Hace un tiempo describía 1985 como el año en que los videojuegos perdieron su inocencia y se politizaron. Hasta ese momento el “enemigo” había consistido, como mucho, en marcianos con aviesas intenciones o elementos que actuaban en contubernio con algún inventado gobierno u organismo dictatorial / bananero, los cuales aspiraban a dominar el mundo sin saberse muy bien a santo de qué.

En 1985 tanto las computadoras domésticas como sus técnicas de programación habían progresado mucho, incluso respecto a tan solo un par de años atrás. Ahora era posible representar con realismo más fidedigno situaciones provenientes o inspiradas en la vida real. Esto, unido al anticomunismo lacerante impulsado desde Estados Unidos por la Administración Reagan, llevó a crear una subcultura que en otro tiempo, incluso durante la propia Guerra Fría, habría sido inimaginable. El país de los Soviets era el Infierno, Belcebú habitaba en él y eso, más allá de ser una útil premisa política, sirvió también para que algunas mentes habilidosas creasen un rentable negocio.

Imagen de una visita a la Unión Soviética a principios de los 80. La momia de Lenin anda escondida por ahí.

Los videojuegos tampoco escaparon a esta ola de exacerbado anticomunismo. El enemigo pasó a ser claramente identificable e incluso tenía personalidad propia, estando claro que su objetivo era imponer su depravado modelo social y destruirte a ti, violando de paso a tu madre y quién sabe si también a tu padre. Era preciso erigirse en defensores del mundo libre; ese que, de la mano de competentes y liberales gobernantes, nos proporcionaba cosas tan imprescindibles para nosotros como discutiblemente útiles en realidad, salvo para enriquecer a unos pocos.

Durante los 80 se hicieron una serie de juegos que podríamos llamar “antisoviéticos”, pero dos de ellos terminarían destacando sobre los demás. El primero, Rambo, llamado por algunos Rambo II en referencia a la famosa cinta del amigo Stallone en que se basa (una de las más fascistoides de la historia), casi no necesita presentación. El otro es sobre el cual centraremos esta Leyenda: Raid over Moscow, un programa cuyo título ya resulta bastante explicativo. Como en el caso de Bruce Lee los años han terminado por hacer de este juego un clásico de serie B, aunque de menor enjundia. Resulta curioso que ambos provengan de U.S. Gold, junto a Ocean la distribuidora / desarrolladora más temible de la época, capaz de lo mejor y de lo peor. El término medio es el que mejor define esta obra, que no es ninguna maravilla pero resulta lo bastante bueno como para entretener un rato.

Dispuestos a imponer el capitalismo por las buenas o por las otras. Preferentemente por las otras.

En la actualidad, y ahogados como estamos por la marea de lo “políticamente corercto”, en la que parece imposible mover un dedo sin que surja algún colectivo de retrasados mentales dispuesto a protestar, cuesta creer que los rusos no nos declararan la guerra tras ver este juego. Así, directamente. Imaginemos por un momento la que se liaría hoy en día si a alguien se le ocurriese sacar a la palestra un juego cuyo objetivo final fuese conquistar Irán y colgar a su presidente en una cruz. Si ya hay ciertos sectores que se han mosqueado por el tratamiento que se le da a los persas en 300, con un juego así la fatwa dictada por Jomeini contra Salman Rushdie quedaría al nivel de un monólogo de comediante barato. Afortunadamente los rusos eran más fríos (cosa del clima, supongo) y la mayoría de ellos no se enteraba de nada de lo que ocurría más allá de las fronteras del Telón de Acero.

Hace algunos años, una asociación de padres pidió retirar Doraemon de la programación de una cadena de TV porque, según ellos, la serie animaba a los niños a ejercer acoso escolar. Semejante recua de imbéciles sólo merece ser deportada a Siberia en ropa interior.

Y conste que pese a su elevado (para la época) grado de politización, Raid over Moscow no está mal. En mi opinión está mucho mejor que un Bruce Lee sorprendentemente idolatrado por cientos fans de las máquinas de 8 bits. Curiosamente, la primera vez que lo jugué fue en el C-64 de un amiguete. La versión de Spectrum llegaría más adelante en una cinta grabada por otro coleguilla, que éste había titulado con no poca sorna Ni fú ni fá, ya que contenía una recopilación con otras maravillosas medianías de U.S. Gold como Zaxxon o Blue Max. Hay que reconocer que nuestro Raid over Moscow estaba muy por encima de estos títulos.

