Con vistas a la próxima celebración de RetroMadrid 2010, hoy he dedicado unos minutos a buscar camisetas molonas con algún estampado en relación con el Sinclair C5. Mi intención es la de revindicar de alguna forma la memoria de un artefacto que este año cumple veinticinco años, pero cuyo especial aniversario, de forma sorprendente, ha pasado desapercibido para los fanáticos del mundillo Sinclair.

Con el C5 Sir Clive hacía realidad un sueño que llevaba acariciando desde principios de los años setenta: la creación de un vehículo eléctrico de bajo coste y su comercialización a gran escala. Nunca antes hubo alguien con huevos para poner en práctica una idea semejante. Y así salió, claro. Todavía hoy somos muchos los que nos preguntamos qué clase de delirio llevó al Tío Clive a pensar que una idea tan descabellada como la de este “microcoche” podía tener éxito comercial. Sinclair pensó en una tirada inicial de 100.000 unidades durante el primer año… de las que sólo se vendieron 12.000, antes del cese de la producción por culpa de la escasa acogida del público.

Y es que el C5 era un producto destinado a pegarse el hostión padre. Concebido para realizar desplazamientos cortos por el interior de barrios residenciales y pequeñas ciudades inglesas, su diseño fallaba ya desde la base: en el Reino Unido llueve a cada dos por tres, y conducir en esas condiciones un vehículo sin techo ni parabrisas (más uno que pretende hacerse pasar por “coche”) es un verdadero latazo. Al ser tan bajo, era virtualmente invisible hasta para las bicicletas, que dicho sea de paso resultaban más prácticas en comparación. La velocidad máxima  del vehículo estaba limitada voluntariamente a 25 Km/h para que fuera posible conducirlo sin necesidad de carnet, pero la escasa potencia del motor restringía las posibilidades de uso casi exclusivamente al terreno llano. Todo esto hacía aparecer al C5 como un juguete ante los ojos del público, lo que en su momento provocó la hilaridad generalizada y contribuyó a ahuyentar posibles compradores.

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«La culpa la tuvo el hijoputa del barman, que me sirvió absenta en lugar de la gaseosa que le pedí».

Pero como buen producto fracasado que es, los años han convertido a este entrañable triciclo motorizado en un objeto de culto. El precio de las unidades puestas a la venta en Internet llega a cuadruplicar las 399 libras a las que se vendía en 1985. La comunidad de entusiastas crece cada día, aquellos con la suerte de poseer uno lo miman como a un hijo, y los más osados incluso se atreven a realizar preparaciones extremas. La propia Sinclair Research, que tras el fiasco del C5 puso a la venta otros productos relacionados con la propulsión eléctrica como la bicicleta Zike o la gama de motores (también para bicis) Zeta, continua ofreciendo repuestos y accesorios para el C5 a través de su web.

El C5 fue el “coche” con el que Sir Clive soñó que cambiaría el mundo. Al final el sueño se tornó en una pesadilla que acabaría por engullir al imperio que lo había pergeñado, pero no cabe duda de que se adelantó a su tiempo en varias décadas. Una vez más, Clive Sinclair tuvo una idea genial que no supo encaminar correctamente para que triunfase, con el agravante de que surgió demasiado pronto para que el público pudiera asimilarla.

Segway P.U.M.A., heredero directo del C5.

¿Y las camisetas? Pues demasiado caras. Por lo que a mí respecta, el pobre C5 tendrá que conformarse con este homenaje en forma de editorial.

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