Setenta años suelen dar para mucho en la vida de una persona, más si se trata de alguien como Clive Sinclair. A finales de los años cincuenta, Sinclair decidió no ir a la universidad porque consideraba que allí no iba a aprender nada realmente útil. Era consciente de que podía aprender por sí mismo todo lo que de verdad necesitaba saber, como de hecho había estado haciendo hasta entonces.

Cualquiera diría que era una locura o una tontería, pero Clive ni estaba loco ni era precisamente tonto. Con su enorme bagaje de conocimientos en electrónica, adquiridos mayormente de forma autodidacta, y bendecido por una especial habilidad para divulgarlos atrayendo al público, Clive pasó algunos de sus años de juventud escribiendo artículos en un puñado de revistas especializadas. Incluso lograría auparse a la dirección de una de ellas cuando todavía no había cumplido los veinte. También escribió libros, alguno de los cuales llegó a ser editado en España. De hecho mi padre todavía conserva uno en el salón de su casa, dedicado a la fabricación y funcionamiento de transistores.

Hubo una época en que a Tito Clive no se le encendía la bombilla pergeñando nuevas ideas: se le encendía el transistor.

Como ya es sabido, el paso del tiempo acabaría llevando al futuro Sir por otros derroteros. Sin embargo nunca perdería del todo su vena periodística y divulgativa, y ya convertido en un hombre famoso colaboró puntualmente en diversas publicaciones. También en España, donde en 1984 escribió un artículo para la revista Muy Interesante sobre el futuro de la revolución informática en la que ya entonces estábamos inmersos. Ordenadores y robots habían conquistado el mundo de la empresa. Ahora se aprestaban a conquistar masivamente los hogares, dispuestos a cambiar para siempre la vida cotidiana de las sociedades avanzadas y a colaborar en el desarrollo de las demás.

La gente veía el progreso informático con la desconfianza típica de algo que le es desconocido, pero Clive trataba de calmar esa desconfianza: lejos de ser una amenaza para nosotros, ordenadores y robots ayudarían al progreso de la humanidad, contribuyendo a disminuir la brecha entre países ricos y pobres y realizando una aportación decisiva en la construcción del Estado del Bienestar, librando al hombre de las tareas más duras y peligrosas, otorgándole así más tiempo para cultivar su intelecto. La moraleja en este sentido era y es clara: una sociedad bien educada es más pacífica, justa e igualitaria. En última instancia, los ordenadores y los robots brindarían un futuro mejor para nuestros hijos.

Por vez primera me decido a reproducir íntegramente (con el debido permiso concedido por el actual director de Muy, José Pardina) un texto ajeno a El Spectrum Hoy. Lo hago por una serie de buenos motivos: primero porque en este año 2010 que ahora toca a su fin, y en el que Sir Clive Sinclair ha llegado a septuagenario mereciendo una buena ristra de homenajes, no está de más poner a disposición de todos lo que sin duda es una verdadera rareza de su puño y letra; segundo porque muestra una faceta de Sir Clive que resulta poco conocida hasta para muchos de sus incondicionales, en la cual poco tiene que envidiar a figuras de la talla de Asimov o Sagan, popes indiscutibles de la divulgación científica durante la década de los ochenta; tercero porque se trata del único artículo suyo escrito en exclusiva para una revista española, que yo sepa; y cuarto porque está publicado en una revista  de 1984 que no todo aficionado al Spectrum tiene a mano, en una época en la que Clive se sentaba en la cima del mundo, gozando de un enorme prestigio como creador de un imperio de alta tecnología, como el único europeo capaz de presentar batalla en ese campo a los todopoderosos norteamericanos y japoneses.

Por desgracia no pasaría mucho tiempo hasta que las tornas cambiasen radicalmente, pero entretanto Tito Clive disfrutaba de su posición de privilegio, y cual gurú que anunciaba el advenimiento de una nueva era, se atrevía a predecir un futuro que hoy nos resulta bastante familiar. Tratándose de Sir Clive, esas dotes adivinatorias no deberían sorprender a nadie.

Leer La Tercera Revolución: hacia la inteligencia electrónica.

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