dentro del mundillo Speccy. Mitos como Ultimate iniciaron su andadura comercial en 1983; el mismo año en que compañías no menos míticas como Durell, Ocean, Imagine y tantas otras seguían el mismo camino y publicaban sus primeros juegos comerciales. En 1983 llegaban los primeros jitazos del software de entretenimiento europeo: Manic Miner, Jet Pac, Harrier Attack, Scuba Dive, Android Two, Stonkers, Alchemist, Atic Atac…  El mercado europeo de videojuegos, que hasta entonces prácticamente no existía, empezó a consolidarse en ese año como un negocio serio y a dotarse de cierta madurez, la cual se incrementaría en años posteriores.

Tampoco podemos olvidar que 1983 fue el año en que el Spectrum llegó oficialmente a España amparado por la distribuidora Indescomp, que para la ocasión preparó un recibimiento especial con la ayuda de tres pequeños genios con pinta de nerds que respondían a los nombres de Charly, Paco y Fernando. Ese año publicaban Fred, todo un clásico.  Y en el plano estrictamente personal fue también en 1983 cuando aterricé en el mundo Sinclair: a finales de ese año un abnegado amigo de mi padre, con familia en Inglaterra, me traía desde la pérfida Albión un Spectrum de 48 Kb.

Al acabar 1983 y comenzar el Año Nuevo ya nada volvería a ser igual.

Blas Piñar sobre el Spectrum: «¡La llegada de ese artefacto infernal obedeció a un complot inglés con objeto de menoscabar las raíces de la sacrosanta unidad familiar española, debilitar nuestro tejido social y dejarlo a merced de la invasión inmigrante!»

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