Tengo que hacer una confesión: hasta ahora nunca había leído Ocho quilates, ese libro dividido en dos volúmenes que está considerado unánimemente como la Biblia sobre la historia del software español. ¿Pueden ustedes creerlo? Pues créanselo porque es meridianamente cierto. «¿Y este juntaletras lleva más de diez años pontificando sobre retroinformatica en una mierda de web, pretendiendo que le consideremos entre los grandes del sector en castellano?» Pues va a ser que sí. Piensen ustedes lo que quieran, pero si hay gente que lleva treinta años desempeñando altos cargos políticos sin asumir responsabilidad alguna (y encima cobrando), ¿por qué habría yo de asumirla por mis actos, cuando me limito a compartir con ustedes mi genialidad y además sin cobrar, eh?

Foto: Sromero sacada de su blog.

Consideraciones sobre mi persona aparte, hay que empezar reconociendo lo evidente: el libro, en conjunto, está muy bien. Su estilo resulta ocasionalmente engolado por nostálgico y quizás algo pueril, pero está muy bien (repito) y se lee a toda velocidad por el interés que el autor logra darle a los temas que trata, adscritos a una época en la que los españoles, pese a los graves problemas que padecían, estaban ansiosos por engancharse a la modernidad y vivían con la ilusión de aspirar a algo mejor después de cuarenta años de travesía por el desierto en forma de dictadura militar.

En ese sentido el segundo volumen resulta superior al primero por centrarse en dos temas trascendentales para la historia de los videojuegos hechos en España: la bajada de precios acometida por ERBE a principios de 1987 y la (fallida) transición del software español desde chistes con teclas como el Spectrum hacia ordenadores y consolas de verdad, lo que implicaba una transformación radical de lo que en el país se entiende por «modelo de empresa», caracterizado desde tiempos inmemoriales por el cortoplacismo y las falsas apariencias, pero que en los ochenta vivió un momento álgido en aquellos tiempos de la «España del pelotazo» apadrinada por el ministro Solchaga y personificada en elementos del pelaje de Mario Conde o Javier de la Rosa.

Trabajando para aumentar la riqueza. En especial la mía.

Una España en la que, como ocurriría años más tarde durante la burbuja inmobiliaria, los empresarios no perseguían la creación de un tejido industrial con valor añadido, capaz de fomentar un modelo económico sostenible y beneficioso a medio o largo plazo, sino simplemente forrarse lo más rápidamente posible. Y cuando todo se vaya a la mierda, el que venga detrás que arree preferiblemente con fondos públicos, que para eso se han sacrificado por la sociedad proporcionando unos cuantos puestos de trabajo precario. ¡Habrase visto! En Ocho quilates encontraremos varios ejemplos de este modelo tan español de gestión empresarial; pero también (justo es decirlo) algún otro de quienes quisieron hacer las cosas de forma distinta y no pudieron o no supieron cómo. Ya habría sido difícil para una persona normal, así que imaginen lo que podía significar para un grupo de adolescentes que se había montado un chiringuito con la sola intención de divertirse programando videojuegos y, si terciaba, obtener un dinerillo con el que ganarse razonablemente la vida. Así y todo, hubo quienes lo consiguieron.

A estas alturas huelga decir que, pese a sus defectos, el libro vale mucho la pena hasta para quienes, como yo, se saben casi de memoria la historia de aquella mal llamada «edad de oro» del software español. Para los novatos no se me ocurre mejor forma de zambullirse en un relato que, no por conocido su trágico fin, deja por ello de resultar fascinante. Más si, como es el caso, el libro en dos volúmenes que lo recoge está muy bien.

4 thoughts on “Dos lingotes de ocho quilates”
  1. Yo todavía los tengo pendientes de leer, y ganas no me faltan porque me han hablado muy bien de esos libros. Algún día me decidiré a empezar,

  2. Te los recomiendo.Están muy bien escrito y los devoré en pocos días, son de esos libros que no puedes parar de leer y si encima te gusta el tema, disfrutas más.
    Lo que me gustó mucho es que descubres muchas historias que, aunque te suenan de haberlas leido por ahi, no forman un conjunto.

  3. Perdón , en el anterior mensaje me refería a que el libro si forma un conjunto de lo que faltaba por contar de la Edad de oro.

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