Raid Over Moscow fue obra del mismo equipo creador de Beach Head, el cual se había convertido en el mayor éxito de U.S. Gold hasta ese momento. Con no poco criterio, sus autores consideraron que si al desarrollo de aquel programa le unían un argumento “a la moda”, en el que el objetivo final era destruir el Kremlin y tomar Moscú, tendrían entre manos un bombazo seguro (nunca mejor dicho). En un tiempo récord tuvieron listo un invento que terminó por no ser la bomba que ellos habían imaginado, siendo recibido con cierta tibieza. Afortunadamente el tiempo lo ha colocado en el lugar que le corresponde. Una vez conseguí averiguar cómo hacer despegar los aviones y sacarlos del hangar espacial en el que se encontraban, este juego me proporcionó buenos ratos de diversión pese a que, como le ocurre a Beach Head, adolece de serios agujeros durante el transcurso de la partida, mezclando fases muy vibrantes con otras realmente tediosas y anodinas.

DIRECTOR: Y todos esos indicadores ¿para que sirven?
PROGRAMADOR: No sirven para una puta mierda, pero así el juego parece más sofisticao.
DIRECTOR: ¡Stupendo! Con esto podremos hacer pasar el juego por simulador de vuelo y venderlo más caro. Se me ha antojado un Mercedes más grande.

El punto culminante de la partida es sin duda el ataque al mismísimo Kremlin, en el que resulta realmente sorprendente la orgía de destrucción que podemos desencadenar contra el edificio. Particularmente, lo que más me gustaba era derribar las torres y hacerlas caer contra los tanques que me disparaban desde el suelo. Tal vez sea ése el momento más espectacular del juego. Es una lástima que la última fase (la lucha contra el ordenador central, al que hay que destruir ¡golpeándolo por detrás con un freesbee!) resulte tan larga y sosa, pese a la inclusión al final de la misma de un límite de tiempo para acertar al robotijo de marras. No he visto muchas cosas más surrealistas en un videojuego, aunque yo me aburría un montón; hasta el extremo de que más de una vez, sobre todo tras haber visto el final (que es bastante bueno por cierto), abortaba la partida para empezar nuevamente desde el principio.

Esto es lo que pasa cuando uno se pone a programar un videojuego tras mezclar absenta y tequila con auténtico vodka ruso.

Todavía hoy el Raid se sigue mereciendo una partidita de vez en cuando. Además es todo un reto jugarlo en el máximo nivel de dificultad, aunque yo prefiero el medio, mucho más ajustado a mi habilidad con los controles. Los gráficos son aceptables, pero es en el apartado sonoro donde más se luce el programa, resultando incluso atronador con unos buenos altavoces.

En la actualidad, estos juegos y otros productos reflejo de aquella época de terror al “oso ruso”, como películas tal que Rocky IV o Amanecer Rojo, pueden parecer increíbles e incluso bastante bizarros. Pero no hace falta pensar demasiado para caer en la cuenta de que las cosas no han cambiado tanto. Alguien dijo en una ocasión que los imperios necesitan un enemigo vital para sostenerse. Los romanos lo tenían en Cartago, los españoles en Inglaterra y los americanos, que primero lo tuvieron en los rusos, ahora lo tienen en otra parte. Cambien ustedes la palabra “ruso” por “árabe”, disfrazada con el eufemístico término “terrorismo global” para no levantar ampollas malsanas, y ya está. La diferencia por la que actualmente no jugamos un Raid over Kabul o Teheran tal vez resida en que el enemigo de ahora bien puede ser tu vecino, y es probable que no vacile en inmolarse delante de tus narices a la mínima provocación.

Vista aquella década “feliz” de los ochenta con la perspectiva más sosegada que da el paso del tiempo, lo que se observa más claramente es que Ronald Reagan, reaccionario como pocos han llegado jamás a sentarse en el Despacho Oval, o bien no follaba o se lo follaban mal. Porque sólo una persona con semejante trauma puede descargar tanta mala leche contra algo o alguien como hizo este tío durante su mandato. O eso o que estaba directamente como una cabra, porque hay que estar zumbado para querer borrar del mapa un país como Rusia, con tanta chica guapa como la que por allí circula.

«Deja de escribir memeces, porque es gracias a mí que existen obras maestras como Comando o Soviet: la respuesta«.

3 thoughts on “Destruiremos ese país en cinco minutos. ¡Gracias!”
  1. Cuanto que dio al cine y los videjuegos la Guerra Fria!!!!

    Sobre el juego, uno de mis primero juegos y favoritos en su momento, al que llegue al final 🙂

  2. Y apasionante la historia del conflicto diplomático de la URSS con Finlandia por la venta del juego. No creo que nunca haya pasado algo parecido.

  3. Pues no conocía esa historia. Me sorprende, no obstante, dado que aquella época no era tan mierdosa como la actual, en el sentido de que la corrección política no estaba tan de moda y no había tanto miedo de que alguien te pusiera una demanda por cualquier estupidez.

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